viernes, 29 de agosto de 2008
viernes, 22 de agosto de 2008
INFORME SOBRE LA MAYORIA SATISFECHA ARGENTINA
LA MAYORÍA SATISFECHA SEGÚN GALBRAITH
John Kenneth Galbraith en su libro “La cultura de la Satisfacción” analiza, entre otras cosas, la llamada cultura de la satisfacción norteamericana.
En este sentido, el autor comienza planteando como las ideas liberales desde su nacimiento fueron funcionales a los grandes empresarios. Esto se puede ver claramente, aunque el autor no lo plantea, en la idea de la mano invisible desarrollada por Adam Smith a fines del siglo XVIII donde se muestra más cabalmente la funcionalidad del liberalismo económico para el grupo de los satisfechos.
El padre de la economía a través de este concepto planteaba que cada individuo buscando satisfacer sus propias necesidades en el mercado colaboraba con un fin que no buscaba: el bien común. Un ejemplo de este concepto dado por los liberales es que el empresarios al instalar una fabrica buscando sus propios beneficios termina dando trabajo a los desocupados.
La conclusión más importante de la mano invisible es que al coincidir el interés individual con el interés general no es necesarios la intervención del Estado en la economía. Esta idea es la concepción central del liberalismo económico.
De esta forma, ningún empresario podría sentirse culpable buscando maximizar sus propias ganancias porque de esta manera esta colaborando con el bienestar de la sociedad. Dicho de otra manera, “nadie podría sentirse culpable por la propia fortuna ante una clase obrera que, según Ricardo y Malthus, inexorablemente se multiplicaba hasta hundirse en el nivel de subsistencia, ni tampoco si estaba uno inmerso en un sistema de mercado que recompensaba su esfuerzo de acuerdo con su aportación económica concreta y con su mayor merito social” [1] .
Incluso, plantea el autor, en plena crisis de 1929 donde se puso de manifiesto el fracaso del liberalismo económico, la intervención del Estado generó una fuerte resistencia por parte de los satisfechos. Durante la Gran Depresión mientras se generalizaba el desempleo sin subsidios, la crisis agrícola se profundizaba, crecían los ancianos sin pensión y aumentaba la explotación de las mujeres y de los niños en las fabricas; los que permanecían favorecidos se oponían a cualquier intervención del Estado.
En este contexto, Franklin D. Roosevelt fue elegido como presidente de los Estados Unidos a partir de una especie de engaño político. En efecto, al mismo tiempo que prometía cambios y reformas para conseguir la reactivación económica, aseguraba mantener un presupuesto equilibrado y un reducido gasto público con el objetivo de tranquilizar al grupo de los satisfechos.
Cuando Roosevelt experimentó el New Deal (Nuevo Acuerdo) que implicaba un fuerte incremento de la intervención del Estado en la economía, los opulentos recurrieron a las barreras constitucionales con el objetivo de frenar el avance del Estado.
Incluso, la idea de que en medio de una crisis como la de 1929 no debía intervenir el Estado fue sostenida y apoyada por algunos economistas. Como plantea Galbraith, el economista Joseph Schumpeter junto a Lionel Robbins plantearon la tesis que sostenía que la recuperación económica no debía conseguirse a través de la acción del Estado. Para estos economistas, la Gran Depresión era un fenómeno saludable del sistema económico al permitir la expulsión de las distintas anomalías de la economía.
Por lo tanto, según estos economistas, la recuperación luego de la crisis sólo podría ser firme y sustentable si se producía sin intervención del Estado. De esta forma, incluso en medio de la peor crisis mundial existieron economistas funcionales a los opulentos que desarrollaban teorías para limitar las distintas esferas de intervención estatal.
En plena presidencia de Roosevelt el banquero Morgan, espantado por la acción estatal, advertía al Senado que “si se destruye la clase ociosa, se destruye la civilización” y continuó diciendo que la clase ociosa son “todos aquellos que pueden permitirse pagar una sirvienta” [2] .
Sin embargo, como sostiene Galbraith, el New Deal de Roosevelt fue fundamental para recomponer el sistema capitalista norteamericano y en este sentido proteger el bienestar de aquellos individuos que el capitalismo más favorece, esto es, de los satisfechos.
A partir de esta introducción el autor comienza a analizar lo que él denomina la mayoría satisfecha. Según Galbraith este sector social incluye a las personas que manejan las grandes empresas financieras e industriales y a sus asalariado medios y superiores, a los profesionales, a los empleados subalternos con ingresos garantizados, a los que poseen negocios independientes, una buena parte de los agricultores, trabajadores con oficio, ancianos con buenas jubilaciones que les permite vivir sin sobresaltos, entre otros grupos.
Es decir, la mayoría satisfecha es un grupo heterogéneo de personas pero que presentan una característica común: tienen garantizado en mayor o menor medida su bienestar material y consideran que el futuro se encuentra bajo su control personal.
Según Galbraith, esta mayoría satisfecha presenta cuatro características fundamentales:
1) La primer característica es su afirmación de que los que la componen están recibiendo lo que se merecen en justicia. Es decir, que los individuos que integran la mayoría satisfecha están convencidos de que lo que disfrutan es producto de su esfuerzo, su inteligencia y su virtud personal.
En tal sentido, todo intento de igualdad es repudiado por la mayoría satisfecha con el justificativo de que la fortuna se gana a partir del esfuerzo personal. Por tal motivo, la equidad provoca la indignación de los favorecidos pues implicaría la usurpación de aquello que tan claramente se merecen.
2) La segunda característica es su actitud hacia el tiempo. En efecto, la mayoría satisfecha posee una actitud adversa por el largo plazo. Prefieren el corto plazo en detrimento del largo plazo por una cuestión sencilla: el largo plazo puede no llegar nunca.
