Ariadna Somoza Zanuy, Buenos Aires Económico, 11 de diciembre de 2009.
El momento histórico que nos toca vivir es, tal vez, único, ya que estamos ante la posibilidad más real de construcción de la integración latinoamericana desde que la soñaron nuestros libertadores. Los distintos procesos populares que se están viviendo en nuestro continente conforman un clima de época y un pensar a latinoamérica revolucionándose en lo político, social, cultural y económico.
A pesar de que en cada país este proceso tiene sus características, empiezan a configurarse políticas de conjunto que poco a poco comienzan a institucionalizarse. Esta es la llamada integración regional de la que tanto hablamos, y que en materia económica tiene distintos puntos a tener en cuenta.
En primer lugar, debemos recordar que no hace muchos años la única alternativa para América Latina era el ALCA: tratado de libre comercio que nos imponía Estados Unidos como una forma de “salvarnos” y tener cómo vender nuestros productos, cómo estar insertos en el mundo, algo que tanto preocupa a nuestras elites locales. Lo que éste tratado escondía era la sumisión total ante una de las economías más poderosas del planeta, la cual era la única beneficiaria de éste tratado, ya que implicaba que latinoamérica eliminara sus trabas aduaneras para poder ser inundada de productos estadounidenses, mientras esa economía era totalmente protegida ante posibles ventas desde el Sur. Por supuesto que este intento de dominación económica trae aparejadas fuertes consecuencias políticas, sociales y culturales, y para ello no hace falta más que mirar las consecuencias en los países que han firmado Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos.
Fue la lucha popular y la fuerte decisión de sus líderes la que pudo derrotar este nuevo pacto colonial, y allá por el 2005 en Mar del Plata fuimos anfitriones de esta victoria. Como vemos, hace apenas 4 años la única alternativa era el ALCA impuesta por Estados Unidos, y hoy ya tenemos una alternativa propia que está en marcha: el ALBA.
El ALBA nació como una iniciativa de Cuba y Venezuela, pero hoy en día el mismo está integrado, además, por Ecuador, Nicaragua, Honduras, Bolivia, Dominica, Antigua y Barbuda y San Vicente y las Granadinas. A diferencia de los típicos Tratados de Libre Comercio (TLC) que propugna Estados Unidos, entre los cuales el ALCA fue el más importante, la esencia del ALBA no es meramente comercial, sino que se trata de una estrategia de integración basada en la solidaridad, el reconocimiento de las particulares étnicas, culturales y sociales y el bienestar de los pueblos por sobre la libre circulación de mercancías y mano de obra y la libertad de empresa que proponen los TLC. Se puede decir que el aspecto económico-comercial del ALBA tiene que ver más con un medio para alcanzar los objetivos anteriores que un fin en sí mismo.
Las oligarquías latinoamericanas se desgajan insistiendo en que las transacciones realizadas en el marco del ALBA son perjudiciales: por una misma transacción comercial, en Venezuela dirán que fue perjudicial para Venezuela, y en Ecuador dirán que fue perjudicial para Ecuador. En Venezuela se cansan de plantear que se está “regalando el petróleo a países amigos”, cuando en realidad se está utilizando el mismo para pagar por cuestiones tan esenciales que Venezuela no pudo desarrollar por sus mismas oligarquías locales, como ser la Soberanía Alimentaria, en la que Argentina es protagonista principal a través del INTA y el INTI. Obviamente, con un gobierno con otro proyecto político, Venezuela utilizaría, tal vez, esa fortaleza económica que le brinda el petróleo para dominar políticamente a otros países. El caso bolivariano es totalmente inverso.
Los que estas elites están cuestionando, en realidad, es que empiece a primar en América Latina otra lógica diferente a la del mercado, en la cual la cuestión meramente económica sea un anexo de una integración política fuerte de procesos que van en el mismo sentido y que deben fortalecerse eliminando las asimetrías económicas. Esto es pensarse verdaderamente como región en un proyecto de liberación latinoamericana.
Una expresión de la eliminación de estas asimetrías regionales es la propuesta del SUCRE: Sistema Único de Compensación Regional, propuesta que surgió de Ecuador a fines del 2009 y que empezará a funcionar de manera virtual el próximo año. El mismo es una nueva arquitectura financiera para la región que, como su nombre lo indica, expresa la voluntad de compensar, lo cual significa poder disminuir las diferencias económicas regionales existentes, intentando que el comercio internacional en la región sea más justo, basándose esto en el principio de solidaridad y bienestar de los pueblos. Esto significa pensar mecanismos que eliminen las diferencias en cuanto a los distintos tipos de cambios, a las distintas producciones y productividades, resaltando capacidades y oportunidades de cada país, fortaleciendo a los más débiles, buscando la cooperación monetario-financiera, creando un Banco Regional de Desarrollo para definir inversiones y otorgar créditos a los países miembros. El SUCRE consistiría, entonces, en la institucionalización de las prácticas ya desarrolladas por los distintos países, prácticas que exceden el ALBA (como el caso Argentina-Venezuela), prácticas del ALBA o prácticas del MERCOSUR.
Este último, en el marco de la existencia del ALBA y de las experiencias soberanas que se están desarrollando en latinoamérica, tendrá que darse un proceso de redefinición entre ser más parecido a un TLC (tal como su nombre lo indica, “mercado común”) en el cual las distintas elites de los distintos países que lo componen están en disputa por quién domina a quién, o dar un giro hacia algo más parecido al ALBA en cuanto a sus valores programáticos. Por supuesto que no será una tarea fácil, ya que se trata de una institución más bien formada por las oligarquías locales y escasa participación popular, pero bien es una tarea que pueden darse los pueblos y los distintos líderes para transformarlo en una herramienta al servicio de los procesos soberanos en marcha.
En el marco del MERCOSUR y por fuera del ALBA, Argentina y Brasil han sido pioneras en plantear el intercambio comercial sin el dólar como patrón. Si bien la propuesta del SUCRE es superadora en cuanto implica todo un nuevo sistema financiero y una moneda común que sea patrón, la iniciativa de estos dos países permite pensar un intercambio en las monedas locales; en un principio, por un interés económico, ya que es mucho el dinero que se ahorran dos países que no tienen el dólar como moneda el tener que comerciar sin el mismo, pero principalmente el significado es político, ya que se está poniendo en cuestión en la región al patrón dólar. ¿Qué sentido tiene que Honduras tenga que comprar dólares a EEUU para poder comprarle petróleo a Venezuela? En el medio de este perverso mecanismo, queda mucho dinero de los latinoamericanos y, sobre todo, la posibilidad de alcanzar la soberanía política de los proyectos nacionales que se perfilan hoy en Nuestra América.
La crisis internacional ayudó a poner en duda estos viejos paradigmas, a darle fuerza a los procesos latinoamericanos. Pero esta crisis demostró también lo perverso del sistema actual, en el cual las grandes potencias siguen siendo una aspiradora de divisas de países que logran recuperarse económicamente y, cuando lo hacen, se descapitalizan antes de poder desarrollarse porque los países centrales aspiran sus divisas. Este sistema tiene su terminal final en la mayor potencia, EEUU, y el “patrón dólar” que rige para todos los movimientos financieros de todo el mundo.
Esta fuga de capitales constantes hacia los países centrales, ya sea vía pago a organismos internacionales de crédito, vía remisión de divisas al exterior, vía depósitos bancarios en el exterior o colocación en forma de bonos en el tesoro norteamericano, implica ni más ni menos que los países de la región no dispongan de su propio dinero para sustentar sus proyectos nacionales soberanos. Esta dominación económica, por ende, tiene directo impacto en la dominación política. No hay posibilidad de emancipación de la región si no se construye un nuevo sistema financiero, acorde a estos cambios.
Es por ello que iniciativas como el ALBA, el SUCRE, el Banco del Sur, la reformulación del MERCOSUR, el comercio bilateral en otros términos entre países de la región, son todas partes de un nuevo paradigma que se está construyendo en latinoamérica y también en el mundo. De lo que se trata aquí es de ganar la pulseada a quienes quieren seguir pensado en términos de mercado sobre los Estados, ganancias extraordinarias, rentabilidad, libre disponibilidad de mano de obra, libre circulación de mercancías sin prever los efectos locales, liberalización total para la dominación imperial, el dólar como patrón indiscutible a nivel mundial: son aquellos que siguen proclamando, muy fuera de moda, los TLC.
Las iniciativas descriptas, que los enfrentan, a pesar de ser iniciativas aún desordenadas y poco sistémicas, conforman un incipiente proceso de institucionalización de las luchas de nuestros pueblos y la direccionalización y voluntad de los líderes de la región y, por ende, deben ser llenados de participación popular para que realmente reflejen los intereses soberanos de nuestras patrias y, principalmente, de nuestra Patria Grande.
jueves, 17 de diciembre de 2009
viernes, 27 de noviembre de 2009
El estructuralimso latinoamericano clásico
Juan Santiago Fraschina, Buenos Aires Económico, 27 de noviembre de 2009.
El estructuralismo latinoamericano clásico, que se consolidó en la década del cincuenta y sesenta a partir de las discusiones mantenidas con la ortodoxia económica representada por el Fondo Monetario Internacional, estuvo fuertemente asociado a la creación de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en 1948 por las Naciones Unidas.
En efecto, uno de los estructuralistas latinoamericanos más reconocidos fue el primer director de la CEPAL: Raúl Prebisch. Por lo tanto, las tesis estructuralistas estuvieron esencialmente asociadas a los escritos de la CEPAL.
La visión estructuralista comienza criticando a la corriente convencional sobre el papel del comercio internacional. Según la teoría neoclásica, basada en la idea de ventajas comparativas de David Ricardo, el libre comercio conduciría a reducir la desigualdad entre los países desarrollados y los subdesarrollados.
Sin embargo, para la corriente estructuralista la libertad de comercio condujo, en contraposición a lo pensado por la visión ortodoxa, a la consolidación de la división internacional del trabajo, fundada sobre la explotación de ventajas comparativas estáticas, condenando a la región Latinoamericana a una especialización empobreciente basada en la exportación de bienes primarios a los países desarrollados.
En este sentido, para el paradigma estructuralista, la tradicional división internacional del trabajo que caracterizaba al modelo agroexportador era una de las causas centrales para explicar la condición de subdesarrollo de la región latinoamericana.
Para demostrar esta tesis el análisis estructuralista desarrolló la teoría centro – periferia. Según el paradigma estructuralista la economía mundial esta compuesta por dos polos: el centro y la periferia.
Por un lado, los países centrales que presentan economías homogéneas y diversificada y donde el sector económico más importante es el industrial. Por otro lado, los países periféricos caracterizados por economía heterogéneas y escasamente diversificadas. Con heterogéneas se refieren a la existencia de una estructura productiva divergente, en la cual se presenta un sector primario – exportador con una elevada productividad junto al resto de la economía sumergida en producciones de subsistencia. Con escasamente diversificada se refieren a la especialización por parte de las economías periféricas en la producción y exportación de productos primarios con pocos efectos de encadenamientos con el resto de los sectores productivos.
De esta forma, según el estructuralismo, la división internacional del trabajo que caracterizaba al modelo agroexportador condujo a una doble heterogeneidad estructural que perjudicaba a los países periféricos. Por un lado, a una heterogeneidad a nivel nacional en la estructura económica de los países periféricos. Por otro lado, a una heterogeneidad internacional en la cual los países periféricos se especializaron en la producción de bienes primarios mientras que los países centrales se volcaron hacia el desarrollo de las actividades industriales.
En esta línea se encuentra la teoría estructuralista del deterioro de los términos de intercambio. Según esta teoría en el largo plazo la tradicional división internacional del trabajo que generó un sistema internacional asimétrico se traduce en un mayor distanciamiento de la periferia con respecto a los países centrales, produciendo de esta forma que el libre comercio sea más ventajoso para los países desarrollados.
Para la visión estructuralista este fenómeno se debe fundamentalmente al progreso técnico. En efecto, los avances tecnológicos se producen generalmente en el sector manufacturero. Por lo tanto, si los países desarrollados se especializan en la producción de bienes industriales logran monopolizar los frutos del progreso técnico, generando un deterioro secular de los términos de intercambio en detrimento de los países periféricos especializados en la producción de bienes primarios caracterizada por escasos cambios tecnológicos.
Por lo tanto, la pregunta que surgió para los estructuralistas fue: ¿cómo destruir este sistema internacional que condujo a una especialización empobreciente a los países latinoamericanos?. Para esto la visión estructuralista proponía la industrialización de la región para superar el subdesarrollo latinoamericano.
Para estos economistas el proceso de industrialización de América Latina debía cumplir una doble función. En primer lugar, reducir el desequilibrio externo con los países centrales. En efecto, la industrialización permitiría reducir la brecha tecnológica con respecto a los países desarrollados que era la base de la diferencia estructural entre el centro y la periferia.
En segundo lugar, el desarrollo del sector manufacturero permitiría reducir los desequilibrios internos al posibilitar mejorar la distribución del ingreso al disminuir la desocupación y con esto la pobreza y la indigencia.
En otras palabras, el proceso de industrialización reduciría la heterogeneidad internacional y nacional que había generado la tradicional división internacional del trabajo. El desarrollo industrial conduciría a consolidar economías con estructuras más diversificadas y homogéneas que permitiría al mismo tiempo reducir la desigualdad existente con los países desarrollados.
De esta forma, para la visión estructuralista la única manera para superar el subdesarrollo de los países latinoamericanos era transformar estructuralmente sus economías. Esto es, transformar las economías agroexportadoras en economías industriales.
Pero entonces la otra pregunta que surge es: ¿cómo pueden las economías latinoamericanas experimentar un proceso de industrialización?. Para los estructuralistas este objetivo se lograba básicamente a través de dos fenómenos: una fuerte intervención estatal y la integración regional.
En la función del Estado el estructuralismo latinoamericano se diferenció nuevamente de la visión ortodoxa sustentada en el liberalismo económico. Los estructuralistas poseían una visión positiva del Estado.
En otras palabras, para estos economistas era fundamental la intervención del Estado en la economía. El libre juego del mercado condujo a las economías de América Latina hacia el modelo agroexportador que se tradujo en un desequilibrio internacional al alejarnos del nivel de desarrollo de los países centrales y a un desequilibrio interno al consolidarse una economía fuertemente heterogénea.
Por lo tanto, para poder generar una transformación estructural de las economías de la región a partir del proceso de industrialización era fundamental la intervención del Estado. Para estos economistas entonces el Estado debía realizar un conjunto de medidas para direccionar el proceso de industrialización, es decir, promover al desarrollo manufacturero a través de un programa planificado.
De esta forma, las principales funciones del Estado debían ser la de acelerar la acumulación del capital intensificando la sustitución de importaciones a través de diferentes medidas como el proteccionismo; construir la infraestructura necesaria para el proceso de industrialización; orientar los recursos financieros hacia la inversión productiva; estimular la inversión privada y promover el desarrollo tecnológico.
Incluso, para la visión estructuralista la intervención estatal en los países latinoamericanos debía ser más sustancial que en los países desarrollados. Efectivamente, en los países periféricos la fuerte intervención del Estado era fundamental para lograr una transformación estructural de las economía periféricas, objetivo que en los países centrales no era necesario.
Junto a la intervención del Estado era imprescindible para el desarrollo industrial de la región, según los estructuralistas, la integración latinoamericana. Pues a la incipiente industria de América Latina le resultaría al principio casi imposible competir con el sector manufacturero de los países desarrollados. Por lo tanto, la integración latinoamericana permitiría la ampliación de los mercados para la industria de América Latina.
De esta forma, la integración económica de la región haría viable la utilización de tecnologías que exigen una gran escala de producción por razones de rentabilidad. En otras palabras, la integración de América Latina daría las condiciones necesarias para que el sector manufacturero se transforme definitivamente en el motor del desarrollo de la región.
Por otro lado, para los estructuralistas la conformación de un bloque latinoamericano era fundamental no sólo desde el punto de vista económico sino también desde el punto de vista estratégico al permitir ofrecer una mayor oposición a los intereses de los países desarrollados.
La economía kirchnerista
Durante el crecimiento económico experimentado durante la etapa kirchnerista por la economía argentina se verifica un liderazgo de la construcción y de la industria manufacturera entre los sectores productores de bienes. En efecto, los dos sectores de mayor crecimiento fueron la construcción y el sector industrial. De esta forma, a partir del gobierno de Kirchner se produjo un cierto proceso de reindustrialización de la economía argentina, rompiendo de esta manera con el proceso de desindustrialización que se produjo a partir del modelo neoliberal de valorización financiera instaurado por la dictadura militar de 1976.