Dicho de otra forma, la construcción del largo plazo recae sobre los individuos del presente y los beneficios serán disfrutados por otros. En palabras de Galbraith “...el coste de la actuación de hoy recae o podría recaer sobre la comunidad privilegiada; podrían subir los impuestos. Los beneficios a largo plazo muy bien pueden ser para que los disfruten otros. En cualquier caso, la tranquila teología del laissez faire sostiene que, al final, todo saldrá bien” [3] .
Esta segunda característica de la mayoría satisfecha se observa claramente, según el autor, en el cuidado del medio ambiente. Mientras que el costo económico para proteger al medio ambiente es concreto, el beneficio ecológico a largo plazo es difuso y discutible.
Por lo tanto, los opulentos de la sociedad sobre los cuales le recae ese costo presente si bien no niegan el problema medioambiental por el cual atraviesan las diferentes sociedades en la actualidad, prefieren aplazar las medidas. Como sostiene Galbraith, una parte de los satisfechos propone la realización de diversas investigaciones para corroborar el deterioro ambiental, lo cual da tranquilidad intelectual y moral pero que en la realidad se traduce en la no actuación.
El autor también menciona como otro ejemplo del papel del tiempo para los opulentos el tema de la construcción de la infraestructura económica como las autopistas, puentes, aeropuertos, transporte público, etc. Mientras que existe en Estados Unidos una opinión generalizada de la insuficiencia en términos de infraestructura para el futuro, existe una oposición firme por parte de la mayoría satisfecha a la realización de nuevos gastos e inversiones públicas para su construcción.
En este sentido, la mayoría satisfecha expresa el mismo argumento que con el cuidado del medio ambiente, esto es, los impuestos y los costos actuales son concretos mientras que los beneficios futuros son difusos. Como sostiene el autor “se benefician individuos posteriores y distintos; ¿por qué pagar por personas desconocidas?. Se trata, otra vez más, de la instancia fácilmente comprensible en la no intervención y en librarse así del coste actual. La satisfacción demuestra ejercer aquí una influencia social creciente, más decisiva que en el pasado. La red de autopistas, las carreteras generales, los aeropuertos, puede que hasta los hospitales y las escuelas de una época anterior y económicamente mucho más austera que en la que los votantes favorecidos eran muchísimo menor, no podrían construirse hoy” [4] .
De esta manera, la mayoría satisfecha privilegia el beneficio a corto plazo a la construcción de un futuro mejor que es siempre incierto y el cual ellos tal vez no disfrutarán.
3) La tercer característica de los opulentos de la sociedad es su visión sumamente selectiva del papel del Estado. En líneas generales, la mayoría satisfecha visualiza al Estado como una carga. De esta forma, para los que disfrutan de una situación desahogada es imprescindible reducir o eliminar esta carga, lo cual se traduce en una reducción de los impuestos.
Sin embargo, esta critica hacia la intervención del Estado por parte de los satisfechos es selectiva. En efecto, este sector de la sociedad no se queja del Estado cuando sus intervenciones los favorece. Según Galbraith “...aunque en general se haya considerado al gobierno como una carga, ha habido, como se verá, costosos y significativas excepciones a esta amplia condena. Se han excluido de la critica, claro, las pensiones profesionales, los servicios médicos de las categorías de ingresos superiores, el sostén de las rentas agrarias y las garantías financieras para los depositantes de bancos y cajas de ahorro en quiebra. Son firmes pilares del bienestar y la seguridad de la mayoría satisfecha. Nadie soñaría con atacarlas, ni siquiera marginalmente, en ninguna contienda electoral” [5] .
Incluso, sostiene Galbraith, dentro de las erogaciones públicas que nadie se anima a atacar entran los gastos militares, a pesar de que generan fuertes efectos fiscales negativos. El justificativo de estos elevados gastos es que son percibidos como una protección vital para la continuidad del bienestar de la mayoría satisfecha, en el pasado amenazado por el comunismo y en la actualidad por el terrorismo. Hasta los republicanos que pregonan por un presupuesto equilibrado y una reducción del gasto público son férreos defensores de los gastos militares.
De esta manera, si bien los opulentos consideran al Estado como una pesada carga, aquellas erogaciones públicas que los favorecen son tomadas como dignas excepciones del gasto estatal. El resto, es decir, el gasto del Estado en defensa de los menos privilegiados es considerado por la mayoría satisfecha como una carga que debe reducirse.
Como señala el autor “tales son las excepciones que hace la mayoría satisfecha a su condena general del Estado como una carga. El gasto social favorable a los afortunados, el rescate financiero, el gasto militar y, por su puesto, los pagos de intereses constituyen, con mucho, las partes más sustancial del presupuesto del Estado y la que ha experimentado, con gran diferencia, en fecha reciente, mayor incremento. Lo que queda –gasto para ayuda social, viviendas baratas, servicios médicos para los sin ellos desvalidos, enseñanza pública y las diversas necesidades de los grandes barrios pobres- es lo que hoy se considera como la carga del Estado. Es únicamente lo que sirve a los intereses de los que no pertenecen a la mayoría satisfecha; es, ineludiblemente, lo que ayuda a los pobres” [6] .
4) La cuarta y última característica es la tolerancia que presenta la mayoría satisfecha respecto a las grandes diferencias de ingreso. El autor plantea que aquellos que pertenecen al sector afortunado de la sociedad aunque menos acaudalados soportan los ingresos sumamente elevados de los muy ricos, por temor a que en la redistribución de la riqueza estén amenazados también sus ingresos.
En efecto, “se respeta aquí una convención general bastante plausible: el coste de la prevención de cualquier ataque a la propia renta es la tolerancia de una mayor cuantía para otros” [7] . En este sentido, la opulencia de los muy ricos es el precio que paga el resto de la mayoría satisfecha para poder retener su ingreso que es drásticamente menor pero que les permite vivir sin sobresaltos.