El inicio de este proceso de valorización productiva se produjo a partir de dos rasgos esenciales reintroducidos por el gobierno de Kirchner: una fuerte intervención estatal y la integración latinoamericana.
Con respecto a la intervención del Estado su puede visualizar en dos aspectos. Por un lado, a partir de un incremento sustancial en el gasto público en general y en la inversión pública en particular. Por otro lado, el aumento del intervensionismo estatal se produjo en el intento del Estado Nacional en la regulación de la economía, como por ejemplo en la fijación de precios máximos para contener la inflación.
Pero también la consolidación de la integración latinoamericana fue uno de los pilares centrales de la etapa kirchnerista con el objetivo central de profundizar el proceso de industrialización de la economía argentina. En este sentido, podemos destacar desde el fortalecimiento del MERCOSUR, la negativa para la conformación del ALCA, la creación del Banco del Sur y la conformación de Unasur, entre otros procesos.
A partir de la resolución 125 que establecía, entre otras cosas, las retenciones móviles a la soja, volvió a la Argentina la disputa entre los dos modelos económicos. Por un lado, las entidades agrarias que proponen, implícita o explícitamente, el retorno del modelo agroexportador. Es decir, estructurar a la economía argentina como exportadora de productos primarios, lo cual implica la inserción periférica de nuestra economía en el comercio internacional y el liberalismo económico como filosofía para restringir la intervención estatal.
Del otro lado, se plantea la necesidad de profundizar el proceso de industrialización a partir de una fuerte intervención del Estado y una integración latinoamericana como vehículo del desarrollo industrial como proponían los estructuralistas latinoamericanos.
El estructuralismo latinoamericano clásico, que se consolidó en la década del cincuenta y sesenta a partir de las discusiones mantenidas con la ortodoxia económica representada por el Fondo Monetario Internacional, estuvo fuertemente asociado a la creación de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en 1948 por las Naciones Unidas.
En efecto, uno de los estructuralistas latinoamericanos más reconocidos fue el primer director de la CEPAL: Raúl Prebisch. Por lo tanto, las tesis estructuralistas estuvieron esencialmente asociadas a los escritos de la CEPAL.
La visión estructuralista comienza criticando a la corriente convencional sobre el papel del comercio internacional. Según la teoría neoclásica, basada en la idea de ventajas comparativas de David Ricardo, el libre comercio conduciría a reducir la desigualdad entre los países desarrollados y los subdesarrollados.
Sin embargo, para la corriente estructuralista la libertad de comercio condujo, en contraposición a lo pensado por la visión ortodoxa, a la consolidación de la división internacional del trabajo, fundada sobre la explotación de ventajas comparativas estáticas, condenando a la región Latinoamericana a una especialización empobreciente basada en la exportación de bienes primarios a los países desarrollados.
En este sentido, para el paradigma estructuralista, la tradicional división internacional del trabajo que caracterizaba al modelo agroexportador era una de las causas centrales para explicar la condición de subdesarrollo de la región latinoamericana.
Para demostrar esta tesis el análisis estructuralista desarrolló la teoría centro – periferia. Según el paradigma estructuralista la economía mundial esta compuesta por dos polos: el centro y la periferia.
Por un lado, los países centrales que presentan economías homogéneas y diversificada y donde el sector económico más importante es el industrial. Por otro lado, los países periféricos caracterizados por economía heterogéneas y escasamente diversificadas. Con heterogéneas se refieren a la existencia de una estructura productiva divergente, en la cual se presenta un sector primario – exportador con una elevada productividad junto al resto de la economía sumergida en producciones de subsistencia. Con escasamente diversificada se refieren a la especialización por parte de las economías periféricas en la producción y exportación de productos primarios con pocos efectos de encadenamientos con el resto de los sectores productivos.
De esta forma, según el estructuralismo, la división internacional del trabajo que caracterizaba al modelo agroexportador condujo a una doble heterogeneidad estructural que perjudicaba a los países periféricos. Por un lado, a una heterogeneidad a nivel nacional en la estructura económica de los países periféricos. Por otro lado, a una heterogeneidad internacional en la cual los países periféricos se especializaron en la producción de bienes primarios mientras que los países centrales se volcaron hacia el desarrollo de las actividades industriales.
En esta línea se encuentra la teoría estructuralista del deterioro de los términos de intercambio. Según esta teoría en el largo plazo la tradicional división internacional del trabajo que generó un sistema internacional asimétrico se traduce en un mayor distanciamiento de la periferia con respecto a los países centrales, produciendo de esta forma que el libre comercio sea más ventajoso para los países desarrollados.
Para la visión estructuralista este fenómeno se debe fundamentalmente al progreso técnico. En efecto, los avances tecnológicos se producen generalmente en el sector manufacturero. Por lo tanto, si los países desarrollados se especializan en la producción de bienes industriales logran monopolizar los frutos del progreso técnico, generando un deterioro secular de los términos de intercambio en detrimento de los países periféricos especializados en la producción de bienes primarios caracterizada por escasos cambios tecnológicos.
Por lo tanto, la pregunta que surgió para los estructuralistas fue: ¿cómo destruir este sistema internacional que condujo a una especialización empobreciente a los países latinoamericanos?. Para esto la visión estructuralista proponía la industrialización de la región para superar el subdesarrollo latinoamericano.
Para estos economistas el proceso de industrialización de América Latina debía cumplir una doble función. En primer lugar, reducir el desequilibrio externo con los países centrales. En efecto, la industrialización permitiría reducir la brecha tecnológica con respecto a los países desarrollados que era la base de la diferencia estructural entre el centro y la periferia.
En segundo lugar, el desarrollo del sector manufacturero permitiría reducir los desequilibrios internos al posibilitar mejorar la distribución del ingreso al disminuir la desocupación y con esto la pobreza y la indigencia.
En otras palabras, el proceso de industrialización reduciría la heterogeneidad internacional y nacional que había generado la tradicional división internacional del trabajo. El desarrollo industrial conduciría a consolidar economías con estructuras más diversificadas y homogéneas que permitiría al mismo tiempo reducir la desigualdad existente con los países desarrollados.
De esta forma, para la visión estructuralista la única manera para superar el subdesarrollo de los países latinoamericanos era transformar estructuralmente sus economías. Esto es, transformar las economías agroexportadoras en economías industriales.
Pero entonces la otra pregunta que surge es: ¿cómo pueden las economías latinoamericanas experimentar un proceso de industrialización?. Para los estructuralistas este objetivo se lograba básicamente a través de dos fenómenos: una fuerte intervención estatal y la integración regional.
En la función del Estado el estructuralismo latinoamericano se diferenció nuevamente de la visión ortodoxa sustentada en el liberalismo económico. Los estructuralistas poseían una visión positiva del Estado.
En otras palabras, para estos economistas era fundamental la intervención del Estado en la economía. El libre juego del mercado condujo a las economías de América Latina hacia el modelo agroexportador que se tradujo en un desequilibrio internacional al alejarnos del nivel de desarrollo de los países centrales y a un desequilibrio interno al consolidarse una economía fuertemente heterogénea.
Por lo tanto, para poder generar una transformación estructural de las economías de la región a partir del proceso de industrialización era fundamental la intervención del Estado. Para estos economistas entonces el Estado debía realizar un conjunto de medidas para direccionar el proceso de industrialización, es decir, promover al desarrollo manufacturero a través de un programa planificado.
De esta forma, las principales funciones del Estado debían ser la de acelerar la acumulación del capital intensificando la sustitución de importaciones a través de diferentes medidas como el proteccionismo; construir la infraestructura necesaria para el proceso de industrialización; orientar los recursos financieros hacia la inversión productiva; estimular la inversión privada y promover el desarrollo tecnológico.
Incluso, para la visión estructuralista la intervención estatal en los países latinoamericanos debía ser más sustancial que en los países desarrollados. Efectivamente, en los países periféricos la fuerte intervención del Estado era fundamental para lograr una transformación estructural de las economía periféricas, objetivo que en los países centrales no era necesario.
Junto a la intervención del Estado era imprescindible para el desarrollo industrial de la región, según los estructuralistas, la integración latinoamericana. Pues a la incipiente industria de América Latina le resultaría al principio casi imposible competir con el sector manufacturero de los países desarrollados. Por lo tanto, la integración latinoamericana permitiría la ampliación de los mercados para la industria de América Latina.
De esta forma, la integración económica de la región haría viable la utilización de tecnologías que exigen una gran escala de producción por razones de rentabilidad. En otras palabras, la integración de América Latina daría las condiciones necesarias para que el sector manufacturero se transforme definitivamente en el motor del desarrollo de la región.
Por otro lado, para los estructuralistas la conformación de un bloque latinoamericano era fundamental no sólo desde el punto de vista económico sino también desde el punto de vista estratégico al permitir ofrecer una mayor oposición a los intereses de los países desarrollados.
La economía kirchnerista
Durante el crecimiento económico experimentado durante la etapa kirchnerista por la economía argentina se verifica un liderazgo de la construcción y de la industria manufacturera entre los sectores productores de bienes. En efecto, los dos sectores de mayor crecimiento fueron la construcción y el sector industrial. De esta forma, a partir del gobierno de Kirchner se produjo un cierto proceso de reindustrialización de la economía argentina, rompiendo de esta manera con el proceso de desindustrialización que se produjo a partir del modelo neoliberal de valorización financiera instaurado por la dictadura militar de 1976.
El inicio de este proceso de valorización productiva se produjo a partir de dos rasgos esenciales reintroducidos por el gobierno de Kirchner: una fuerte intervención estatal y la integración latinoamericana.
Con respecto a la intervención del Estado su puede visualizar en dos aspectos. Por un lado, a partir de un incremento sustancial en el gasto público en general y en la inversión pública en particular. Por otro lado, el aumento del intervensionismo estatal se produjo en el intento del Estado Nacional en la regulación de la economía, como por ejemplo en la fijación de precios máximos para contener la inflación.
Pero también la consolidación de la integración latinoamericana fue uno de los pilares centrales de la etapa kirchnerista con el objetivo central de profundizar el proceso de industrialización de la economía argentina. En este sentido, podemos destacar desde el fortalecimiento del MERCOSUR, la negativa para la conformación del ALCA, la creación del Banco del Sur y la conformación de Unasur, entre otros procesos.
A partir de la resolución 125 que establecía, entre otras cosas, las retenciones móviles a la soja, volvió a la Argentina la disputa entre los dos modelos económicos. Por un lado, las entidades agrarias que proponen, implícita o explícitamente, el retorno del modelo agroexportador. Es decir, estructurar a la economía argentina como exportadora de productos primarios, lo cual implica la inserción periférica de nuestra economía en el comercio internacional y el liberalismo económico como filosofía para restringir la intervención estatal.
Del otro lado, se plantea la necesidad de profundizar el proceso de industrialización a partir de una fuerte intervención del Estado y una integración latinoamericana como vehículo del desarrollo industrial como proponían los estructuralistas latinoamericanos.
¿SÓLO DÓLAR ALTO?
Juan Santiago Fraschina pagina 12 suplemento económico cash 22 de noviembre de 2009.
Existe un grupo de economista “heterodoxos” que hablan del nuevo modelo de desarrollo impuesto desde el 2003 como la economía del dólar alto en forma despectiva, tratando de marcar que la única política o la política mas importante es la devaluación de la moneda nacional. Para este grupo de economistas, el modelo actual representa, más allá de algunos pequeños cambios, una continuidad del modelo rentístico-financiero-neoliberal iniciado con la dictadura militar del 1976 a partir de las políticas de Martínez de Hoz y legitimado y profundizado durante los gobierno democráticos posteriores.
El primer punto para señalar de esta visión es la relativización de la importancia de mantener un tipo de cambio competitivo. En un país como la Argentina donde culturalmente existe un fuerte apoyo al dólar bajo, es fundamental que el gobierno haya podido sostener un dólar alto.
En efecto, el modelo de Convertibilidad caracterizado por un tipo de cambio bajo las consecuencias económicas y sociales fueron desastrosas. En primer lugar, generó un “boom” importador, lo cual se tradujo en el quiebre de una gran cantidad de industria y en la profundización del proceso de industrialización. Este rasgos del modelo anterior implicó el aumento de la desocupación, la pobreza y la indigencia.
En segundo lugar, el tipo de cambio bajo que provocó un fuerte incremento de las compras al extranjero implicó una balanza comercial deficitaria al importar más de lo que exportábamos. Este déficit se financió fundamentalmente a través de las privatizaciones y la deuda externa pública. En resumen, la sobrevaluación cambiaria que fue un rasgo esencial del régimen convertible consolidó un modelo de desindustrialización unido a una incrementó de la exclusión social financiado por la venta de las empresas públicas y el endeudamiento externo del sector público.
Por lo tanto, haber conseguido sostener un tipo de cambio alto, que se tradujo en un cierto proceso de sustitución de importaciones y reindustrialización del país con el consiguiente generación de puestos de trabajo, reducción del desempleo y la pobreza, en un país con fuertes tendencias al apoyo del tipo de cambio bajo es un éxito de política económica.
Pero además es la política industrial central de la Argentina. La vigencia de un dólar alto no debe ser la única política en apoyo al aparato manufacturero. En efecto, debe ser acompañada de un conjunto de políticas económicas que acompañen al proceso de reindustrialización, como por ejemplo, una política crediciticia y de promoción pro industrial.
Sin embargo, si esta políticas complementarias se llevarán a cabo en un contexto de tipo de cambio bajo serían inútiles. Por lo tanto, y más allá de reconocer la ausencia de algunas políticas importantes, el sostenimiento del dólar alto es fundamental para cualquier intento de poder consolidar un proceso de reindustrialización de la economía argentina.
Ahora bien, el error de esta visión de economistas “heterodoxos” no es sólo el tema de relativizar la importancia del tipo de cambio alto, si no además el de considerar que la única política pro industrial desde el 2003 haya sido el dólar alto.
Junto con el tipo de cambio competitivo se llevó a cabo un conjunto de políticas fundamentales, con mayor o menos éxito, a favor del sector manufacturero. Por ejemplo, la política de subsidios. El subsidio a los servicios públicos para mantener el precio bajo permite reducir el costo de los industriales, al pagar menos gas y electricidad de los que deberían pagar si esos subsidios no existiría.
Pero también el subsidio al transporte público en definitiva termina beneficiando al sector industrial. En efecto, subsidiar las empresas de colectivos y el tren es abaratar el precio de la mano de obra de los industriales. Pues si el gobierno decide quitarle el subsidio al transporte, lo cual se traduciría en un incremento del boleto de colectivo y del tren, el empresaria tendría que aumentar los salarios de sus trabajadores.
Por lo tanto, la política de subsidia del nuevo modelo de desarrollo implica una reducción de los costos industriales. De nuevo, en un país donde culturalmente existe un repudió al subsidio, sostener esta política es un éxito en defensa del sector industrial.
Pero también el robustecimiento del mercado interno llevado a cabo desde el 2003 es una política industrial central. La mayor parte del sector manufacturero argentino, especialmente la pequeña y mediana empresas, se sostiene de sus ventas al mercado interno.
Existen dos políticas fundamentales que permitieron desde el 2003 la expansión del mercado interno. Por un lado, el incremento en forma permanente del gasto público. Por otro lado, la revitalización de las paritarias que implicaron un aumento del salario de los trabajadores, que junto con la reducción del desempleo se tradujo en un aumento del consumo de los sectores populares.
En un país en el cual el gasto público es visto en forma negativa y el aumento de los salarios de los trabajadores es visualizado como un reclamo desmedido de la clase obrera, sostener estas dos políticas para expandir el mercado interno es un éxito de política económica.
El fortalecimiento de la integración latinoamericana es una política pro industrial. En efecto, mientras que el sector agropecuario, al ser una actividad altamente competitiva, exporta principalmente a los países centrales, el sector industrial argentino exporta a los países latinoamericanos. Por eso es que la consolidación de la integración latinoamericano que permite al sector manufacturero poder incrementar sus exportaciones es una política pro industrial central.
En un país en el cual culturalmente existe una tradición que la Argentina debe tener relaciones carnales con los países centrales sostener y profundización la integración económica con los países de la región es un éxito de política económica.
Las retenciones es otra política pro industrial fundamental. En efecto, las retenciones permiten, por un lado, desacoplar los precios internos de los internacionales reduciendo de esta manera el aumento de los precios. Pero por otro lado, las retenciones permiten incrementar la recaudación del Estado para poder llevar a cabo la política de subsidios.
¿Qué pasaría si se eliminan las retenciones a los productos agropecuarios? Primero, aumentarían drásticamente las exportaciones de los productos del campo desabasteciendo al mercado internos generando de esta forma un aumento de los precios de los productos de primera necesidad. Esto llevaría al aumento de los salarios nominales generando un aumento de los costos laborales para el industrial argentino. Segundo, al eliminar las retenciones se reduce la recaudación del estado, lo cual obligaría a eliminar los subsidios con el consiguiente aumento del gas, electricidad y transporte público provocando de nuevo un incremento de los costos industriales.
En un contexto con el aumento de la ofensiva de las entidades agrarias después de la resolución 125, sostener la política de retenciones es un éxito de política pro industrial.
Por último, conseguir un crecimiento sostenido y sustentable es fundamental para estimular la inversión en la industria. Conseguir un superávit gemelo, es decir, tanto comercial como fiscal, más un proceso de desendeudamiento externo sumado a un incremento de las reservas del Banco Central permitieron darle sustentabilidad a la expansión económica.
La reducción de la incertidumbre permite el aumento de la inversión productiva. En el modelo anterior donde los ciclos económicos eran muy acentuados debido a los vulnerabilidad económica, la incertidumbre era uno de los factores centrales para el aumento de la propensión hacia la inversión especulativa.
Por lo tanto, consolidar una economía menos vulnerable permite reducir las fluctuaciones del producto y al mismo tiempo poder hacer política anticiclica para amortiguar los efectos de las crisis internacionales. Esta mayor solidez de la economía nacional que reduce la volatilidad es un logro esencial para incentivar a la inversión productiva en general y la industrial en particular.
¿Esto implica que todo esta bien en la economía Argentina? ¿Lo dicho anteriormente sugiere que no es necesario ninguna otra política económica para profundizar el proceso de industrialización? La respuesta es no. Existen características de la economía actual que reprodujeron y profundizaron ciertos rasgos del modelo neoliberal y que se deben modificar. Por otro lado, existen otro conjunto de políticas económicas que se pueden deben llevar a cabo para fomentar aún más al sector industrial. Esa nos es la discusión.
La discusión central con los economistas “heterodoxos” críticos es la relativización de todo los que se hizo en materia de política económica desde el 2003 para romper con el modelo rentístico financiero instaurado a partir de mediados de la década del setenta.
¿Habrá que esperar hasta el 2011 cuando gane la oposición para que estos economistas “heterodoxos” puedan valorar todo lo que se esta haciendo desde el 2003 aún sabiendo lo que falta? Espero que no sea demasiado tarde.
Existe un grupo de economista “heterodoxos” que hablan del nuevo modelo de desarrollo impuesto desde el 2003 como la economía del dólar alto en forma despectiva, tratando de marcar que la única política o la política mas importante es la devaluación de la moneda nacional. Para este grupo de economistas, el modelo actual representa, más allá de algunos pequeños cambios, una continuidad del modelo rentístico-financiero-neoliberal iniciado con la dictadura militar del 1976 a partir de las políticas de Martínez de Hoz y legitimado y profundizado durante los gobierno democráticos posteriores.
El primer punto para señalar de esta visión es la relativización de la importancia de mantener un tipo de cambio competitivo. En un país como la Argentina donde culturalmente existe un fuerte apoyo al dólar bajo, es fundamental que el gobierno haya podido sostener un dólar alto.
En efecto, el modelo de Convertibilidad caracterizado por un tipo de cambio bajo las consecuencias económicas y sociales fueron desastrosas. En primer lugar, generó un “boom” importador, lo cual se tradujo en el quiebre de una gran cantidad de industria y en la profundización del proceso de industrialización. Este rasgos del modelo anterior implicó el aumento de la desocupación, la pobreza y la indigencia.
En segundo lugar, el tipo de cambio bajo que provocó un fuerte incremento de las compras al extranjero implicó una balanza comercial deficitaria al importar más de lo que exportábamos. Este déficit se financió fundamentalmente a través de las privatizaciones y la deuda externa pública. En resumen, la sobrevaluación cambiaria que fue un rasgo esencial del régimen convertible consolidó un modelo de desindustrialización unido a una incrementó de la exclusión social financiado por la venta de las empresas públicas y el endeudamiento externo del sector público.
Por lo tanto, haber conseguido sostener un tipo de cambio alto, que se tradujo en un cierto proceso de sustitución de importaciones y reindustrialización del país con el consiguiente generación de puestos de trabajo, reducción del desempleo y la pobreza, en un país con fuertes tendencias al apoyo del tipo de cambio bajo es un éxito de política económica.
Pero además es la política industrial central de la Argentina. La vigencia de un dólar alto no debe ser la única política en apoyo al aparato manufacturero. En efecto, debe ser acompañada de un conjunto de políticas económicas que acompañen al proceso de reindustrialización, como por ejemplo, una política crediciticia y de promoción pro industrial.
Sin embargo, si esta políticas complementarias se llevarán a cabo en un contexto de tipo de cambio bajo serían inútiles. Por lo tanto, y más allá de reconocer la ausencia de algunas políticas importantes, el sostenimiento del dólar alto es fundamental para cualquier intento de poder consolidar un proceso de reindustrialización de la economía argentina.
Ahora bien, el error de esta visión de economistas “heterodoxos” no es sólo el tema de relativizar la importancia del tipo de cambio alto, si no además el de considerar que la única política pro industrial desde el 2003 haya sido el dólar alto.
Junto con el tipo de cambio competitivo se llevó a cabo un conjunto de políticas fundamentales, con mayor o menos éxito, a favor del sector manufacturero. Por ejemplo, la política de subsidios. El subsidio a los servicios públicos para mantener el precio bajo permite reducir el costo de los industriales, al pagar menos gas y electricidad de los que deberían pagar si esos subsidios no existiría.
Pero también el subsidio al transporte público en definitiva termina beneficiando al sector industrial. En efecto, subsidiar las empresas de colectivos y el tren es abaratar el precio de la mano de obra de los industriales. Pues si el gobierno decide quitarle el subsidio al transporte, lo cual se traduciría en un incremento del boleto de colectivo y del tren, el empresaria tendría que aumentar los salarios de sus trabajadores.
Por lo tanto, la política de subsidia del nuevo modelo de desarrollo implica una reducción de los costos industriales. De nuevo, en un país donde culturalmente existe un repudió al subsidio, sostener esta política es un éxito en defensa del sector industrial.
Pero también el robustecimiento del mercado interno llevado a cabo desde el 2003 es una política industrial central. La mayor parte del sector manufacturero argentino, especialmente la pequeña y mediana empresas, se sostiene de sus ventas al mercado interno.
Existen dos políticas fundamentales que permitieron desde el 2003 la expansión del mercado interno. Por un lado, el incremento en forma permanente del gasto público. Por otro lado, la revitalización de las paritarias que implicaron un aumento del salario de los trabajadores, que junto con la reducción del desempleo se tradujo en un aumento del consumo de los sectores populares.
En un país en el cual el gasto público es visto en forma negativa y el aumento de los salarios de los trabajadores es visualizado como un reclamo desmedido de la clase obrera, sostener estas dos políticas para expandir el mercado interno es un éxito de política económica.
El fortalecimiento de la integración latinoamericana es una política pro industrial. En efecto, mientras que el sector agropecuario, al ser una actividad altamente competitiva, exporta principalmente a los países centrales, el sector industrial argentino exporta a los países latinoamericanos. Por eso es que la consolidación de la integración latinoamericano que permite al sector manufacturero poder incrementar sus exportaciones es una política pro industrial central.
En un país en el cual culturalmente existe una tradición que la Argentina debe tener relaciones carnales con los países centrales sostener y profundización la integración económica con los países de la región es un éxito de política económica.
Las retenciones es otra política pro industrial fundamental. En efecto, las retenciones permiten, por un lado, desacoplar los precios internos de los internacionales reduciendo de esta manera el aumento de los precios. Pero por otro lado, las retenciones permiten incrementar la recaudación del Estado para poder llevar a cabo la política de subsidios.
¿Qué pasaría si se eliminan las retenciones a los productos agropecuarios? Primero, aumentarían drásticamente las exportaciones de los productos del campo desabasteciendo al mercado internos generando de esta forma un aumento de los precios de los productos de primera necesidad. Esto llevaría al aumento de los salarios nominales generando un aumento de los costos laborales para el industrial argentino. Segundo, al eliminar las retenciones se reduce la recaudación del estado, lo cual obligaría a eliminar los subsidios con el consiguiente aumento del gas, electricidad y transporte público provocando de nuevo un incremento de los costos industriales.
En un contexto con el aumento de la ofensiva de las entidades agrarias después de la resolución 125, sostener la política de retenciones es un éxito de política pro industrial.
Por último, conseguir un crecimiento sostenido y sustentable es fundamental para estimular la inversión en la industria. Conseguir un superávit gemelo, es decir, tanto comercial como fiscal, más un proceso de desendeudamiento externo sumado a un incremento de las reservas del Banco Central permitieron darle sustentabilidad a la expansión económica.
La reducción de la incertidumbre permite el aumento de la inversión productiva. En el modelo anterior donde los ciclos económicos eran muy acentuados debido a los vulnerabilidad económica, la incertidumbre era uno de los factores centrales para el aumento de la propensión hacia la inversión especulativa.
Por lo tanto, consolidar una economía menos vulnerable permite reducir las fluctuaciones del producto y al mismo tiempo poder hacer política anticiclica para amortiguar los efectos de las crisis internacionales. Esta mayor solidez de la economía nacional que reduce la volatilidad es un logro esencial para incentivar a la inversión productiva en general y la industrial en particular.
¿Esto implica que todo esta bien en la economía Argentina? ¿Lo dicho anteriormente sugiere que no es necesario ninguna otra política económica para profundizar el proceso de industrialización? La respuesta es no. Existen características de la economía actual que reprodujeron y profundizaron ciertos rasgos del modelo neoliberal y que se deben modificar. Por otro lado, existen otro conjunto de políticas económicas que se pueden deben llevar a cabo para fomentar aún más al sector industrial. Esa nos es la discusión.
La discusión central con los economistas “heterodoxos” críticos es la relativización de todo los que se hizo en materia de política económica desde el 2003 para romper con el modelo rentístico financiero instaurado a partir de mediados de la década del setenta.
¿Habrá que esperar hasta el 2011 cuando gane la oposición para que estos economistas “heterodoxos” puedan valorar todo lo que se esta haciendo desde el 2003 aún sabiendo lo que falta? Espero que no sea demasiado tarde.
LA EXTRANJERIZACIÓN DEL SISTEMA BANCARIO
Juan Santiago Fraschina, Buenos Aires Económico, 20 de noviembre de 2009.
El sistema bancario argentino presenta distintas características que fue adquiriendo particularmente a partir de la reforma financiera introducida por Martínez de Hoz en 1977 en plena dictadura militar, entre ellas podemos destacar la privatización del sistema bancario y la concentración tanto en términos de la cantidad de bancos existentes como en la localización regional.
En este sentido, en las últimas décadas los grandes perdedores fueron los bancos públicos y las pequeñas y medianas entidades financieras a favor de los grandes bancos privados que casi monopolizaron el sistema financiera nacional.
Sin embargo, una tercer característica importante que adquirió el sistema bancario argentino fue su fuerte proceso de extranjerización. En efecto, los bancos extranjeros en los últimos años verificaron un aumento considerable en la economía argentina. Este proceso que se inició a mediados de la década del setenta se profundizó con el modelo de Convertibilidad en los años noventa.
Mientras que los depósitos de los banco extranjeros pasaron de representar del 17,0% de los depósitos totales en diciembre de 1990 al 52,4% en diciembre de 2001, los créditos de los mismos se incrementaron del 5,0% al 49,3% durante el mismo período.
Entre las causas que promovieron la fuerte extranjerización del sistema bancario argentino podemos mencionar en primer lugar las facilidades que se otorgaron durante este período para la constitución de “conglomerados financieros” alrededor de los bancos internacionales, como por ejemplo, fondos de pensión, fondos mutuos y compañías de seguro.
A esto debemos sumarle el proceso de desregulación del sistema financiero que se llevó a cabo durante la década del noventa junto al mayor acceso al financiamiento internacional que se verificó durante estos años. En efecto, las autoridades monetarias eliminaron las funciones de prestamistas de ultima instancia y estimularon la inversión extranjera directa en el sistema bancario con el objetivo de trasladar la función de prestamista de ultima instancia a las casas matrices de los bancos extranjeros. Es decir, se esperaba que las casas centrales de los bancos internacionales respondieran ante un incumplimiento de las obligaciones de las filiales locales para evitar la perdida de reputación de la entidad financiera.
Asimismo, se eliminó el régimen de seguro de deposito reemplazándolo por la imagen de solvencia de la banca internacional para lograr la confianza de los ahorristas. En otras palabras, se estimuló la extranjerización del sistema bancario por parte de las autoridades monetarias argentinas con la idea de lograr una mayor estabilidad del sistema financiero en su conjunto a partir de la contribución de los bancos extranjeros.
Por tal motivo, durante el modelo de Convertibilidad se aplicaron regulaciones permisivas con el objetivo de lograr incrementar el ingreso de nuevos bancos extranjeros a la economía argentina, por la vía de la instalación de nuevas entidades o la adquisición de bancos ya existente. Por ejemplo, en algunos casos se financió con fondos del sector público, mediante el Fondo Fiduciario de Capitalización Bancaria, la compra de bancos locales por parte de entidades financieras extranjeras.
La extranjerización del sistema bancario tuvo algunas consecuencias favorables para el sistema financiero argentino. Entre ellas podemos destacar que gracias a la contribución de los bancos extranjeros se produjo un aumento en los volúmenes intermediados, es decir, se verificó una importante expansión de los activos financieros en pesos y dólares como proporción del Producto Bruto Interno. Asimismo, se incrementó la utilización de los servicios bancarios por parte de la población.
Por otro lado, se produjo una mejora sustancial en la infraestructura física y tecnológica del sistema bancario argentino como importantes avances en la funcionalidad y seguridad del sistema de pagos.
Sin embargo, y a pesar de lo esperado por las autoridades monetarias, el aumento de los bancos extranjeros no eliminó, y en algunos casos los acentuó, los problemas en el funcionamiento del mercado financiero argentino. En primer lugar, el sistema bancario argentino siguió experimentando una elevada vulnerabilidad debido a la gran dependencia de los volátiles flujos de capitales internacionales.
En segundo lugar, se acentuó la fragilidad del sistema financiero, debido a que la inexistencia de las funciones de prestamista de ultima instancia no fue reemplazado por el respaldo de las casas centrales a sus subsidiarias locales.
En tercer lugar, la existencia creciente de bancos extranjeros no generó una reducción de la tasa de interés local. Por el contrario, el costo de crédito local para el sector privado era superior a la rentabilidad media de las firmas. Incluso a partir de la ultima crisis del modelo de Convertibilidad iniciada a mediados de 1998 las altas tasas de interés reales provocaron un incremento en la morosidad e incobrabilidad de las deudas bancarias que generó el quiebre de una gran cantidad de pequeñas y medianas empresas.
En cuarto lugar, se profundizó la segmentación del mercado de crédito debido a la creciente concentración de los prestamos bancarios hacia las grandes empresas extranjeras y locales, lo cual provocó una reducción significativa de los créditos hacia las pequeñas y medianas empresas.
Asimismo también se verificó un importante racionamiento del crédito para las economías regionales. Por su parte, los sectores no transables recibieron la mayor parte del crédito bancario en desmedro de las actividades transables; respondiendo de esta manera a la estructura de precios verificada durante este período.
El colapso bancario que se produjo con el fin del modelo de Convertibilidad fue la mejor demostración de las debilidades del sistema bancario argentino que se profundizaron con la expansión de los bancos extranjeros durante la década del noventa.
Incluso el comportamiento de las actividades financieras extranjeras durante la crisis bancaria de 2001 contribuyó a profundizar los problemas del sistema financiero argentino colaborando al agravamiento de la crisis económica y social.
En efecto, los banco internacionales durante la crisis final del régimen convertible comenzaron a remitir beneficios de manera anticipada y a cancelar líneas de créditos del exterior. De esta forma, en lugar de actuar las casas matrices como prestamistas de ultima instancia de las filiales locales como esperaban las autoridades monetarias, los bancos extranjeros ante el evidente colapso del modelo de Convertibilidad tuvieron un comportamiento exactamente opuesto. Además una vez desatada la crisis bancaria algunas instituciones financieras internacionales optaron por abandonar la economía argentina sin preocuparse por el destino de sus clientes.