Por otro lado, esta tolerancia de las altas rentas de los sectores más ricos de la sociedad se defiende con el siguiente argumento: la mejor manera de ayudar a los más pobres es reduciendo los impuestos a los más ricos. Efectivamente, al reducirse los impuestos a los más satisfechos de los satisfechos esto se traduciría en más inversiones, lo cual terminaría beneficiando a los más pobres dándole trabajo. Como sostiene Galbraith “...la teoría de que si se alimenta al caballo generosamente con avena, algunos granos caerán en el camino para los gorriones” [8] .
En resumen, estas son las cuatros características de la mayoría satisfecha, es decir, del sector social que tiene la posibilidad de disfrutar un bienestar económico que le permite vivir con desahogo sus vidas.
Sin embargo, sostiene el autor, este bienestar material de la mayoría satisfecha es sostenido y fomentado por la presencia de una clase numerosa que no participa de la comunidad favorecida, la cual Galbraith denomina la Subclase Funcional integrada por los más pobres de la sociedad norteamericana.
A su vez, el autor plantea que existe una minoría de los satisfechos que les preocupa además de su satisfacción personal la situación de los desfavorecidos que no tienen la suerte de participar de su bienestar material.
En efecto, existe un grupo de individuos integrados por intelectuales, periodistas, disidentes profesionales que manifiestan simpatía por los marginados. Sin embargo, plantea Galbraith, no constituyen una amenaza seria para la mayoría satisfecha. Todo lo contrario, este grupo consolida la posición de los opulentos al democratizar la posición dominante de la mayoría satisfecha.
En otras palabras, con su defensa de los excluidos demuestran que el sistema democrático funciona. Como sostiene Galbraith “los progresistas en Estados Unidos y los políticos y portavoces laborista en Gran Bretaña son, en realidad, vitales en este sentido. Sus escritos y su retórica dan esperanza a los excluidos y garantizan, al menos, que no son marginados a la par que ignorados” [9] .
LA MAYORÍA SATISFECHA ARGENTINA:
A partir del conflicto desatado con las retenciones móviles se observó en todo su esplendor el accionar de la mayoría satisfecha argentina. A lo largo de todo el conflicto se vio reflejado en todos los actores sociales que se opusieron a la medida implementada por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, fundamentalmente las entidades agrarias, las distintas características detalladas por Galbraith que presentan los sectores opulentos norteamericanos.
1) Los agricultores afirmaron que están recibiendo lo que se merecen en justicia, esto es, que la renta agraria percibida es producto de sus esfuerzos. En este sentido, se estereotipó al agricultor como el campesino que se levanta a las 5 de la mañana para trabajar sus tierras y que trabaja de sol a sol.
Por lo tanto, para los agricultores no es justo que el Estado intervenga a través de las retenciones para extraerle parte de su renta con el objetivo de distribuirlo entre los menos favorecidos. Es decir, la mayoría satisfecha argentina se mostró indignada ante la intención del Estado nacional de cobrarle impuesto al núcleo sojero pues lo consideran como una usurpación de aquello que tan claramente se merecen.
En este sentido, se oculta que buena parte de la renta percibida por los agricultores es como resultado de una política económica llevada a cabo por el gobierno nacional: la devaluación de la moneda. Política económica que además fue soportada por los asalariados que a partir de la inflación vieron reducido su salario real.
Por otro lado, junto con la devaluación de la moneda, la renta extraordinaria de la soja se debe al abrupto incremento de los precios internacionales de las materias primas a partir del aumento del consumo sobre todo de China y la India pero además también por el vuelco de gran parte de la especulación financiera internacional que se dedicó al negocio de las materias primas.
Por lo tanto, el crecimiento extraordinario de sus ingresos no se debió fundamentalmente a sus esfuerzos personales sino más bien por factores exógenos a los agricultores, esto es, por la devaluación de la moneda nacional y por el crecimiento internacional del precio de las materias primas.
2) En las entidades agrarias durante el conflicto también se notó su privilegio del corto por el largo plazo. En efecto, gran parte de su discurso en contra de las retenciones móviles era que se debía aprovechar el contexto internacional que favorecía a la Argentina a partir de los elevados precios de las materias primas.
Para las entidades agrarias esto significa venderle al mundo lo que el mundo necesita. Es decir, retomar los lineamientos generales del modelo agroexportador que implica la venta externa de productos primarios, fundamentalmente soja.
Por lo tanto, para aprovechar el contexto internacional, según los agricultores es conveniente reducir las retenciones para así de esta manera permitirles incrementar la inversión agraria y de esta forma producir una mayor cantidad para aumentar las exportaciones.
Esto implica que el Estado no intervenga para fijar las rentabilidades relativa de la economía. Esto se traduciría en que ante el aumento abrupto de la soja a nivel internacional la rentabilidad del sector sojero es mayor a la rentabilidad de los otros sectores económicos, esto es, al resto de las actividades agrarias – ganaderas y al sector manufacturero.
Este fenómeno genera que la mayor parte de la inversión sea destinada en la economía argentina a la producción de soja desalentando de esta forma la inversión en trigo, maíz, leche, carne y productos manufacturados. Esto se traduce en dos hechos: primero, como la soja se produce casi exclusivamente para la exportación se reduciría la producción de productos agrarios – ganaderos que se destina al consumo interno y, segundo, se atentaría al modelo de industrialización al ser menos rentable la inversión en el sector manufacturero que en el sector sojero.
Ahora bien, es de esperar que este aumento en el precio internacional de la soja y de las materias primas en general no sea indefinido. Por lo tanto ¿qué sucedería entonces si se reduce el precio de la soja y el gobierno, como pretenden las entidades agropecuarias, no fija las rentabilidades relativas de la economía y deja que las ganancias del núcleo sojero aumentara más que los beneficios de las otras actividades permitiendo de esta forma el avance de la producción de soja en detrimento de las otras actividades?.