Por lo tanto la presencia de bancos extranjeros resulto ineficaz para superar la reducción de la liquidez internacional durante la crisis del régimen de Convertibilidad. Pero además durante la crisis el Banco Central de la República Argentina otorgó a los bancos extranjeros una gran cantidad de volúmenes de asistencia.
De esta manera, la extranjerización del sistema bancario incrementó la volatilidad en las variables financieras y redujo la capacidad para superar los shocks externos, lo cual condujo a un aumento en la fragilidad del sistema financiero argentino.
En definitiva, la mayor presencia de bancos extranjeros sumado a la fuerte concentración bancaria y al retroceso de los bancos públicos que se produjo a partir de mediados de la década del setenta y que se profundizó en los años noventa son uno de los grandes obstáculos que atraviesa la economía argentina para profundizar el nuevo modelo de desarrollo iniciado a partir de 2003.
Es decir, el modelo de valorización productiva que condujo a un proceso de reindustrialización y a la generación de puestos de trabajo necesita una nueva ley de entidades financiera. En otras palabras, la economía argentina requiere la mayor participación de la banca pública y de los pequeños y medianos bancos de origen nacional que permitan los siguientes objetivos:
a) Profundizar el proceso de reindustrialización a partir de privilegiar los créditos productivos en lugar de los prestamos al consumo o para la especulación financiera.
b) Aumentar la competencia otorgándole mayor cantidad de créditos a las pequeñas y medianas empresas, rompiendo de esta forma con la concentración económica que caracteriza a la economía argentina.
c) Aumentar la nacionalización de la economía a partir de beneficiar con créditos más barato a las empresas de origen nacional.
d) Estimular a las economía regionales a partir de la desconcentración territorial del sistema bancario.
e) Colaborar con la distribución del ingreso otorgándole crédito a las cooperativas de trabajo y con los préstamos para la vivienda a una reducida tasa de interés.
Por lo tanto, la discusión sobre la nueva ley de entidades financiera no debe pasar sólamente por cobrarle impuesto a la renta financiera. La tarea debe ser la reconstrucción del sistema bancario que permita al Estado realizar nuevamente una importante política crediticia a partir de poder direccionar el crédito y, por lo tanto, el ahorro nacional, para profundizar de esta manera el modelo de valorización productiva con inclusión social.
El sistema bancario argentino presenta distintas características que fue adquiriendo particularmente a partir de la reforma financiera introducida por Martínez de Hoz en 1977 en plena dictadura militar, entre ellas podemos destacar la privatización del sistema bancario y la concentración tanto en términos de la cantidad de bancos existentes como en la localización regional.
En este sentido, en las últimas décadas los grandes perdedores fueron los bancos públicos y las pequeñas y medianas entidades financieras a favor de los grandes bancos privados que casi monopolizaron el sistema financiera nacional.
Sin embargo, una tercer característica importante que adquirió el sistema bancario argentino fue su fuerte proceso de extranjerización. En efecto, los bancos extranjeros en los últimos años verificaron un aumento considerable en la economía argentina. Este proceso que se inició a mediados de la década del setenta se profundizó con el modelo de Convertibilidad en los años noventa.
Mientras que los depósitos de los banco extranjeros pasaron de representar del 17,0% de los depósitos totales en diciembre de 1990 al 52,4% en diciembre de 2001, los créditos de los mismos se incrementaron del 5,0% al 49,3% durante el mismo período.
Entre las causas que promovieron la fuerte extranjerización del sistema bancario argentino podemos mencionar en primer lugar las facilidades que se otorgaron durante este período para la constitución de “conglomerados financieros” alrededor de los bancos internacionales, como por ejemplo, fondos de pensión, fondos mutuos y compañías de seguro.
A esto debemos sumarle el proceso de desregulación del sistema financiero que se llevó a cabo durante la década del noventa junto al mayor acceso al financiamiento internacional que se verificó durante estos años. En efecto, las autoridades monetarias eliminaron las funciones de prestamistas de ultima instancia y estimularon la inversión extranjera directa en el sistema bancario con el objetivo de trasladar la función de prestamista de ultima instancia a las casas matrices de los bancos extranjeros. Es decir, se esperaba que las casas centrales de los bancos internacionales respondieran ante un incumplimiento de las obligaciones de las filiales locales para evitar la perdida de reputación de la entidad financiera.
Asimismo, se eliminó el régimen de seguro de deposito reemplazándolo por la imagen de solvencia de la banca internacional para lograr la confianza de los ahorristas. En otras palabras, se estimuló la extranjerización del sistema bancario por parte de las autoridades monetarias argentinas con la idea de lograr una mayor estabilidad del sistema financiero en su conjunto a partir de la contribución de los bancos extranjeros.
Por tal motivo, durante el modelo de Convertibilidad se aplicaron regulaciones permisivas con el objetivo de lograr incrementar el ingreso de nuevos bancos extranjeros a la economía argentina, por la vía de la instalación de nuevas entidades o la adquisición de bancos ya existente. Por ejemplo, en algunos casos se financió con fondos del sector público, mediante el Fondo Fiduciario de Capitalización Bancaria, la compra de bancos locales por parte de entidades financieras extranjeras.
La extranjerización del sistema bancario tuvo algunas consecuencias favorables para el sistema financiero argentino. Entre ellas podemos destacar que gracias a la contribución de los bancos extranjeros se produjo un aumento en los volúmenes intermediados, es decir, se verificó una importante expansión de los activos financieros en pesos y dólares como proporción del Producto Bruto Interno. Asimismo, se incrementó la utilización de los servicios bancarios por parte de la población.
Por otro lado, se produjo una mejora sustancial en la infraestructura física y tecnológica del sistema bancario argentino como importantes avances en la funcionalidad y seguridad del sistema de pagos.
Sin embargo, y a pesar de lo esperado por las autoridades monetarias, el aumento de los bancos extranjeros no eliminó, y en algunos casos los acentuó, los problemas en el funcionamiento del mercado financiero argentino. En primer lugar, el sistema bancario argentino siguió experimentando una elevada vulnerabilidad debido a la gran dependencia de los volátiles flujos de capitales internacionales.
En segundo lugar, se acentuó la fragilidad del sistema financiero, debido a que la inexistencia de las funciones de prestamista de ultima instancia no fue reemplazado por el respaldo de las casas centrales a sus subsidiarias locales.
En tercer lugar, la existencia creciente de bancos extranjeros no generó una reducción de la tasa de interés local. Por el contrario, el costo de crédito local para el sector privado era superior a la rentabilidad media de las firmas. Incluso a partir de la ultima crisis del modelo de Convertibilidad iniciada a mediados de 1998 las altas tasas de interés reales provocaron un incremento en la morosidad e incobrabilidad de las deudas bancarias que generó el quiebre de una gran cantidad de pequeñas y medianas empresas.
En cuarto lugar, se profundizó la segmentación del mercado de crédito debido a la creciente concentración de los prestamos bancarios hacia las grandes empresas extranjeras y locales, lo cual provocó una reducción significativa de los créditos hacia las pequeñas y medianas empresas.
Asimismo también se verificó un importante racionamiento del crédito para las economías regionales. Por su parte, los sectores no transables recibieron la mayor parte del crédito bancario en desmedro de las actividades transables; respondiendo de esta manera a la estructura de precios verificada durante este período.
El colapso bancario que se produjo con el fin del modelo de Convertibilidad fue la mejor demostración de las debilidades del sistema bancario argentino que se profundizaron con la expansión de los bancos extranjeros durante la década del noventa.
Incluso el comportamiento de las actividades financieras extranjeras durante la crisis bancaria de 2001 contribuyó a profundizar los problemas del sistema financiero argentino colaborando al agravamiento de la crisis económica y social.
En efecto, los banco internacionales durante la crisis final del régimen convertible comenzaron a remitir beneficios de manera anticipada y a cancelar líneas de créditos del exterior. De esta forma, en lugar de actuar las casas matrices como prestamistas de ultima instancia de las filiales locales como esperaban las autoridades monetarias, los bancos extranjeros ante el evidente colapso del modelo de Convertibilidad tuvieron un comportamiento exactamente opuesto. Además una vez desatada la crisis bancaria algunas instituciones financieras internacionales optaron por abandonar la economía argentina sin preocuparse por el destino de sus clientes.
Por lo tanto la presencia de bancos extranjeros resulto ineficaz para superar la reducción de la liquidez internacional durante la crisis del régimen de Convertibilidad. Pero además durante la crisis el Banco Central de la República Argentina otorgó a los bancos extranjeros una gran cantidad de volúmenes de asistencia.
De esta manera, la extranjerización del sistema bancario incrementó la volatilidad en las variables financieras y redujo la capacidad para superar los shocks externos, lo cual condujo a un aumento en la fragilidad del sistema financiero argentino.
En definitiva, la mayor presencia de bancos extranjeros sumado a la fuerte concentración bancaria y al retroceso de los bancos públicos que se produjo a partir de mediados de la década del setenta y que se profundizó en los años noventa son uno de los grandes obstáculos que atraviesa la economía argentina para profundizar el nuevo modelo de desarrollo iniciado a partir de 2003.
Es decir, el modelo de valorización productiva que condujo a un proceso de reindustrialización y a la generación de puestos de trabajo necesita una nueva ley de entidades financiera. En otras palabras, la economía argentina requiere la mayor participación de la banca pública y de los pequeños y medianos bancos de origen nacional que permitan los siguientes objetivos:
a) Profundizar el proceso de reindustrialización a partir de privilegiar los créditos productivos en lugar de los prestamos al consumo o para la especulación financiera.
b) Aumentar la competencia otorgándole mayor cantidad de créditos a las pequeñas y medianas empresas, rompiendo de esta forma con la concentración económica que caracteriza a la economía argentina.
c) Aumentar la nacionalización de la economía a partir de beneficiar con créditos más barato a las empresas de origen nacional.
d) Estimular a las economía regionales a partir de la desconcentración territorial del sistema bancario.
e) Colaborar con la distribución del ingreso otorgándole crédito a las cooperativas de trabajo y con los préstamos para la vivienda a una reducida tasa de interés.
Por lo tanto, la discusión sobre la nueva ley de entidades financiera no debe pasar sólamente por cobrarle impuesto a la renta financiera. La tarea debe ser la reconstrucción del sistema bancario que permita al Estado realizar nuevamente una importante política crediticia a partir de poder direccionar el crédito y, por lo tanto, el ahorro nacional, para profundizar de esta manera el modelo de valorización productiva con inclusión social.
martes, 10 de noviembre de 2009
La experiencia del ALBA
Ariadna Somoza Zanuy, pagina 12 suplemento cash, 8 de noviembre de 2009.
Los procesos de transformación que se viven en nuestros días en latinoamérica se empiezan a institucionalizar. Hablamos de procesos de transformación, en general, porque cada uno tiene su particularidad, ya sean socialismos del siglo XXI o estados plurinacionales, y una voluntad común: buscar la integración latinoamericana. Los países que están llevando adelante los procesos más profundos están construyendo el ALBA: la Alternativa Bolivariana para las Américas, como respuesta al intento de implementación del ALCA en nuestras tierras.
El ALBA nació como una iniciativa de Cuba y Venezuela, allá por el 2004, cuando el ALCA era algo inminente hasta que en la Cumbre de Mar del Plata se le dijo NO definitivamente. Hoy en día el mismo está integrado, además, por Ecuador, Nicaragua, Honduras, Bolivia, Dominica, Antigua y Barbuda y San Vicente y las Granadinas. A diferencia del ALCA, se trata de una estrategia de integración basada en la solidaridad, el reconocimiento de las particularidades étnicas y culturales y el bienestar de los pueblos por sobre la libre circulación de mercancías y mano de obra y la libertad de empresa. En el eje económico, el intercambio comercial tiene que ver más con un medio para alcanzar los objetivos anteriores que un fin en sí mismo.
Para alegría de todos, este cambio de época implica también un cambio a nivel de paradigmas, filosófico. La crisis internacional ayudo a que esta vuelta de hoja se profundizara, a que los pasos sean más grandes y decididos. Pero esta crisis demostró también lo perverso del sistema actual, en el cual las grandes potencias siguen siendo una aspiradora de divisas de países que logran recuperarse económicamente y, cuando lo hacen, se descapitalizan antes de poder desarrollarse porque los países centrales aspiran sus divisas. Este sistema tiene su terminal final en la mayor potencia, EEUU, y el “patrón dólar” que rige para todos los movimientos financieros de todo el mundo.
Esta fuga de capitales constantes hacia los países centrales, ya sea vía pago a organismos internacionales de crédito, vía depósitos bancarios en el exterior, colocación en forma de bonos en el tesoro norteamericano y remisión de utilidades de empresas transnacionales, implica ni más ni menos que los países de la región no dispongan de su propio dinero para sustentar sus proyectos nacionales soberanos. Esta dominación económica, por ende, tiene directo impacto en la dominación política. No hay posibilidad de emancipación de la región si no se construye un nuevo sistema financiero, acorde a estos nuevos vientos de cambio.
Es a partir de esta evaluación que el año pasado el ALBA comenzó a pensar y diseñar la idea del SUCRE: Sistema Unitario de Compensación Regional. Esto implica más que una moneda: es una nueva arquitectura financiera para la región, y como tal, demanda distintas etapas para su implementación y desarrollo, en la cual constituir una moneda común es una de ellas.
Como su nombre lo indica, el SUCRE expresa la voluntad de compensar, lo cual significa poder disminuir las diferencias económicas regionales existentes, intentando que el comercio internacional en la región sea más justo, basándose esto en el principio de solidaridad y bienestar de los pueblos. Esto significa pensar mecanismos que eliminen las diferencias en cuanto a los distintos tipos de cambios, a las distintas producciones y productividades, resaltando capacidades y oportunidades de cada país, fortaleciendo a los más débiles, buscando la cooperación monetario-financiera, creando un Banco Regional de Desarrollo para definir inversiones y otorgar créditos a los países miembros. Todo esto no es otra cosa que la integración regional real.
El SUCRE permitiría, con el tiempo, ir reemplazando el “patrón dólar” para las transacciones que se hacen entre los países de la región. ¿Qué sentido tiene que Ecuador tenga que comprar dólares a EEUU para poder comprarle petróleo a Venezuela? En el medio de este perverso mecanismo, queda mucho dinero de los latinoamericanos y, sobre todo, la posibilidad de alcanzar la soberanía política de los proyectos nacionales que se perfilan hoy en nuestra América.
En la 3º Cumbre Extraordinaria de Jefes de Estado y de Gobierno del ALBA del 26 de Noviembre del 2008 realizada en Caracas se acordó la creación del SUCRE, apareciendo en las Declaración Final: “Articular una respuesta regional, impulsada por el ALBA, que busque la independencia respecto a los mercados financieros mundiales, cuestione el papel del dólar en la región y avance hacia una moneda común, el SUCRE, y contribuya a la creación de un mundo pluripolar.” Una definición de este tipo era impensable años atrás y, sin embargo hoy, al calor de los acontecimientos, parece algo real, posible, principalmente porque hemos visto la evolución de la institucionalización de los procesos que los pueblos latinoamericanos están llevando adelante.
Tal vez a la moneda común, el SUCRE en sí mismo, en papel y metal, nos falte todavía un tiempo para poder verla. Sin embargo, los hechos muestran que el camino es en una dirección, firme y sin pausa, es el largo camino de la integración latinoamericana que tanto soñamos y que tanto hablamos, algo que parecía muy lejano y que sin embargo, hoy, podemos empezar a discutir y debatir. Eso es, ya, haber triunfado. Porque eso es el cambio de paradigma que tenemos la suerte de vivir.
Los procesos de transformación que se viven en nuestros días en latinoamérica se empiezan a institucionalizar. Hablamos de procesos de transformación, en general, porque cada uno tiene su particularidad, ya sean socialismos del siglo XXI o estados plurinacionales, y una voluntad común: buscar la integración latinoamericana. Los países que están llevando adelante los procesos más profundos están construyendo el ALBA: la Alternativa Bolivariana para las Américas, como respuesta al intento de implementación del ALCA en nuestras tierras.
El ALBA nació como una iniciativa de Cuba y Venezuela, allá por el 2004, cuando el ALCA era algo inminente hasta que en la Cumbre de Mar del Plata se le dijo NO definitivamente. Hoy en día el mismo está integrado, además, por Ecuador, Nicaragua, Honduras, Bolivia, Dominica, Antigua y Barbuda y San Vicente y las Granadinas. A diferencia del ALCA, se trata de una estrategia de integración basada en la solidaridad, el reconocimiento de las particularidades étnicas y culturales y el bienestar de los pueblos por sobre la libre circulación de mercancías y mano de obra y la libertad de empresa. En el eje económico, el intercambio comercial tiene que ver más con un medio para alcanzar los objetivos anteriores que un fin en sí mismo.
Para alegría de todos, este cambio de época implica también un cambio a nivel de paradigmas, filosófico. La crisis internacional ayudo a que esta vuelta de hoja se profundizara, a que los pasos sean más grandes y decididos. Pero esta crisis demostró también lo perverso del sistema actual, en el cual las grandes potencias siguen siendo una aspiradora de divisas de países que logran recuperarse económicamente y, cuando lo hacen, se descapitalizan antes de poder desarrollarse porque los países centrales aspiran sus divisas. Este sistema tiene su terminal final en la mayor potencia, EEUU, y el “patrón dólar” que rige para todos los movimientos financieros de todo el mundo.
Esta fuga de capitales constantes hacia los países centrales, ya sea vía pago a organismos internacionales de crédito, vía depósitos bancarios en el exterior, colocación en forma de bonos en el tesoro norteamericano y remisión de utilidades de empresas transnacionales, implica ni más ni menos que los países de la región no dispongan de su propio dinero para sustentar sus proyectos nacionales soberanos. Esta dominación económica, por ende, tiene directo impacto en la dominación política. No hay posibilidad de emancipación de la región si no se construye un nuevo sistema financiero, acorde a estos nuevos vientos de cambio.
Es a partir de esta evaluación que el año pasado el ALBA comenzó a pensar y diseñar la idea del SUCRE: Sistema Unitario de Compensación Regional. Esto implica más que una moneda: es una nueva arquitectura financiera para la región, y como tal, demanda distintas etapas para su implementación y desarrollo, en la cual constituir una moneda común es una de ellas.
Como su nombre lo indica, el SUCRE expresa la voluntad de compensar, lo cual significa poder disminuir las diferencias económicas regionales existentes, intentando que el comercio internacional en la región sea más justo, basándose esto en el principio de solidaridad y bienestar de los pueblos. Esto significa pensar mecanismos que eliminen las diferencias en cuanto a los distintos tipos de cambios, a las distintas producciones y productividades, resaltando capacidades y oportunidades de cada país, fortaleciendo a los más débiles, buscando la cooperación monetario-financiera, creando un Banco Regional de Desarrollo para definir inversiones y otorgar créditos a los países miembros. Todo esto no es otra cosa que la integración regional real.
El SUCRE permitiría, con el tiempo, ir reemplazando el “patrón dólar” para las transacciones que se hacen entre los países de la región. ¿Qué sentido tiene que Ecuador tenga que comprar dólares a EEUU para poder comprarle petróleo a Venezuela? En el medio de este perverso mecanismo, queda mucho dinero de los latinoamericanos y, sobre todo, la posibilidad de alcanzar la soberanía política de los proyectos nacionales que se perfilan hoy en nuestra América.
En la 3º Cumbre Extraordinaria de Jefes de Estado y de Gobierno del ALBA del 26 de Noviembre del 2008 realizada en Caracas se acordó la creación del SUCRE, apareciendo en las Declaración Final: “Articular una respuesta regional, impulsada por el ALBA, que busque la independencia respecto a los mercados financieros mundiales, cuestione el papel del dólar en la región y avance hacia una moneda común, el SUCRE, y contribuya a la creación de un mundo pluripolar.” Una definición de este tipo era impensable años atrás y, sin embargo hoy, al calor de los acontecimientos, parece algo real, posible, principalmente porque hemos visto la evolución de la institucionalización de los procesos que los pueblos latinoamericanos están llevando adelante.
Tal vez a la moneda común, el SUCRE en sí mismo, en papel y metal, nos falte todavía un tiempo para poder verla. Sin embargo, los hechos muestran que el camino es en una dirección, firme y sin pausa, es el largo camino de la integración latinoamericana que tanto soñamos y que tanto hablamos, algo que parecía muy lejano y que sin embargo, hoy, podemos empezar a discutir y debatir. Eso es, ya, haber triunfado. Porque eso es el cambio de paradigma que tenemos la suerte de vivir.
viernes, 23 de octubre de 2009
El Indec y los bonos
en revista 2010, octubre de 2009
Hablemos de un tema que está de moda: el Indec. No porque esté de moda, sino porque es sorprendente que esté de moda en uno de los contextos de inflación más baja y controlada que ha tenido nuestra convulsionada historia, historia de grandes crisis inflacionarias, crisis que implican, ni más ni menos, un brutal empobrecimiento de los sectores populares.
¿Cuál es el motivo por el cual, durante día y noche, los medios nos torturan con el tema del Indec? ¿Qué es lo que se esconde detrás de todo este circo? Tenemos varios aspectos para analizar.
Empezar por el principio es siempre lo mejor. El Indec, que es el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, es el organismo estatal que se ocupa de sacar “fotos” a la realidad del país, desde varios puntos de vista. Puede medir cuánto produce la industria, cuántos argentinos hay, cuántos hogares por debajo de la línea de pobreza existen, cómo evolucionan los precios. Para calcular todas estas cosas, se realizan una serie de encuestas y relevamientos de datos y se hacen cálculos estadísticos, que no nos interesan para nada. Lo importante es que el Indec permite al Estado contar con información que es de suma importancia para ejecutar políticas públicas, de toda índole. Es el organismo recolector de datos por excelencia.
Pero más allá de que recolecta datos y, por ende, parecería ser algo “objetivo”, la realidad es que según qué datos recolecte y qué valores tengan, tanto las políticas a aplicar como los intereses que se esconden detrás de estos datos, varían. Para que nos quede más claro: es como un chico que quiere faltar al colegio y le dice a la madre que tiene fiebre…no va a querer que su mamá controle el termómetro, sino que intentara controlarlo él, ponerlo en el velador y comprobar que tiene fiebre para así faltar al colegio… Exactamente esto es lo que ocurre con el Indec. El fuerte cuestionamiento que se construyó desde los medios de comunicación, haciendo base en profesionales que han salido de la universidad pública para luego ser funcionales a un cuestionamiento de lo público, y haciendo base en cierto “progresismo” que evalúa las formas más que el contenido, tiene que ver con la discusión de quién controla y maneja el termómetro. Lo que está en juego no es ni más ni menos que la apropiación de forma privada de un organismo público, la apropiación de los sectores dominantes de un organismo que, según la información que arroje, aumenta o no sus privilegios. Antes, los sectores dominantes no requerían de esto porque controlaban el Estado en forma integral. Hoy, con un proceso popular en marcha, no les queda otra que cuestionar su funcionamiento, que no es más que cuestionar su condición de organismo público al servicio de un proceso político de transformación.
Pero ¿por qué estos sectores están tan empecinados con controlar el Indec? La respuesta es material y concreta: porque muchos de los bonos de la deuda externa, de los cuales los principales acreedores tienen que ver con los grupos económicos afines a grupos mediáticos, tienen su tasa de interés atada a la inflación. Esto quiere decir, sencillamente, que cuanta más inflación haya, más plata ganan. Así de sencillo.
Vamos a palabras conocidas de oído por todos, que no sabemos bien que significan, y que al ponerlas juntas nos pueden demostrar muchas cosas. El CER es un coeficiente que elabora el Banco Central de forma diaria, y que sirve para ajustar tasas de interés de operaciones financieras o inmobiliarias, y se basa en la inflación, por lo tanto, en el Índice de Precios al Consumidor (IPC). Entonces, si el IPC aumenta, por ende la inflación, el CER permitirá que se ajusten mejor los intereses de las operaciones inmobiliarias y financieras, por ejemplo. Principalmente, los bonos de deuda, por lo cual el Estado termina pagando más deuda porque aumentan los intereses a los tenedores de los bonos.
Paradójicamente, muchos de los tenedores de bonos de deuda están, a su vez, relacionados con los principales formadores de precios de la argentina. Pareciera ser que la inflación es un negocio redondo: además de quedarse con más plata por vender sus productos al mercado interno a precios internacionales, diluyendo así el salario de los trabajadores, ganan también y mucho por otra ventanilla, la de los bonos de la deuda, que a cuanta mayor inflación más dinero les remiten. Esto no es más que seguir viviendo de la bicicleta financiera, siempre a costa del empobrecimiento de los sectores populares.
Ahora pareciera que todos, absolutamente todos, morimos esperando los datos de la inflación de cada mes. Si es 0,2 o 0,4 más que el mes anterior. Todos esperamos los datos para confirmar como el gobierno “dibuja”, y creerle a “sondeos privados” que muy sospechosamente proliferan. Esperan agazapados poder reemplazar al Estado en una función tan vital como es la que cumple el Indec. El gobierno dibuja con la inflación, pero cuando dice que se desaceleró tal o cual sector de la industria, ahí si le creemos. El Indec dice la verdad cuando dice cosas malas, y miente cuando dice cosas buenas. Dice la verdad cuando se trata de cuestiones que no afectan los intereses de los sectores dominantes, miente cuando afecta dichos intereses.
La inflación, como otras muchas cuestiones del mundo de la economía, se convierte así en profecía autocumplida. Como el cuento de García Márquez “Algo muy grave va a suceder en este pueblo”. Son tantos los intereses que se esconden detrás de la inflación, que no hay nada mejor que un pueblo a la espera de la misma para poder hacerla realidad en cualquier momento. Así se construyeron los procesos inflacionarios en la Argentina. Hoy, gracias al modelo económico que se inicio en el 2003, los sectores dominantes la tienen más difícil, principalmente porque no controlan resortes del Estado que antes si controlaban, que definen políticas públicas, y porque existe una voluntad popular que acompaña y es participe de esas definiciones. Es muy difícil, hoy, venderle al pueblo que lo privado es mejor que lo público, en parte por la propia experiencia que se vivió al respecto, en parte por los avances que este modelo económico provocó, que se acompañan con mayores niveles de conciencia al respecto.
Entonces la pregunta del millón es: ¿vale la pena el precio en credibilidad que el gobierno paga por sostener un índice de inflación, en teoría, más bajo que “el real”? La doña que va al supermercado es muy probable que se siga guiando por los precios del supermercado que por el Indec. El pueblo no ha dejado de dormir a la espera de los nuevos índices. A lo sumo, asocia que lo que dice el Indec no es lo que dice el supermercado. Y eso por supuesto que es nocivo, porque desde los medios no se plantea este problema de fondo, sino simplemente que el gobierno dibuja y miente, sin mucho sentido del porqué. Ahora bien: es una decisión totalmente soberana de este gobierno y de su modelo económico, destinar dinero del Estado a obra pública, trabajo, programas sociales y cooperativas de trabajo, por sobre pagar mayor interés a los tenedores de bonos de deuda. Y ahí está el punto central de la cuestión. Eso es lo que a los sectores dominantes les molesta, porque ahí está en discusión el rol del Estado, ese Estado que muchos de ellos tuvieron en sus manos para ajustar al pueblo y sostener sus privilegios.
Que el Estado destine más dinero a políticas públicas de inclusión y crecimiento es una definición política de este gobierno, innegociable. Es preferible no publicar datos reales acerca de la inflación que publicarlos y beneficiar a los especuladores de siempre. Y decimos no publicarlos porque es seguro que el Estado cuenta con esos datos, sólo que no los pública para no tener que ajustar a través del CER los bonos de la deuda. Es el costo a pagar por sostener definiciones políticas que no son más que perjudicar a ciertos sectores que quieren seguir especulando, y como todo enfrentamiento de intereses, no es para nada sencillo.
Hoy en día se está pensando en desatar estos bonos de deuda al CER, lo cual dejaría sin especulación a través de la inflación a estos sectores. Ese podría llegar a ser el primer paso de desatar el nudo gordiano del problema del Indec.
Nosotros como GEENAP creemos que es importantísimo que el Estado cuente con las herramientas necesarias para definir políticas públicas, y en este caso muchas de estas herramientas las proporciona el Indec. Creemos que no se trata de un problema metodológico sino político, y no queremos que su cuestionamiento sea funcional a los sectores dominantes que se esconden atrás de los “sondeos privados”. Pero por sobre todo creemos, y seguimos creyendo, que el Estado debe seguir y profundizar las líneas de políticas públicas desarrolladas hasta acá: fomento a la industria y el empleo, obra pública, emprendimientos productivos, cooperativas de trabajo, mejorar la salud y educación públicas, intervenir en la economía como hace mucho no se hacía. Creemos que estas cuestiones de fondo, que cambian la materialidad de nuestros compañeros en los barrios, son mucho más constructoras de conciencia acerca de lo que implica un Proyecto Nacional, mucho más fuertes que lo que puedan decir los medios acerca del Indec. Seguimos creyendo en eso, y por eso entendemos la política oficial sobre el Indec, que ni más ni menos, permite que el Estado tenga disponible más dinero para esta políticas mencionadas que para pagarle a los tenedores de bonos mayores intereses por los mismos. Y eso, ni más ni menos, es distribución de la riqueza.
Hablemos de un tema que está de moda: el Indec. No porque esté de moda, sino porque es sorprendente que esté de moda en uno de los contextos de inflación más baja y controlada que ha tenido nuestra convulsionada historia, historia de grandes crisis inflacionarias, crisis que implican, ni más ni menos, un brutal empobrecimiento de los sectores populares.
¿Cuál es el motivo por el cual, durante día y noche, los medios nos torturan con el tema del Indec? ¿Qué es lo que se esconde detrás de todo este circo? Tenemos varios aspectos para analizar.
Empezar por el principio es siempre lo mejor. El Indec, que es el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, es el organismo estatal que se ocupa de sacar “fotos” a la realidad del país, desde varios puntos de vista. Puede medir cuánto produce la industria, cuántos argentinos hay, cuántos hogares por debajo de la línea de pobreza existen, cómo evolucionan los precios. Para calcular todas estas cosas, se realizan una serie de encuestas y relevamientos de datos y se hacen cálculos estadísticos, que no nos interesan para nada. Lo importante es que el Indec permite al Estado contar con información que es de suma importancia para ejecutar políticas públicas, de toda índole. Es el organismo recolector de datos por excelencia.
Pero más allá de que recolecta datos y, por ende, parecería ser algo “objetivo”, la realidad es que según qué datos recolecte y qué valores tengan, tanto las políticas a aplicar como los intereses que se esconden detrás de estos datos, varían. Para que nos quede más claro: es como un chico que quiere faltar al colegio y le dice a la madre que tiene fiebre…no va a querer que su mamá controle el termómetro, sino que intentara controlarlo él, ponerlo en el velador y comprobar que tiene fiebre para así faltar al colegio… Exactamente esto es lo que ocurre con el Indec. El fuerte cuestionamiento que se construyó desde los medios de comunicación, haciendo base en profesionales que han salido de la universidad pública para luego ser funcionales a un cuestionamiento de lo público, y haciendo base en cierto “progresismo” que evalúa las formas más que el contenido, tiene que ver con la discusión de quién controla y maneja el termómetro. Lo que está en juego no es ni más ni menos que la apropiación de forma privada de un organismo público, la apropiación de los sectores dominantes de un organismo que, según la información que arroje, aumenta o no sus privilegios. Antes, los sectores dominantes no requerían de esto porque controlaban el Estado en forma integral. Hoy, con un proceso popular en marcha, no les queda otra que cuestionar su funcionamiento, que no es más que cuestionar su condición de organismo público al servicio de un proceso político de transformación.
Pero ¿por qué estos sectores están tan empecinados con controlar el Indec? La respuesta es material y concreta: porque muchos de los bonos de la deuda externa, de los cuales los principales acreedores tienen que ver con los grupos económicos afines a grupos mediáticos, tienen su tasa de interés atada a la inflación. Esto quiere decir, sencillamente, que cuanta más inflación haya, más plata ganan. Así de sencillo.