Nos encontraremos que la economía argentina se especializó en la producción de un bien que no se consume internamente y que ahora al bajar el precio internacional tampoco es tan rentable exportarlo. Pero además nos especializaremos en un producto que no genera valor agregado y que por lo tanto no se traduce en puestos de trabajo, lo cual implicaría que este tipo de especialización se traduciría en un incremento de la desocupación.
De esta forma, en términos de las entidades agropecuarios, aprovechar el contexto internacional es privilegiar el corto plazo para hipotecar el largo plazo de la economía y la sociedad argentina. En otras palabras, permitirles a los agropecuarios la obtención de una renta extraordinaria a partir de la exportación de la soja, atentando contra la producción de los alimentos para los argentinos y contra el proceso de industrialización de la economía argentina.
En este sentido, en contraposición a los sostenido por las entidades agropecuarias durante el conflicto, aprovechar el contexto internacional implica tener una perspectiva de largo plazo, previendo que el precio de las materias primas no se mantendrán indefinidamente en niveles altos. Esto implica, por lo tanto, a partir de distintas intervenciones estatales incrementar la producción de trigo, maíz, leche y carne para bajar el precio interno de los alimentos y aumentar el consumo de los argentinos y, por otro lado, profundizar el proceso de industrialización de la economía argentina permitiendo, entre otras cosas, reducir el nivel de desempleo, pobreza e indigencia.
En otras palabras, pensar en el largo plazo es generar a través del intervensionismo estatal un desarrollo económico y social, y no simplemente obtener un crecimiento económico en base a la exportación de soja. Esto último lo único que permitiría es la obtención de una extraordinaria renta en el corto plazo del núcleo sojero.
Por otro lado, esta visión cortoplacista de las entidades agropecuarias se observa en su total despreocupación por la tendencia hacia el monocultivo. Es decir, aprovechar el contexto internacional en la perspectiva de los agropecuarios se traduce en producir cada vez más soja a costa de la fertilidad futura de la tierra argentina.
Dicho de otra forma, producir la mayor cantidad de soja posible en el corto plazo para obtener de esta manera la mayor renta posible antes que baje el precio internacional de la soja sin preocuparme por los desastres ambientales que esto genera.
Nuevamente, las entidades agrarias privilegian el corto al largo plazo, total como dice Galbraith el futuro es incierto y además ellos no estarán.
3) Durante todo este conflicto también se observó la visión sumamente selectiva por parte de las entidades agropecuarias del papel del Estado. Una de las cuestiones que quedó más claro es que para los agricultores el Estado en líneas generales es percibido como una carga.
Para ellos el Estado es un socio que participa de las ganancias del campo pero que desaparece en los momentos de las malas cosechas. Por lo tanto, exigen la no intervención del Estado en la economía.
Sin embargo, nunca se escuchó criticar con anterioridad al conflicto a las entidades agrarias cuando el Estado nacional le refinanció las deudas salvando la mayor parte de los campos que se encontraban hipotecados lo cual les permitió a muchos agricultores salvar sus tierras, ni tampoco se los escuchó criticar el gasto público destinado para mantener la moneda devaluada que genera un incremento de la rentabilidad en pesos de los exportadores y tampoco criticaron la intervención del Estado subsidiando el gas oil para abaratar los costos de los agricultores debido al alto precio internacional del petróleo.
Esto demuestra en primer lugar que el Estado no es un socio que sólo participa de las ganancias sino que gracias a su intervención permite aumentar la rentabilidad de los productores. Pero que además las entidades agrarias no se quejan de la intervención del Estado, sino que critican las intervenciones gubernamentales que no los beneficia.
4) En el conflicto por las retenciones móviles se observó también la tolerancia que muestra gran parte de la mayoría satisfecha respecto de las grandes desigualdades en la distribución del ingreso. En efecto, las entidades agropecuarias estuvieron fuertemente apoyadas por un gran sector de los afortunados que nada tenían que ver con el campo ni muchos menos les afectaba las retenciones móviles de la soja. Incluso, este apoyo se dio conociendo las rentas extraordinarias percibidas por el núcleo sojero que lideró el conflicto agrario.
Si bien detrás de este apoyo podemos encontrar un número importante de causas, uno de los factores fundamentales es la oposición a cualquier medida redistributiva implementada por el Estado nacional. Pues esta distribución es amenazante para el grueso de la mayoría satisfecha.
De esta forma, prefieren apoyar la renta extraordinario de un grupo reducido de productores con tal de no ser afectada en algún momento su renta en el proceso de distribución del ingreso. Parafraseando a Galbraith, la opulencia esplendorosa del núcleo sojero es el precio que paga el resto de la mayoría satisfecha menos opulenta para poder retener lo que es menos pero que está muy bien de todos modos.
Por tal motivo, buena parte de la mayoría satisfecha argentina salió en defensa de las entidades agropecuarias a pesar de no sentirse afectado directamente por las retenciones móviles establecidas por el gobierno nacional.
Por último, también durante el conflicto agropecuario participó esa minoría de la mayoría satisfecha preocupada por los marginados pero inofensiva para la posición dominante de los opulentos. En efecto, una parte del progresismo argentino integrado por intelectuales, periodista y políticos que escribían y hablaban permanentemente a favor de la distribución del ingreso pero que sin embargo durante este conflicto decidieron ser funcionales, por diferentes motivos, a las entidades agropecuarias.
Estos sectores son profundamente necesarios para darle un aire de democracia a la posición dominante de la mayoría satisfecha. Entre estos sectores podemos destacar a Proyecto Sur cuyo diputado Claudio Lozano a pesar de expresar su pasión por la redistribución del ingreso terminó votando, más allá de sus explicaciones, a favor de las entidades agropecuarias.
El voto de Cobos por la negativa al proyecto de retenciones móviles para la soja muestra la preponderancia cultural, económica, política y social de la mayoría satisfecha argentina. Los sectores opulentos de la sociedad afirman que gracias al voto de Cobos se pacificó el país. Pero al mismo tiempo dan una señal: esta pacificación depende de que la posición dominante de la mayoría satisfecha no se vuelva a discutir, esto es, la paz social depende de que no se insista más en la distribución del ingreso.