Vamos a palabras conocidas de oído por todos, que no sabemos bien que significan, y que al ponerlas juntas nos pueden demostrar muchas cosas. El CER es un coeficiente que elabora el Banco Central de forma diaria, y que sirve para ajustar tasas de interés de operaciones financieras o inmobiliarias, y se basa en la inflación, por lo tanto, en el Índice de Precios al Consumidor (IPC). Entonces, si el IPC aumenta, por ende la inflación, el CER permitirá que se ajusten mejor los intereses de las operaciones inmobiliarias y financieras, por ejemplo. Principalmente, los bonos de deuda, por lo cual el Estado termina pagando más deuda porque aumentan los intereses a los tenedores de los bonos.
Paradójicamente, muchos de los tenedores de bonos de deuda están, a su vez, relacionados con los principales formadores de precios de la argentina. Pareciera ser que la inflación es un negocio redondo: además de quedarse con más plata por vender sus productos al mercado interno a precios internacionales, diluyendo así el salario de los trabajadores, ganan también y mucho por otra ventanilla, la de los bonos de la deuda, que a cuanta mayor inflación más dinero les remiten. Esto no es más que seguir viviendo de la bicicleta financiera, siempre a costa del empobrecimiento de los sectores populares.
Ahora pareciera que todos, absolutamente todos, morimos esperando los datos de la inflación de cada mes. Si es 0,2 o 0,4 más que el mes anterior. Todos esperamos los datos para confirmar como el gobierno “dibuja”, y creerle a “sondeos privados” que muy sospechosamente proliferan. Esperan agazapados poder reemplazar al Estado en una función tan vital como es la que cumple el Indec. El gobierno dibuja con la inflación, pero cuando dice que se desaceleró tal o cual sector de la industria, ahí si le creemos. El Indec dice la verdad cuando dice cosas malas, y miente cuando dice cosas buenas. Dice la verdad cuando se trata de cuestiones que no afectan los intereses de los sectores dominantes, miente cuando afecta dichos intereses.
La inflación, como otras muchas cuestiones del mundo de la economía, se convierte así en profecía autocumplida. Como el cuento de García Márquez “Algo muy grave va a suceder en este pueblo”. Son tantos los intereses que se esconden detrás de la inflación, que no hay nada mejor que un pueblo a la espera de la misma para poder hacerla realidad en cualquier momento. Así se construyeron los procesos inflacionarios en la Argentina. Hoy, gracias al modelo económico que se inicio en el 2003, los sectores dominantes la tienen más difícil, principalmente porque no controlan resortes del Estado que antes si controlaban, que definen políticas públicas, y porque existe una voluntad popular que acompaña y es participe de esas definiciones. Es muy difícil, hoy, venderle al pueblo que lo privado es mejor que lo público, en parte por la propia experiencia que se vivió al respecto, en parte por los avances que este modelo económico provocó, que se acompañan con mayores niveles de conciencia al respecto.
Entonces la pregunta del millón es: ¿vale la pena el precio en credibilidad que el gobierno paga por sostener un índice de inflación, en teoría, más bajo que “el real”? La doña que va al supermercado es muy probable que se siga guiando por los precios del supermercado que por el Indec. El pueblo no ha dejado de dormir a la espera de los nuevos índices. A lo sumo, asocia que lo que dice el Indec no es lo que dice el supermercado. Y eso por supuesto que es nocivo, porque desde los medios no se plantea este problema de fondo, sino simplemente que el gobierno dibuja y miente, sin mucho sentido del porqué. Ahora bien: es una decisión totalmente soberana de este gobierno y de su modelo económico, destinar dinero del Estado a obra pública, trabajo, programas sociales y cooperativas de trabajo, por sobre pagar mayor interés a los tenedores de bonos de deuda. Y ahí está el punto central de la cuestión. Eso es lo que a los sectores dominantes les molesta, porque ahí está en discusión el rol del Estado, ese Estado que muchos de ellos tuvieron en sus manos para ajustar al pueblo y sostener sus privilegios.
Que el Estado destine más dinero a políticas públicas de inclusión y crecimiento es una definición política de este gobierno, innegociable. Es preferible no publicar datos reales acerca de la inflación que publicarlos y beneficiar a los especuladores de siempre. Y decimos no publicarlos porque es seguro que el Estado cuenta con esos datos, sólo que no los pública para no tener que ajustar a través del CER los bonos de la deuda. Es el costo a pagar por sostener definiciones políticas que no son más que perjudicar a ciertos sectores que quieren seguir especulando, y como todo enfrentamiento de intereses, no es para nada sencillo.
Hoy en día se está pensando en desatar estos bonos de deuda al CER, lo cual dejaría sin especulación a través de la inflación a estos sectores. Ese podría llegar a ser el primer paso de desatar el nudo gordiano del problema del Indec.
Nosotros como GEENAP creemos que es importantísimo que el Estado cuente con las herramientas necesarias para definir políticas públicas, y en este caso muchas de estas herramientas las proporciona el Indec. Creemos que no se trata de un problema metodológico sino político, y no queremos que su cuestionamiento sea funcional a los sectores dominantes que se esconden atrás de los “sondeos privados”. Pero por sobre todo creemos, y seguimos creyendo, que el Estado debe seguir y profundizar las líneas de políticas públicas desarrolladas hasta acá: fomento a la industria y el empleo, obra pública, emprendimientos productivos, cooperativas de trabajo, mejorar la salud y educación públicas, intervenir en la economía como hace mucho no se hacía. Creemos que estas cuestiones de fondo, que cambian la materialidad de nuestros compañeros en los barrios, son mucho más constructoras de conciencia acerca de lo que implica un Proyecto Nacional, mucho más fuertes que lo que puedan decir los medios acerca del Indec. Seguimos creyendo en eso, y por eso entendemos la política oficial sobre el Indec, que ni más ni menos, permite que el Estado tenga disponible más dinero para esta políticas mencionadas que para pagarle a los tenedores de bonos mayores intereses por los mismos. Y eso, ni más ni menos, es distribución de la riqueza.
viernes, 16 de octubre de 2009
LA INVERSIÓN EXTRANJERA DIRECTA
Juan santiago Fraschina, Buenos Aires económico, 11 de octubre de 2009.
El conflicto entre la empresa Kraft Foods (empresa norteamericana), ex Terrabusi, con sus trabajadores puso nuevamente en el centro del debate el tema de la inversión extranjera directa.
La economía argentina a lo largo de su historia fue receptora de inversiones externas. Durante el modelo agroexportador (1880-1930) la construcción de la infraestructura se realizó en base a la inversión foránea. En efecto, la construcción de los ferrocarriles como de los distintos servicios públicos son ejemplos de inversión externa durante el modelo agroexportador.
Incluso, en la etapa de industrialización por sustitución de importaciones (1930-1976) la argentina recibió gran cantidad de inversión desde el extranjero. Este fenómeno se puede observar sobre todo, y más allá de sus diferencias sustanciales, durante las presidencias de Arturo Frondizi (1958-1962), a partir de la aplicación del modelo denominado desarrollista, y de Ongania (1966-1970).
Sin embargo, fue durante el modelo de Convertibilidad (1991-2001) donde se verificó el mayor avance de la inversión extranjera. En otras palabras, si bien la economía argentina venía experimentando un alto grado de extranjerización, a partir del régimen convertible y las políticas neoliberales aplicadas durante la década del noventa, la presencia de empresas extranjeras alcanzó niveles inusitados.
Esta mayor presencia de empresas extranjeras en la economía argentina durante los años noventa fue un fenómeno generalizado desde el punto de vista sectorial. Es decir, la extranjerización se produjo en el sector manufacturero pero también en el sector servicios, en la minería, en el sistema bancario, en el sector agropecuario, en el sector energético y en los distintos servicios públicos.
Las causas de este abrupto crecimiento fueron varias . En primer lugar, debemos destacar los factores internacionales que jugaron un papel fundamental en el crecimiento de la inversión extranjera directa en la economía argentina durante el modelo de Convertibilidad. Durante estos años a nivel internacional se verificó un aumento de la inversión dirigida hacia los países del Tercer Mundo, debido principalmente al crecimiento de la competencia internacional que condujo a las multinacionales a buscar nuevos mercados y fuente de aprovisionamiento, a los cambios tecnológicos de la norma de consumo y de los procesos productivos impulsados por el proceso de globalización y la necesidad de instalarse por parte de las empresas extranjeras en todos los mercados principales donde estaban presentes sus mayores competidores.
Sin embargo jugaron un papel fundamental los factores internos como causantes principales de la instalación de firmas extranjeras en la economía argentina. Uno de estos factores locales fue el aprovechamiento por parte de las firmas foráneas del mercado interno, incluyendo el Mercosur. En este sentido, la conformación del Mercosur fue un factor fundamental, y muy especialmente en el sector automotor y autopartes sobre todo para las firmas de origen europeo y estadounidense, como por ejemplo, la Fiat, Renault, General Motors y Chrysler.
Pero existieron otros factores internos que complementaron al mercado interno, y que incluso en algunos casos fueron más importante para la instauración de empresas extranjeras. Entre ellos debemos destacar al programa de privatización de los servicios públicos llevado adelante durante los años noventa, principalmente debido a que el gobierno exigió como condición para hacerse cargo de las empresas estatales una cierta antigüedad en la operación del servicio, lo cual implicaba obligatoriamente la participación de las firmas extranjeras al no existir ninguna empresa nacional privada con experiencia previa en la operación de los servicios públicos privatizados.
También fue importante para el crecimiento de la inversión extranjera directa la decisión clara de estimularla, profundizando de esta forma las políticas económicas introducidas por la dictadura militar de 1976 al terminar de desmantelar las restricciones y regulaciones para la instauración de empresas extranjeras en la economía argentina, pasando del control a la promoción de la inversión extranjera directa. En efecto, en los años noventa se promulgaron una serie de leyes tendientes a profundizar el proceso de liberalización de la inversión extranjera directa. De esta manera, se eliminaron todas las restricciones para la inversión de las empresas extranjeras en la economía argentina.
Ahora bien, la pregunta central es ¿cuáles fueron las consecuencias económicas de la mayor presencia de empresas extranjeras en la economía argentina?, o de otra manera ¿la mayor inversión extranjera directa experimentada durante la década del noventa contribuyó al desarrollo nacional?
Cuando se analiza la repercusión de las empresas foráneas en la economía nacional puede describirse los siguientes resultados. En primer lugar, el incremento de la inversión extranjera directa contribuyó escasamente a la formación de capital en la economía argentina debido fundamentalmente a que predominó la inversión extranjera vía fusiones y adquisiciones en comparación con la destinada a la ampliación de la capacidad productiva.
Con respecto al comercio exterior las empresas transnacionales exhibieron una tendencia mayor que las firmas locales a experimentar déficit comerciales. Salvo las empresas transnacionales orientadas a las exportaciones, el resto de las firmas extranjeras tuvieron una tendencia a funcionar con déficit comercial.
Mientras que las empresas locales experimentaron una mayor propensión a las ventas externas que a las importaciones, todo lo contrario sucedió con las empresas transnacionales. Estas últimas tuvieron durante el modelo de Convertibilidad una mayor orientación importadora en casi todos los sectores económicos. Una de las causas fundamentales que nos permite explicar este comportamiento es la facilidad que las firmas extranjeras tuvieron para la obtención de productos importados desde otras filiales de la corporación.
En términos de la Balanza de Pagos la inversión extranjera fue de gran importancia para su financiamiento. Sin embargo, dicho efecto positivo de las inversiones extranjeras directa sobre el saldo de la cuenta de capital se contrapuso al efecto fuertemente negativo que se verificó en la cuenta corriente como consecuencia del aumento de las empresas extranjeras durante el modelo de Convertibilidad.
Este efecto negativo se debió fundamentalmente a partir del incremento de la remisión de utilidades y dividendos por parte de las empresas transnacionales insertadas en la economía argentina hacia sus casas matrices.
Este fenómeno demuestra que las empresas extranjeras tuvieron una reducida propensión a la reinversión de utilidades en la economía argentina; lo cual se encuentra estrechamente vinculado con la mayor facilidad que existía en el régimen convertible para la remisión de utilidades por parte de las filiales de las empresas transnacionales insertadas en la economía argentina.
Asimismo, debemos agregar otras vías de transferencia de utilidades que fueron sumamente significativas por parte de las empresas transnacionales, como por ejemplo, a través de pagos por licencias e insumos tecnológicos, precios de transferencias en el comercio intrafirma, entre otros métodos.
Sumando todo lo anteriormente expresado podemos extraer algunas conclusiones acerca del impacto de la inversión extranjera directa en el Balance de Pagos. En primer lugar, y en contraposición de las empresas nacionales, las firmas transnacionales presentaron durante el modelo de Convertibilidad un déficit en su balanza comercial. Por otro lado, las empresas extranjeras experimentaron durante este período un déficit en el rubro servicios reales, intereses, utilidades y dividendos. Podemos concluir entonces que las empresas transnacionales arrojaron un fuerte déficit en la cuenta corriente de la Balanza de Pagos.
En conclusión, considerando la cuenta de capital la inversión extranjera directa implicó la conformación de un saldo positivo como resultado del aumento de la inversión extranjera directa. Sin embargo, en forma global el aporte de las empresas extranjeras en el Balance de Pagos fue casi nulo o incluso negativo durante el modelo de Convertibilidad debido a que los efectos positivos en la cuenta de capital como resultado del ingreso de inversión extranjera directa era compensado por el déficit generado en la cuenta corriente provocado a partir de la operatoria de las filiales de las empresas transnacionales insertadas en la economía argentina.
Por otro lado, en relación al comercio exterior las empresas extranjeras experimentaron una concentración de sus exportaciones en productos primarios, particularmente de origen agropecuario. Asimismo, dentro de los productos industriales exportados por las empresas extranjeras se destacaban los bienes basados en recursos naturales, sobre todo de nuevo los relacionados con el sector agrario . Asimismo, a partir del modelo de Convertibilidad comenzaron a ser importante las exportaciones mineras y energéticas de las empresas transnacionales fundamentalmente con la privatización de YPF a Repsol y de la iniciación de varios proyectos mineros por parte de firmas extranjeras.
Por lo tanto, al analizar las características de las exportaciones de las empresas transnacionales podemos establecer que las mismas se concentraron en productos poco sofisticados y de poco valor agregado en los cuales la economía argentina tradicionalmente tuvo ventajas comparativas. De esta forma podemos establecer que el aumento de las empresas extranjeras no contribuyeron a mejorar el perfil exportador de la economía argentina, concentrándose sus ventas en los productos primarios y bienes basados en recursos naturales; reproduciendo la orientación exportadora que tuvo la economía argentina desde el modelo agroexportador.
Por otro lado, las empresas extranjeras tuvieron una baja intensidad de los gastos en inversión y desarrollo, es decir, la intensidad de los esfuerzos innovativos por parte de las empresas foráneas fue bajo. Por lo tanto, una de las consecuencias del aumento de la inversión extranjera directa fue la creciente transnacionalización de la oferta tecnológica, tanto en la incorporación de bienes de capital como de insumos estratégicos con el objetivo de diferenciar los productos.
Es decir, y por todo lo anteriormente dicho, la mayor presencia de las empresas extranjeras durante la década del noventa profundizaron la inserción periférica de la economía argentina en el mercado internacional. Dicho de otra forma, la inversión extranjera directa se transformó en un obstáculo para el desarrollo económico y social de la Argentina.
El colonialismo mental de los economista ortodoxos se centra en dos premisas: a) la dependencia al Fondo Monetario Internacional y al sistema financiero internacional para el financiamiento y b) la importancia de la inversión extranjera directa en el desarrollo nacional.
Sin embargo, tanto el organismo financiero como las empresas foráneas sólo contribuyeron a la dependencia del país y a la consolidación de una economía proveedora de materias primas sin desarrollo nacional.
A partir del 2003 se consolidó en la Argentina un nuevo modelo de desarrollo sustentado en la valorización productiva, basada fundamentalmente en el proceso de reindustrialización de la economía argentina, y la inclusión social, centrada en la generación de puestos de trabajo.
Para el desarrollo de este nuevo modelo fue fundamental el pago al Fondo Monetario Internacional para evitar las condicionalidades impuestas por el organismo que nos llevaron a la degradación económica y social. Por lo tanto, es momento de centrarnos en el otro punto necesario para el desarrollo del país: la nacionalización de la economía argentina.
El conflicto entre la empresa Kraft Foods (empresa norteamericana), ex Terrabusi, con sus trabajadores puso nuevamente en el centro del debate el tema de la inversión extranjera directa.
La economía argentina a lo largo de su historia fue receptora de inversiones externas. Durante el modelo agroexportador (1880-1930) la construcción de la infraestructura se realizó en base a la inversión foránea. En efecto, la construcción de los ferrocarriles como de los distintos servicios públicos son ejemplos de inversión externa durante el modelo agroexportador.