John Kenneth Galbraith en su libro “La cultura de la Satisfacción” analiza, entre otras cosas, la llamada cultura de la satisfacción norteamericana.
En este sentido, el autor comienza planteando como las ideas liberales desde su nacimiento fueron funcionales a los grandes empresarios. Esto se puede ver claramente, aunque el autor no lo plantea, en la idea de la mano invisible desarrollada por Adam Smith a fines del siglo XVIII donde se muestra más cabalmente la funcionalidad del liberalismo económico para el grupo de los satisfechos.
El padre de la economía a través de este concepto planteaba que cada individuo buscando satisfacer sus propias necesidades en el mercado colaboraba con un fin que no buscaba: el bien común. Un ejemplo de este concepto dado por los liberales es que el empresarios al instalar una fabrica buscando sus propios beneficios termina dando trabajo a los desocupados.
La conclusión más importante de la mano invisible es que al coincidir el interés individual con el interés general no es necesarios la intervención del Estado en la economía. Esta idea es la concepción central del liberalismo económico.
De esta forma, ningún empresario podría sentirse culpable buscando maximizar sus propias ganancias porque de esta manera esta colaborando con el bienestar de la sociedad. Dicho de otra manera, “nadie podría sentirse culpable por la propia fortuna ante una clase obrera que, según Ricardo y Malthus, inexorablemente se multiplicaba hasta hundirse en el nivel de subsistencia, ni tampoco si estaba uno inmerso en un sistema de mercado que recompensaba su esfuerzo de acuerdo con su aportación económica concreta y con su mayor merito social” [1] .
Incluso, plantea el autor, en plena crisis de 1929 donde se puso de manifiesto el fracaso del liberalismo económico, la intervención del Estado generó una fuerte resistencia por parte de los satisfechos. Durante la Gran Depresión mientras se generalizaba el desempleo sin subsidios, la crisis agrícola se profundizaba, crecían los ancianos sin pensión y aumentaba la explotación de las mujeres y de los niños en las fabricas; los que permanecían favorecidos se oponían a cualquier intervención del Estado.
En este contexto, Franklin D. Roosevelt fue elegido como presidente de los Estados Unidos a partir de una especie de engaño político. En efecto, al mismo tiempo que prometía cambios y reformas para conseguir la reactivación económica, aseguraba mantener un presupuesto equilibrado y un reducido gasto público con el objetivo de tranquilizar al grupo de los satisfechos.
Cuando Roosevelt experimentó el New Deal (Nuevo Acuerdo) que implicaba un fuerte incremento de la intervención del Estado en la economía, los opulentos recurrieron a las barreras constitucionales con el objetivo de frenar el avance del Estado.
Incluso, la idea de que en medio de una crisis como la de 1929 no debía intervenir el Estado fue sostenida y apoyada por algunos economistas. Como plantea Galbraith, el economista Joseph Schumpeter junto a Lionel Robbins plantearon la tesis que sostenía que la recuperación económica no debía conseguirse a través de la acción del Estado. Para estos economistas, la Gran Depresión era un fenómeno saludable del sistema económico al permitir la expulsión de las distintas anomalías de la economía.
Por lo tanto, según estos economistas, la recuperación luego de la crisis sólo podría ser firme y sustentable si se producía sin intervención del Estado. De esta forma, incluso en medio de la peor crisis mundial existieron economistas funcionales a los opulentos que desarrollaban teorías para limitar las distintas esferas de intervención estatal.
En plena presidencia de Roosevelt el banquero Morgan, espantado por la acción estatal, advertía al Senado que “si se destruye la clase ociosa, se destruye la civilización” y continuó diciendo que la clase ociosa son “todos aquellos que pueden permitirse pagar una sirvienta” [2] .
Sin embargo, como sostiene Galbraith, el New Deal de Roosevelt fue fundamental para recomponer el sistema capitalista norteamericano y en este sentido proteger el bienestar de aquellos individuos que el capitalismo más favorece, esto es, de los satisfechos.
A partir de esta introducción el autor comienza a analizar lo que él denomina la mayoría satisfecha. Según Galbraith este sector social incluye a las personas que manejan las grandes empresas financieras e industriales y a sus asalariado medios y superiores, a los profesionales, a los empleados subalternos con ingresos garantizados, a los que poseen negocios independientes, una buena parte de los agricultores, trabajadores con oficio, ancianos con buenas jubilaciones que les permite vivir sin sobresaltos, entre otros grupos.
Es decir, la mayoría satisfecha es un grupo heterogéneo de personas pero que presentan una característica común: tienen garantizado en mayor o menor medida su bienestar material y consideran que el futuro se encuentra bajo su control personal.
Según Galbraith, esta mayoría satisfecha presenta cuatro características fundamentales:
1) La primer característica es su afirmación de que los que la componen están recibiendo lo que se merecen en justicia. Es decir, que los individuos que integran la mayoría satisfecha están convencidos de que lo que disfrutan es producto de su esfuerzo, su inteligencia y su virtud personal.
En tal sentido, todo intento de igualdad es repudiado por la mayoría satisfecha con el justificativo de que la fortuna se gana a partir del esfuerzo personal. Por tal motivo, la equidad provoca la indignación de los favorecidos pues implicaría la usurpación de aquello que tan claramente se merecen.
2) La segunda característica es su actitud hacia el tiempo. En efecto, la mayoría satisfecha posee una actitud adversa por el largo plazo. Prefieren el corto plazo en detrimento del largo plazo por una cuestión sencilla: el largo plazo puede no llegar nunca.
Dicho de otra forma, la construcción del largo plazo recae sobre los individuos del presente y los beneficios serán disfrutados por otros. En palabras de Galbraith “...el coste de la actuación de hoy recae o podría recaer sobre la comunidad privilegiada; podrían subir los impuestos. Los beneficios a largo plazo muy bien pueden ser para que los disfruten otros. En cualquier caso, la tranquila teología del laissez faire sostiene que, al final, todo saldrá bien” [3] .
Esta segunda característica de la mayoría satisfecha se observa claramente, según el autor, en el cuidado del medio ambiente. Mientras que el costo económico para proteger al medio ambiente es concreto, el beneficio ecológico a largo plazo es difuso y discutible.
Por lo tanto, los opulentos de la sociedad sobre los cuales le recae ese costo presente si bien no niegan el problema medioambiental por el cual atraviesan las diferentes sociedades en la actualidad, prefieren aplazar las medidas. Como sostiene Galbraith, una parte de los satisfechos propone la realización de diversas investigaciones para corroborar el deterioro ambiental, lo cual da tranquilidad intelectual y moral pero que en la realidad se traduce en la no actuación.
El autor también menciona como otro ejemplo del papel del tiempo para los opulentos el tema de la construcción de la infraestructura económica como las autopistas, puentes, aeropuertos, transporte público, etc. Mientras que existe en Estados Unidos una opinión generalizada de la insuficiencia en términos de infraestructura para el futuro, existe una oposición firme por parte de la mayoría satisfecha a la realización de nuevos gastos e inversiones públicas para su construcción.
En este sentido, la mayoría satisfecha expresa el mismo argumento que con el cuidado del medio ambiente, esto es, los impuestos y los costos actuales son concretos mientras que los beneficios futuros son difusos. Como sostiene el autor “se benefician individuos posteriores y distintos; ¿por qué pagar por personas desconocidas?. Se trata, otra vez más, de la instancia fácilmente comprensible en la no intervención y en librarse así del coste actual. La satisfacción demuestra ejercer aquí una influencia social creciente, más decisiva que en el pasado. La red de autopistas, las carreteras generales, los aeropuertos, puede que hasta los hospitales y las escuelas de una época anterior y económicamente mucho más austera que en la que los votantes favorecidos eran muchísimo menor, no podrían construirse hoy” [4] .
De esta manera, la mayoría satisfecha privilegia el beneficio a corto plazo a la construcción de un futuro mejor que es siempre incierto y el cual ellos tal vez no disfrutarán.
3) La tercer característica de los opulentos de la sociedad es su visión sumamente selectiva del papel del Estado. En líneas generales, la mayoría satisfecha visualiza al Estado como una carga. De esta forma, para los que disfrutan de una situación desahogada es imprescindible reducir o eliminar esta carga, lo cual se traduce en una reducción de los impuestos.
Sin embargo, esta critica hacia la intervención del Estado por parte de los satisfechos es selectiva. En efecto, este sector de la sociedad no se queja del Estado cuando sus intervenciones los favorece. Según Galbraith “...aunque en general se haya considerado al gobierno como una carga, ha habido, como se verá, costosos y significativas excepciones a esta amplia condena. Se han excluido de la critica, claro, las pensiones profesionales, los servicios médicos de las categorías de ingresos superiores, el sostén de las rentas agrarias y las garantías financieras para los depositantes de bancos y cajas de ahorro en quiebra. Son firmes pilares del bienestar y la seguridad de la mayoría satisfecha. Nadie soñaría con atacarlas, ni siquiera marginalmente, en ninguna contienda electoral” [5] .
Incluso, sostiene Galbraith, dentro de las erogaciones públicas que nadie se anima a atacar entran los gastos militares, a pesar de que generan fuertes efectos fiscales negativos. El justificativo de estos elevados gastos es que son percibidos como una protección vital para la continuidad del bienestar de la mayoría satisfecha, en el pasado amenazado por el comunismo y en la actualidad por el terrorismo. Hasta los republicanos que pregonan por un presupuesto equilibrado y una reducción del gasto público son férreos defensores de los gastos militares.
De esta manera, si bien los opulentos consideran al Estado como una pesada carga, aquellas erogaciones públicas que los favorecen son tomadas como dignas excepciones del gasto estatal. El resto, es decir, el gasto del Estado en defensa de los menos privilegiados es considerado por la mayoría satisfecha como una carga que debe reducirse.
Como señala el autor “tales son las excepciones que hace la mayoría satisfecha a su condena general del Estado como una carga. El gasto social favorable a los afortunados, el rescate financiero, el gasto militar y, por su puesto, los pagos de intereses constituyen, con mucho, las partes más sustancial del presupuesto del Estado y la que ha experimentado, con gran diferencia, en fecha reciente, mayor incremento. Lo que queda –gasto para ayuda social, viviendas baratas, servicios médicos para los sin ellos desvalidos, enseñanza pública y las diversas necesidades de los grandes barrios pobres- es lo que hoy se considera como la carga del Estado. Es únicamente lo que sirve a los intereses de los que no pertenecen a la mayoría satisfecha; es, ineludiblemente, lo que ayuda a los pobres” [6] .
4) La cuarta y última característica es la tolerancia que presenta la mayoría satisfecha respecto a las grandes diferencias de ingreso. El autor plantea que aquellos que pertenecen al sector afortunado de la sociedad aunque menos acaudalados soportan los ingresos sumamente elevados de los muy ricos, por temor a que en la redistribución de la riqueza estén amenazados también sus ingresos.
En efecto, “se respeta aquí una convención general bastante plausible: el coste de la prevención de cualquier ataque a la propia renta es la tolerancia de una mayor cuantía para otros” [7] . En este sentido, la opulencia de los muy ricos es el precio que paga el resto de la mayoría satisfecha para poder retener su ingreso que es drásticamente menor pero que les permite vivir sin sobresaltos.