Incluso, en la etapa de industrialización por sustitución de importaciones (1930-1976) la argentina recibió gran cantidad de inversión desde el extranjero. Este fenómeno se puede observar sobre todo, y más allá de sus diferencias sustanciales, durante las presidencias de Arturo Frondizi (1958-1962), a partir de la aplicación del modelo denominado desarrollista, y de Ongania (1966-1970).
Sin embargo, fue durante el modelo de Convertibilidad (1991-2001) donde se verificó el mayor avance de la inversión extranjera. En otras palabras, si bien la economía argentina venía experimentando un alto grado de extranjerización, a partir del régimen convertible y las políticas neoliberales aplicadas durante la década del noventa, la presencia de empresas extranjeras alcanzó niveles inusitados.
Esta mayor presencia de empresas extranjeras en la economía argentina durante los años noventa fue un fenómeno generalizado desde el punto de vista sectorial. Es decir, la extranjerización se produjo en el sector manufacturero pero también en el sector servicios, en la minería, en el sistema bancario, en el sector agropecuario, en el sector energético y en los distintos servicios públicos.
Las causas de este abrupto crecimiento fueron varias . En primer lugar, debemos destacar los factores internacionales que jugaron un papel fundamental en el crecimiento de la inversión extranjera directa en la economía argentina durante el modelo de Convertibilidad. Durante estos años a nivel internacional se verificó un aumento de la inversión dirigida hacia los países del Tercer Mundo, debido principalmente al crecimiento de la competencia internacional que condujo a las multinacionales a buscar nuevos mercados y fuente de aprovisionamiento, a los cambios tecnológicos de la norma de consumo y de los procesos productivos impulsados por el proceso de globalización y la necesidad de instalarse por parte de las empresas extranjeras en todos los mercados principales donde estaban presentes sus mayores competidores.
Sin embargo jugaron un papel fundamental los factores internos como causantes principales de la instalación de firmas extranjeras en la economía argentina. Uno de estos factores locales fue el aprovechamiento por parte de las firmas foráneas del mercado interno, incluyendo el Mercosur. En este sentido, la conformación del Mercosur fue un factor fundamental, y muy especialmente en el sector automotor y autopartes sobre todo para las firmas de origen europeo y estadounidense, como por ejemplo, la Fiat, Renault, General Motors y Chrysler.
Pero existieron otros factores internos que complementaron al mercado interno, y que incluso en algunos casos fueron más importante para la instauración de empresas extranjeras. Entre ellos debemos destacar al programa de privatización de los servicios públicos llevado adelante durante los años noventa, principalmente debido a que el gobierno exigió como condición para hacerse cargo de las empresas estatales una cierta antigüedad en la operación del servicio, lo cual implicaba obligatoriamente la participación de las firmas extranjeras al no existir ninguna empresa nacional privada con experiencia previa en la operación de los servicios públicos privatizados.
También fue importante para el crecimiento de la inversión extranjera directa la decisión clara de estimularla, profundizando de esta forma las políticas económicas introducidas por la dictadura militar de 1976 al terminar de desmantelar las restricciones y regulaciones para la instauración de empresas extranjeras en la economía argentina, pasando del control a la promoción de la inversión extranjera directa. En efecto, en los años noventa se promulgaron una serie de leyes tendientes a profundizar el proceso de liberalización de la inversión extranjera directa. De esta manera, se eliminaron todas las restricciones para la inversión de las empresas extranjeras en la economía argentina.
Ahora bien, la pregunta central es ¿cuáles fueron las consecuencias económicas de la mayor presencia de empresas extranjeras en la economía argentina?, o de otra manera ¿la mayor inversión extranjera directa experimentada durante la década del noventa contribuyó al desarrollo nacional?
Cuando se analiza la repercusión de las empresas foráneas en la economía nacional puede describirse los siguientes resultados. En primer lugar, el incremento de la inversión extranjera directa contribuyó escasamente a la formación de capital en la economía argentina debido fundamentalmente a que predominó la inversión extranjera vía fusiones y adquisiciones en comparación con la destinada a la ampliación de la capacidad productiva.
Con respecto al comercio exterior las empresas transnacionales exhibieron una tendencia mayor que las firmas locales a experimentar déficit comerciales. Salvo las empresas transnacionales orientadas a las exportaciones, el resto de las firmas extranjeras tuvieron una tendencia a funcionar con déficit comercial.
Mientras que las empresas locales experimentaron una mayor propensión a las ventas externas que a las importaciones, todo lo contrario sucedió con las empresas transnacionales. Estas últimas tuvieron durante el modelo de Convertibilidad una mayor orientación importadora en casi todos los sectores económicos. Una de las causas fundamentales que nos permite explicar este comportamiento es la facilidad que las firmas extranjeras tuvieron para la obtención de productos importados desde otras filiales de la corporación.
En términos de la Balanza de Pagos la inversión extranjera fue de gran importancia para su financiamiento. Sin embargo, dicho efecto positivo de las inversiones extranjeras directa sobre el saldo de la cuenta de capital se contrapuso al efecto fuertemente negativo que se verificó en la cuenta corriente como consecuencia del aumento de las empresas extranjeras durante el modelo de Convertibilidad.
Este efecto negativo se debió fundamentalmente a partir del incremento de la remisión de utilidades y dividendos por parte de las empresas transnacionales insertadas en la economía argentina hacia sus casas matrices.
Este fenómeno demuestra que las empresas extranjeras tuvieron una reducida propensión a la reinversión de utilidades en la economía argentina; lo cual se encuentra estrechamente vinculado con la mayor facilidad que existía en el régimen convertible para la remisión de utilidades por parte de las filiales de las empresas transnacionales insertadas en la economía argentina.
Asimismo, debemos agregar otras vías de transferencia de utilidades que fueron sumamente significativas por parte de las empresas transnacionales, como por ejemplo, a través de pagos por licencias e insumos tecnológicos, precios de transferencias en el comercio intrafirma, entre otros métodos.
Sumando todo lo anteriormente expresado podemos extraer algunas conclusiones acerca del impacto de la inversión extranjera directa en el Balance de Pagos. En primer lugar, y en contraposición de las empresas nacionales, las firmas transnacionales presentaron durante el modelo de Convertibilidad un déficit en su balanza comercial. Por otro lado, las empresas extranjeras experimentaron durante este período un déficit en el rubro servicios reales, intereses, utilidades y dividendos. Podemos concluir entonces que las empresas transnacionales arrojaron un fuerte déficit en la cuenta corriente de la Balanza de Pagos.
En conclusión, considerando la cuenta de capital la inversión extranjera directa implicó la conformación de un saldo positivo como resultado del aumento de la inversión extranjera directa. Sin embargo, en forma global el aporte de las empresas extranjeras en el Balance de Pagos fue casi nulo o incluso negativo durante el modelo de Convertibilidad debido a que los efectos positivos en la cuenta de capital como resultado del ingreso de inversión extranjera directa era compensado por el déficit generado en la cuenta corriente provocado a partir de la operatoria de las filiales de las empresas transnacionales insertadas en la economía argentina.
Por otro lado, en relación al comercio exterior las empresas extranjeras experimentaron una concentración de sus exportaciones en productos primarios, particularmente de origen agropecuario. Asimismo, dentro de los productos industriales exportados por las empresas extranjeras se destacaban los bienes basados en recursos naturales, sobre todo de nuevo los relacionados con el sector agrario . Asimismo, a partir del modelo de Convertibilidad comenzaron a ser importante las exportaciones mineras y energéticas de las empresas transnacionales fundamentalmente con la privatización de YPF a Repsol y de la iniciación de varios proyectos mineros por parte de firmas extranjeras.
Por lo tanto, al analizar las características de las exportaciones de las empresas transnacionales podemos establecer que las mismas se concentraron en productos poco sofisticados y de poco valor agregado en los cuales la economía argentina tradicionalmente tuvo ventajas comparativas. De esta forma podemos establecer que el aumento de las empresas extranjeras no contribuyeron a mejorar el perfil exportador de la economía argentina, concentrándose sus ventas en los productos primarios y bienes basados en recursos naturales; reproduciendo la orientación exportadora que tuvo la economía argentina desde el modelo agroexportador.
Por otro lado, las empresas extranjeras tuvieron una baja intensidad de los gastos en inversión y desarrollo, es decir, la intensidad de los esfuerzos innovativos por parte de las empresas foráneas fue bajo. Por lo tanto, una de las consecuencias del aumento de la inversión extranjera directa fue la creciente transnacionalización de la oferta tecnológica, tanto en la incorporación de bienes de capital como de insumos estratégicos con el objetivo de diferenciar los productos.
Es decir, y por todo lo anteriormente dicho, la mayor presencia de las empresas extranjeras durante la década del noventa profundizaron la inserción periférica de la economía argentina en el mercado internacional. Dicho de otra forma, la inversión extranjera directa se transformó en un obstáculo para el desarrollo económico y social de la Argentina.
El colonialismo mental de los economista ortodoxos se centra en dos premisas: a) la dependencia al Fondo Monetario Internacional y al sistema financiero internacional para el financiamiento y b) la importancia de la inversión extranjera directa en el desarrollo nacional.
Sin embargo, tanto el organismo financiero como las empresas foráneas sólo contribuyeron a la dependencia del país y a la consolidación de una economía proveedora de materias primas sin desarrollo nacional.
A partir del 2003 se consolidó en la Argentina un nuevo modelo de desarrollo sustentado en la valorización productiva, basada fundamentalmente en el proceso de reindustrialización de la economía argentina, y la inclusión social, centrada en la generación de puestos de trabajo.
Para el desarrollo de este nuevo modelo fue fundamental el pago al Fondo Monetario Internacional para evitar las condicionalidades impuestas por el organismo que nos llevaron a la degradación económica y social. Por lo tanto, es momento de centrarnos en el otro punto necesario para el desarrollo del país: la nacionalización de la economía argentina.
martes, 29 de septiembre de 2009
Romper el colonialismo mental
Juan Santiago Fraschina, Pagina 12, 28 de septiembre de 2009.
Sostener el aumento del gasto público en medio de la crisis financiera internacional ha sido uno de los aciertos más importantes del gobierno nacional. Ante el derrumbe de las potencias económicas que ha repercutido en la economía argentina sobre todo vía comercio exterior, el gobierno nacional decidió incrementar el gasto público como principal política anticiclica. En efecto, ante la caída de la demanda externa, el sostenimiento del crecimiento del mercado interno a través del aumento de las erogaciones del sector público permitieron que la crisis internacional no repercutiera fuertemente en la economía nacional.
Sin embargo, la política fiscal expansiva junto con el desaceleramiento en el crecimiento de la recaudación tributaria debido al impacto de la crisis mundial, generaron una reducción en el superávit fiscal y una nueva discusión sobre el problema del financiamiento.
Ante el deterioro del superávit primario volvieron a aparecer los neoliberales reclamando el retorno de la Argentina al Fondo Monetario Internacional, poniendo nuevamente al organismo financiero en el centro de la política económica nacional.
Pero volver al Fondo es nuevamente subordinarse al mercado financiero internacional que son los mismos que llevaron a la Argentina a la peor crisis económica y social de su historia en el 2001 y que son responsables del colapso mundial actual.
Estos sectores pretenden el retorno al FMI como un instrumento para acotar el intervensionismo estatal que se viene dando desde el 2003. Como el mayor protagonismo del Estado afectó ciertos intereses económicos poderosos, como en el caso de la estatización de las AFJP, buena parte de los sectores dominantes visualizan al organismo internacional como un aliado estratégico para detener la presencia del Estado en la economía.
Estos sectores representantes del colonialismo mental sueñan con un país periférico, subordinado a los centros de poder, exportador de materias primas a los países desarrollados; para lo cual la reinserción del Fondo en nuestro país es una de las políticas principales. Según estos sectores la Argentina es un apéndice de la economía mundial y que tiene que ser regulada desde afuera.
Estos mismos sectores son, en general, los que reclaman la eliminación de las retenciones para colocar al país en una situación de vulnerabilidad financiera para tener que recurrir al financiamiento externo y por lo tanto aceptar las condiciones impuestas por el organismo internacional.
Volver al Fondo es perder nuevamente como en la década del noventa el control de la macroeconomía y por consiguiente de construir un proyecto endógeno de desarrollo económico y social. El discurso es de nuevo volver a darles señales amistosas al mercado financiero, lo cual implica aceptar las condicionalidades impuestas por el Fondo. De esta manera, el retorno al Fondo conduciría a un disciplinamiento de la economía argentina funcional a los sectores dominantes.
Ahora esas condiciones son arreglar con el Club de Paris y los holdouts. Mañana es aplicar el déficit cero, privatizar el sistema previsional, reducir el gasto público, bajar los impuestos a los sectores de altos ingresos, desregular la economía, eliminar los subsidios e imponer todas las políticas neoliberales ya conocidas.
Por eso el pago al Fondo Monetario Internacional significó una política fundamental para la construcción y consolidación de un modelo de valorización productiva con inclusión social, es decir, de un proyecto de desarrollo nacional a partir de un mayor intervensionismo estatal.
Entonces el retorno o no al Fondo Monetario Internacional no es una cuestión técnica ante la necesidad de financiamiento, si no más bien una cuestión política de volver o no a subordinar al país a los intereses de los países centrales y del sistema financiero internacional.
El país ya experimentó las recetas del Fondo. En la década del ochenta con los planes de ajuste estructural que implicaban una reducción permanente del gasto público. En la década del noventa con el Consenso de Washington que junto con la reducción de las erogaciones del Estado se adicionaron cambios estructurales como el programa de privatizaciones, la apertura comercial, la desregulación de los mercados y la flexibilización laboral.
Ambos planes terminaron en las dos crisis más profundas de la historia. En efecto, la crisis hiperinflacionaria de fines de la década del ochenta y la caída de la convertibilidad en el 2001.
Los sectores dominantes quieren imponer que las dos únicas alternativas para la Argentina sean reducir el gasto público y/o retornar al Fondo para reincorpóranos en el sistema financiero internacional. Sin embargo, existe una tercer opción: aumentar la presión tributaria sobre los sectores de mayores ingresos. De esta forma, se podría seguir sosteniendo el superávit fiscal al mismo tiempo que aumentar el gasto público para expandir la demanda agregada.
La disyuntiva es clara: seguir con el colonialismo mental lo cual implica volver al Fondo o profundizar el modelo de desarrollo nacional iniciado en el 2003.
Sostener el aumento del gasto público en medio de la crisis financiera internacional ha sido uno de los aciertos más importantes del gobierno nacional. Ante el derrumbe de las potencias económicas que ha repercutido en la economía argentina sobre todo vía comercio exterior, el gobierno nacional decidió incrementar el gasto público como principal política anticiclica. En efecto, ante la caída de la demanda externa, el sostenimiento del crecimiento del mercado interno a través del aumento de las erogaciones del sector público permitieron que la crisis internacional no repercutiera fuertemente en la economía nacional.
Sin embargo, la política fiscal expansiva junto con el desaceleramiento en el crecimiento de la recaudación tributaria debido al impacto de la crisis mundial, generaron una reducción en el superávit fiscal y una nueva discusión sobre el problema del financiamiento.
Ante el deterioro del superávit primario volvieron a aparecer los neoliberales reclamando el retorno de la Argentina al Fondo Monetario Internacional, poniendo nuevamente al organismo financiero en el centro de la política económica nacional.
Pero volver al Fondo es nuevamente subordinarse al mercado financiero internacional que son los mismos que llevaron a la Argentina a la peor crisis económica y social de su historia en el 2001 y que son responsables del colapso mundial actual.
Estos sectores pretenden el retorno al FMI como un instrumento para acotar el intervensionismo estatal que se viene dando desde el 2003. Como el mayor protagonismo del Estado afectó ciertos intereses económicos poderosos, como en el caso de la estatización de las AFJP, buena parte de los sectores dominantes visualizan al organismo internacional como un aliado estratégico para detener la presencia del Estado en la economía.
Estos sectores representantes del colonialismo mental sueñan con un país periférico, subordinado a los centros de poder, exportador de materias primas a los países desarrollados; para lo cual la reinserción del Fondo en nuestro país es una de las políticas principales. Según estos sectores la Argentina es un apéndice de la economía mundial y que tiene que ser regulada desde afuera.