Por otro lado, esta tolerancia de las altas rentas de los sectores más ricos de la sociedad se defiende con el siguiente argumento: la mejor manera de ayudar a los más pobres es reduciendo los impuestos a los más ricos. Efectivamente, al reducirse los impuestos a los más satisfechos de los satisfechos esto se traduciría en más inversiones, lo cual terminaría beneficiando a los más pobres dándole trabajo. Como sostiene Galbraith “...la teoría de que si se alimenta al caballo generosamente con avena, algunos granos caerán en el camino para los gorriones” [8] .
En resumen, estas son las cuatros características de la mayoría satisfecha, es decir, del sector social que tiene la posibilidad de disfrutar un bienestar económico que le permite vivir con desahogo sus vidas.
Sin embargo, sostiene el autor, este bienestar material de la mayoría satisfecha es sostenido y fomentado por la presencia de una clase numerosa que no participa de la comunidad favorecida, la cual Galbraith denomina la Subclase Funcional integrada por los más pobres de la sociedad norteamericana.
A su vez, el autor plantea que existe una minoría de los satisfechos que les preocupa además de su satisfacción personal la situación de los desfavorecidos que no tienen la suerte de participar de su bienestar material.
En efecto, existe un grupo de individuos integrados por intelectuales, periodistas, disidentes profesionales que manifiestan simpatía por los marginados. Sin embargo, plantea Galbraith, no constituyen una amenaza seria para la mayoría satisfecha. Todo lo contrario, este grupo consolida la posición de los opulentos al democratizar la posición dominante de la mayoría satisfecha.
En otras palabras, con su defensa de los excluidos demuestran que el sistema democrático funciona. Como sostiene Galbraith “los progresistas en Estados Unidos y los políticos y portavoces laborista en Gran Bretaña son, en realidad, vitales en este sentido. Sus escritos y su retórica dan esperanza a los excluidos y garantizan, al menos, que no son marginados a la par que ignorados” [9] .
LA MAYORÍA SATISFECHA ARGENTINA:
A partir del conflicto desatado con las retenciones móviles se observó en todo su esplendor el accionar de la mayoría satisfecha argentina. A lo largo de todo el conflicto se vio reflejado en todos los actores sociales que se opusieron a la medida implementada por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, fundamentalmente las entidades agrarias, las distintas características detalladas por Galbraith que presentan los sectores opulentos norteamericanos.
1) Los agricultores afirmaron que están recibiendo lo que se merecen en justicia, esto es, que la renta agraria percibida es producto de sus esfuerzos. En este sentido, se estereotipó al agricultor como el campesino que se levanta a las 5 de la mañana para trabajar sus tierras y que trabaja de sol a sol.
Por lo tanto, para los agricultores no es justo que el Estado intervenga a través de las retenciones para extraerle parte de su renta con el objetivo de distribuirlo entre los menos favorecidos. Es decir, la mayoría satisfecha argentina se mostró indignada ante la intención del Estado nacional de cobrarle impuesto al núcleo sojero pues lo consideran como una usurpación de aquello que tan claramente se merecen.
En este sentido, se oculta que buena parte de la renta percibida por los agricultores es como resultado de una política económica llevada a cabo por el gobierno nacional: la devaluación de la moneda. Política económica que además fue soportada por los asalariados que a partir de la inflación vieron reducido su salario real.
Por otro lado, junto con la devaluación de la moneda, la renta extraordinaria de la soja se debe al abrupto incremento de los precios internacionales de las materias primas a partir del aumento del consumo sobre todo de China y la India pero además también por el vuelco de gran parte de la especulación financiera internacional que se dedicó al negocio de las materias primas.
Por lo tanto, el crecimiento extraordinario de sus ingresos no se debió fundamentalmente a sus esfuerzos personales sino más bien por factores exógenos a los agricultores, esto es, por la devaluación de la moneda nacional y por el crecimiento internacional del precio de las materias primas.
2) En las entidades agrarias durante el conflicto también se notó su privilegio del corto por el largo plazo. En efecto, gran parte de su discurso en contra de las retenciones móviles era que se debía aprovechar el contexto internacional que favorecía a la Argentina a partir de los elevados precios de las materias primas.
Para las entidades agrarias esto significa venderle al mundo lo que el mundo necesita. Es decir, retomar los lineamientos generales del modelo agroexportador que implica la venta externa de productos primarios, fundamentalmente soja.
Por lo tanto, para aprovechar el contexto internacional, según los agricultores es conveniente reducir las retenciones para así de esta manera permitirles incrementar la inversión agraria y de esta forma producir una mayor cantidad para aumentar las exportaciones.
Esto implica que el Estado no intervenga para fijar las rentabilidades relativa de la economía. Esto se traduciría en que ante el aumento abrupto de la soja a nivel internacional la rentabilidad del sector sojero es mayor a la rentabilidad de los otros sectores económicos, esto es, al resto de las actividades agrarias – ganaderas y al sector manufacturero.
Este fenómeno genera que la mayor parte de la inversión sea destinada en la economía argentina a la producción de soja desalentando de esta forma la inversión en trigo, maíz, leche, carne y productos manufacturados. Esto se traduce en dos hechos: primero, como la soja se produce casi exclusivamente para la exportación se reduciría la producción de productos agrarios – ganaderos que se destina al consumo interno y, segundo, se atentaría al modelo de industrialización al ser menos rentable la inversión en el sector manufacturero que en el sector sojero.
Ahora bien, es de esperar que este aumento en el precio internacional de la soja y de las materias primas en general no sea indefinido. Por lo tanto ¿qué sucedería entonces si se reduce el precio de la soja y el gobierno, como pretenden las entidades agropecuarias, no fija las rentabilidades relativas de la economía y deja que las ganancias del núcleo sojero aumentara más que los beneficios de las otras actividades permitiendo de esta forma el avance de la producción de soja en detrimento de las otras actividades?.
Nos encontraremos que la economía argentina se especializó en la producción de un bien que no se consume internamente y que ahora al bajar el precio internacional tampoco es tan rentable exportarlo. Pero además nos especializaremos en un producto que no genera valor agregado y que por lo tanto no se traduce en puestos de trabajo, lo cual implicaría que este tipo de especialización se traduciría en un incremento de la desocupación.
De esta forma, en términos de las entidades agropecuarios, aprovechar el contexto internacional es privilegiar el corto plazo para hipotecar el largo plazo de la economía y la sociedad argentina. En otras palabras, permitirles a los agropecuarios la obtención de una renta extraordinaria a partir de la exportación de la soja, atentando contra la producción de los alimentos para los argentinos y contra el proceso de industrialización de la economía argentina.
En este sentido, en contraposición a los sostenido por las entidades agropecuarias durante el conflicto, aprovechar el contexto internacional implica tener una perspectiva de largo plazo, previendo que el precio de las materias primas no se mantendrán indefinidamente en niveles altos. Esto implica, por lo tanto, a partir de distintas intervenciones estatales incrementar la producción de trigo, maíz, leche y carne para bajar el precio interno de los alimentos y aumentar el consumo de los argentinos y, por otro lado, profundizar el proceso de industrialización de la economía argentina permitiendo, entre otras cosas, reducir el nivel de desempleo, pobreza e indigencia.
En otras palabras, pensar en el largo plazo es generar a través del intervensionismo estatal un desarrollo económico y social, y no simplemente obtener un crecimiento económico en base a la exportación de soja. Esto último lo único que permitiría es la obtención de una extraordinaria renta en el corto plazo del núcleo sojero.
Por otro lado, esta visión cortoplacista de las entidades agropecuarias se observa en su total despreocupación por la tendencia hacia el monocultivo. Es decir, aprovechar el contexto internacional en la perspectiva de los agropecuarios se traduce en producir cada vez más soja a costa de la fertilidad futura de la tierra argentina.
Dicho de otra forma, producir la mayor cantidad de soja posible en el corto plazo para obtener de esta manera la mayor renta posible antes que baje el precio internacional de la soja sin preocuparme por los desastres ambientales que esto genera.
Nuevamente, las entidades agrarias privilegian el corto al largo plazo, total como dice Galbraith el futuro es incierto y además ellos no estarán.
3) Durante todo este conflicto también se observó la visión sumamente selectiva por parte de las entidades agropecuarias del papel del Estado. Una de las cuestiones que quedó más claro es que para los agricultores el Estado en líneas generales es percibido como una carga.
Para ellos el Estado es un socio que participa de las ganancias del campo pero que desaparece en los momentos de las malas cosechas. Por lo tanto, exigen la no intervención del Estado en la economía.
Sin embargo, nunca se escuchó criticar con anterioridad al conflicto a las entidades agrarias cuando el Estado nacional le refinanció las deudas salvando la mayor parte de los campos que se encontraban hipotecados lo cual les permitió a muchos agricultores salvar sus tierras, ni tampoco se los escuchó criticar el gasto público destinado para mantener la moneda devaluada que genera un incremento de la rentabilidad en pesos de los exportadores y tampoco criticaron la intervención del Estado subsidiando el gas oil para abaratar los costos de los agricultores debido al alto precio internacional del petróleo.
Esto demuestra en primer lugar que el Estado no es un socio que sólo participa de las ganancias sino que gracias a su intervención permite aumentar la rentabilidad de los productores. Pero que además las entidades agrarias no se quejan de la intervención del Estado, sino que critican las intervenciones gubernamentales que no los beneficia.
4) En el conflicto por las retenciones móviles se observó también la tolerancia que muestra gran parte de la mayoría satisfecha respecto de las grandes desigualdades en la distribución del ingreso. En efecto, las entidades agropecuarias estuvieron fuertemente apoyadas por un gran sector de los afortunados que nada tenían que ver con el campo ni muchos menos les afectaba las retenciones móviles de la soja. Incluso, este apoyo se dio conociendo las rentas extraordinarias percibidas por el núcleo sojero que lideró el conflicto agrario.
Si bien detrás de este apoyo podemos encontrar un número importante de causas, uno de los factores fundamentales es la oposición a cualquier medida redistributiva implementada por el Estado nacional. Pues esta distribución es amenazante para el grueso de la mayoría satisfecha.
De esta forma, prefieren apoyar la renta extraordinario de un grupo reducido de productores con tal de no ser afectada en algún momento su renta en el proceso de distribución del ingreso. Parafraseando a Galbraith, la opulencia esplendorosa del núcleo sojero es el precio que paga el resto de la mayoría satisfecha menos opulenta para poder retener lo que es menos pero que está muy bien de todos modos.
Por tal motivo, buena parte de la mayoría satisfecha argentina salió en defensa de las entidades agropecuarias a pesar de no sentirse afectado directamente por las retenciones móviles establecidas por el gobierno nacional.
Por último, también durante el conflicto agropecuario participó esa minoría de la mayoría satisfecha preocupada por los marginados pero inofensiva para la posición dominante de los opulentos. En efecto, una parte del progresismo argentino integrado por intelectuales, periodista y políticos que escribían y hablaban permanentemente a favor de la distribución del ingreso pero que sin embargo durante este conflicto decidieron ser funcionales, por diferentes motivos, a las entidades agropecuarias.
Estos sectores son profundamente necesarios para darle un aire de democracia a la posición dominante de la mayoría satisfecha. Entre estos sectores podemos destacar a Proyecto Sur cuyo diputado Claudio Lozano a pesar de expresar su pasión por la redistribución del ingreso terminó votando, más allá de sus explicaciones, a favor de las entidades agropecuarias.
El voto de Cobos por la negativa al proyecto de retenciones móviles para la soja muestra la preponderancia cultural, económica, política y social de la mayoría satisfecha argentina. Los sectores opulentos de la sociedad afirman que gracias al voto de Cobos se pacificó el país. Pero al mismo tiempo dan una señal: esta pacificación depende de que la posición dominante de la mayoría satisfecha no se vuelva a discutir, esto es, la paz social depende de que no se insista más en la distribución del ingreso.
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