Estos mismos sectores son, en general, los que reclaman la eliminación de las retenciones para colocar al país en una situación de vulnerabilidad financiera para tener que recurrir al financiamiento externo y por lo tanto aceptar las condiciones impuestas por el organismo internacional.
Volver al Fondo es perder nuevamente como en la década del noventa el control de la macroeconomía y por consiguiente de construir un proyecto endógeno de desarrollo económico y social. El discurso es de nuevo volver a darles señales amistosas al mercado financiero, lo cual implica aceptar las condicionalidades impuestas por el Fondo. De esta manera, el retorno al Fondo conduciría a un disciplinamiento de la economía argentina funcional a los sectores dominantes.
Ahora esas condiciones son arreglar con el Club de Paris y los holdouts. Mañana es aplicar el déficit cero, privatizar el sistema previsional, reducir el gasto público, bajar los impuestos a los sectores de altos ingresos, desregular la economía, eliminar los subsidios e imponer todas las políticas neoliberales ya conocidas.
Por eso el pago al Fondo Monetario Internacional significó una política fundamental para la construcción y consolidación de un modelo de valorización productiva con inclusión social, es decir, de un proyecto de desarrollo nacional a partir de un mayor intervensionismo estatal.
Entonces el retorno o no al Fondo Monetario Internacional no es una cuestión técnica ante la necesidad de financiamiento, si no más bien una cuestión política de volver o no a subordinar al país a los intereses de los países centrales y del sistema financiero internacional.
El país ya experimentó las recetas del Fondo. En la década del ochenta con los planes de ajuste estructural que implicaban una reducción permanente del gasto público. En la década del noventa con el Consenso de Washington que junto con la reducción de las erogaciones del Estado se adicionaron cambios estructurales como el programa de privatizaciones, la apertura comercial, la desregulación de los mercados y la flexibilización laboral.
Ambos planes terminaron en las dos crisis más profundas de la historia. En efecto, la crisis hiperinflacionaria de fines de la década del ochenta y la caída de la convertibilidad en el 2001.
Los sectores dominantes quieren imponer que las dos únicas alternativas para la Argentina sean reducir el gasto público y/o retornar al Fondo para reincorpóranos en el sistema financiero internacional. Sin embargo, existe una tercer opción: aumentar la presión tributaria sobre los sectores de mayores ingresos. De esta forma, se podría seguir sosteniendo el superávit fiscal al mismo tiempo que aumentar el gasto público para expandir la demanda agregada.
La disyuntiva es clara: seguir con el colonialismo mental lo cual implica volver al Fondo o profundizar el modelo de desarrollo nacional iniciado en el 2003.
viernes, 25 de septiembre de 2009
La necesidad de un Banco de Desarrollo
Diario Buenos Aires Económico, 22 de septiembre de 2009, por Juan Santiago Fraschina y Jose Cornejo.
Convertibilidad…
En el modelo de Convertibilidad (1991 – 2001) prevaleció el tipo de cambio bajo (un dólar costaba solo un peso) que junto con la apertura comercial tuvieron dos efectos devastadores para la economía y la sociedad argentina. Por un lado, la sobrevaluación cambiaria y la reducción de los aranceles a las importaciones generaron un “boom” importador que condujo a un déficit comercial que sólo se revertía en las fases recesivas como resultado de la caída de las compras al extranjero.
El desequilibrio comercial, la remisión de utilidades por parte de las empresas extranjeras, el pago de los servicios de la deuda externa y la privatización de los aportes jubilatorios provocaron un déficit crónico de la cuenta corriente de la balanza de pagos. Básicamente, este déficit tuvo dos fuentes de financiamiento: las privatizaciones y la deuda externa. Cuando la transferencia de los servicios públicos al sector privado se consumó, la deuda externa (principalmente) pública, se transformó en el único sostén del desequilibrio. Por otro lado, el tipo de cambio bajo con apertura comercial se tradujo en un fuerte proceso de desindustrialización. La baja competitividad de la pequeña y mediana empresa obligó a varias empresas a dos caminos: la quiebra o la transformación en importadoras. En ambos casos significó el abandono de la producción nacional. Las consecuencias sociales de este proceso de desindustrialización fueron el aumento del desempleo, la caída del salario real de los trabajadores, el incremento de la pobreza y la indigencia y una mayor concentración del ingreso.
En resumen, el modelo de Convertibilidad significó privatización y aumento de la deuda externa para financiar el quiebre del aparato productivo y con ello el incremento de la exclusión social. Este modelo estalló en diciembre de 2001, donde quedó explicito su insostenibilidad económica, social y política.
…devaluación…
La salida del régimen convertible implicó durante el gobierno de Duhalde la devaluación de la moneda nacional aumentando de esta manera la competitividad de la economía argentina. La devaluación fue funcional al sector agropecuario por ser una actividad exportadora, incrementando su renta en pesos. Pero también, el aumento de los precios internacionales de los bienes primarios generó una suba de la renta agraria en divisas. Es decir, la renta del sector agropecuario creció tanto en pesos y en divisas. Pero la devaluación también benefició al sector manufacturero. A partir del tipo de cambio alto se experimentó un incipiente proceso de sustitución de importaciones en el sector industrial al aumentar su competitividad y rentabilidad.
Estos fenómenos tuvieron dos consecuencias positivas para Argentina. En primer lugar, permitieron crecimiento económico con superávit comercial. En segundo lugar, la expansión económica motorizada en gran parte por la industria se tradujo en una caída del desempleo y la pobreza. Sin embargo, el incremento del tipo de cambio (un dólar ya costaba tres pesos) generó un aumento de los precios que produjo una caída del salario real de los trabajadores.
…y desarrollo
En un sentido dialéctico, durante el gobierno de Kirchner se aplicaron distintas políticas para recuperar el poder de compra de los asalariados. Por un lado, medidas con objetivos de desacelerar el aumento de los precios internos: retenciones, precios máximos y subsidios. Por otro lado, la recuperación del salario nominal a partir del apoyo explícito a las paritarias y el incremento del salario mínimo, vital y móvil. Por lo tanto, la conjunción de la menor inflación y el incremento de las remuneraciones produjo una recuperación del salario real. Esto es clave para profundizar el modelo actual de valorización productiva con inclusión social.
Sin embargo, la competitividad no puede depender exclusivamente del tipo de cambio. Por lo tanto, el aumento de la productividad es clave para la consolidación del modelo productivo que permita avanzar contra la pobreza. En este sentido, la construcción de un Banco de Desarrollo es fundamental. El mismo, debe diferenciarse de los bancos tradicionales a partir de financiar exclusivamente la producción y no el consumo o la valorización financiera.
Para esto las características del BNDES brasileño es de suma importancia para la formación de un banco de desarrollo similar en nuestro país. Las políticas del BNDES priorizan proyectos que promueven el desarrollo económico con inclusión social estimulando los emprendimientos que crean empleo y renta a partir del desarrollo de distintos programas.
Por ejemplo, programas agropecuarios como el Nacional de Fortalecimiento de la Agricultura Familiar (PRONAF), Modernización de la Flota de Tractores Agrícolas e Implementos Asociados y Cosechadoras (MODERFROTA), Incentivo a la Irrigación y el Almacenaje (MODERINFRA), Modernización de la Agricultura y Conservación de Recursos Naturales (MODERAGRO), Siembra Comercial y Recuperación de Florestas (PROFLORA), Desarrollo Cooperativo para Agregación de Valor a la Producción Agropecuarias (PRODECOOP), Capitalización de Cooperativas Agropecuarias (PROCAP – AGRO), entre otros. Asimismo, programas industriales como por ejemplo Apoyo para el Desarrollo de la Cadena Productiva Farmacéutica (PROFARMA), Fondo para Desarrollo Tecnológico de las Telecomunicaciones (FUNTTEL), Fondo para el Desarrollo de la Industria Nacional de Software y Servicios Relacionados (PROSOFT), Apoyo a la Cadena Productiva del Audiovisual (PROCULT), Financiamiento para las Empresas de la Cadena Productiva Aeronáutica Brasileña (PROAERONAUTICA), Apoyo a la Revitalización de Empresas (REVITALIZA), entre otros. Pero por otro lado, junto con el financiamiento productivo, el BNDES brasileño desarrolla un conjunto de programas sociales para fortalecer la inclusión social. Entre ellos podemos destacar el programa de Apoyo a la Consolidación de Emprendimientos Autogestionarios (PACEA), Micro créditos, Camino de la Escuela, Financiamiento para la Adquisición de Vehículos de Transporte Escolar (PROESCOLAR) y Mejora de la Enseñanza de las Instituciones de Educación Superior (programa IES).
La reforma financiera llevada a cabo por Martínez de Hoz en 1977 fue fundamental para la constitución del modelo de valorización financiera que se tradujo en un proceso de desindustrialización, aumento de la deuda externa, la fuga de capitales, el aumento del desempleo, la pobreza y la indigencia. La construcción de un banco de desarrollo nacional es imprescindible para la consolidación del nuevo modelo de desarrollo caracterizado por la valorización productiva con inclusión social.
Convertibilidad…
En el modelo de Convertibilidad (1991 – 2001) prevaleció el tipo de cambio bajo (un dólar costaba solo un peso) que junto con la apertura comercial tuvieron dos efectos devastadores para la economía y la sociedad argentina. Por un lado, la sobrevaluación cambiaria y la reducción de los aranceles a las importaciones generaron un “boom” importador que condujo a un déficit comercial que sólo se revertía en las fases recesivas como resultado de la caída de las compras al extranjero.
El desequilibrio comercial, la remisión de utilidades por parte de las empresas extranjeras, el pago de los servicios de la deuda externa y la privatización de los aportes jubilatorios provocaron un déficit crónico de la cuenta corriente de la balanza de pagos. Básicamente, este déficit tuvo dos fuentes de financiamiento: las privatizaciones y la deuda externa. Cuando la transferencia de los servicios públicos al sector privado se consumó, la deuda externa (principalmente) pública, se transformó en el único sostén del desequilibrio. Por otro lado, el tipo de cambio bajo con apertura comercial se tradujo en un fuerte proceso de desindustrialización. La baja competitividad de la pequeña y mediana empresa obligó a varias empresas a dos caminos: la quiebra o la transformación en importadoras. En ambos casos significó el abandono de la producción nacional. Las consecuencias sociales de este proceso de desindustrialización fueron el aumento del desempleo, la caída del salario real de los trabajadores, el incremento de la pobreza y la indigencia y una mayor concentración del ingreso.
En resumen, el modelo de Convertibilidad significó privatización y aumento de la deuda externa para financiar el quiebre del aparato productivo y con ello el incremento de la exclusión social. Este modelo estalló en diciembre de 2001, donde quedó explicito su insostenibilidad económica, social y política.
…devaluación…
La salida del régimen convertible implicó durante el gobierno de Duhalde la devaluación de la moneda nacional aumentando de esta manera la competitividad de la economía argentina. La devaluación fue funcional al sector agropecuario por ser una actividad exportadora, incrementando su renta en pesos. Pero también, el aumento de los precios internacionales de los bienes primarios generó una suba de la renta agraria en divisas. Es decir, la renta del sector agropecuario creció tanto en pesos y en divisas. Pero la devaluación también benefició al sector manufacturero. A partir del tipo de cambio alto se experimentó un incipiente proceso de sustitución de importaciones en el sector industrial al aumentar su competitividad y rentabilidad.
Estos fenómenos tuvieron dos consecuencias positivas para Argentina. En primer lugar, permitieron crecimiento económico con superávit comercial. En segundo lugar, la expansión económica motorizada en gran parte por la industria se tradujo en una caída del desempleo y la pobreza. Sin embargo, el incremento del tipo de cambio (un dólar ya costaba tres pesos) generó un aumento de los precios que produjo una caída del salario real de los trabajadores.
…y desarrollo
En un sentido dialéctico, durante el gobierno de Kirchner se aplicaron distintas políticas para recuperar el poder de compra de los asalariados. Por un lado, medidas con objetivos de desacelerar el aumento de los precios internos: retenciones, precios máximos y subsidios. Por otro lado, la recuperación del salario nominal a partir del apoyo explícito a las paritarias y el incremento del salario mínimo, vital y móvil. Por lo tanto, la conjunción de la menor inflación y el incremento de las remuneraciones produjo una recuperación del salario real. Esto es clave para profundizar el modelo actual de valorización productiva con inclusión social.
Sin embargo, la competitividad no puede depender exclusivamente del tipo de cambio. Por lo tanto, el aumento de la productividad es clave para la consolidación del modelo productivo que permita avanzar contra la pobreza. En este sentido, la construcción de un Banco de Desarrollo es fundamental. El mismo, debe diferenciarse de los bancos tradicionales a partir de financiar exclusivamente la producción y no el consumo o la valorización financiera.
Para esto las características del BNDES brasileño es de suma importancia para la formación de un banco de desarrollo similar en nuestro país. Las políticas del BNDES priorizan proyectos que promueven el desarrollo económico con inclusión social estimulando los emprendimientos que crean empleo y renta a partir del desarrollo de distintos programas.
Por ejemplo, programas agropecuarios como el Nacional de Fortalecimiento de la Agricultura Familiar (PRONAF), Modernización de la Flota de Tractores Agrícolas e Implementos Asociados y Cosechadoras (MODERFROTA), Incentivo a la Irrigación y el Almacenaje (MODERINFRA), Modernización de la Agricultura y Conservación de Recursos Naturales (MODERAGRO), Siembra Comercial y Recuperación de Florestas (PROFLORA), Desarrollo Cooperativo para Agregación de Valor a la Producción Agropecuarias (PRODECOOP), Capitalización de Cooperativas Agropecuarias (PROCAP – AGRO), entre otros. Asimismo, programas industriales como por ejemplo Apoyo para el Desarrollo de la Cadena Productiva Farmacéutica (PROFARMA), Fondo para Desarrollo Tecnológico de las Telecomunicaciones (FUNTTEL), Fondo para el Desarrollo de la Industria Nacional de Software y Servicios Relacionados (PROSOFT), Apoyo a la Cadena Productiva del Audiovisual (PROCULT), Financiamiento para las Empresas de la Cadena Productiva Aeronáutica Brasileña (PROAERONAUTICA), Apoyo a la Revitalización de Empresas (REVITALIZA), entre otros. Pero por otro lado, junto con el financiamiento productivo, el BNDES brasileño desarrolla un conjunto de programas sociales para fortalecer la inclusión social. Entre ellos podemos destacar el programa de Apoyo a la Consolidación de Emprendimientos Autogestionarios (PACEA), Micro créditos, Camino de la Escuela, Financiamiento para la Adquisición de Vehículos de Transporte Escolar (PROESCOLAR) y Mejora de la Enseñanza de las Instituciones de Educación Superior (programa IES).
La reforma financiera llevada a cabo por Martínez de Hoz en 1977 fue fundamental para la constitución del modelo de valorización financiera que se tradujo en un proceso de desindustrialización, aumento de la deuda externa, la fuga de capitales, el aumento del desempleo, la pobreza y la indigencia. La construcción de un banco de desarrollo nacional es imprescindible para la consolidación del nuevo modelo de desarrollo caracterizado por la valorización productiva con inclusión social.
miércoles, 19 de agosto de 2009
LA MAYORÍA SATISFECHA
Revista 2010, Agosto de 2009, Año 3, n°30.
La mayoría satisfecha:
En su libro “La cultura de la satisfacción”, John Kenneth Galbraith analiza cómo las ideas liberales desde su nacimiento fueron funcionales a los grandes empresarios (los “satisfechos”, según el economista norteamericano). Esto se puede ver claramente, aunque el autor no lo plantea, en la idea de la mano invisible desarrollada por Adam Smith a fines del siglo XVIII donde se muestra más cabalmente la funcionalidad del liberalismo económico para el grupo de “los satisfechos”.
Según Smith la mano invisible implica la coincidencia entre el interés individual con el interés general, lo que descarta cualquier intervención del Estado en la economía. En efecto, según el economista escocés, el individuo en el mercado satisfaciendo sus propias necesidades colabora con un objetivo que no buscaba: el bien común.
Esta idea es la concepción central del liberalismo económico. De esta forma, ningún empresario podría sentirse culpable buscando maximizar sus propias ganancias porque de esta manera esta colaborando con el bienestar de la sociedad.
Incluso, plantea el autor, en plena crisis de 1929 donde se puso de manifiesto el fracaso del liberalismo económico, la intervención del Estado generó una fuerte resistencia por parte de los satisfechos. Durante la Gran Depresión mientras se generalizaba el desempleo sin subsidios, la crisis agrícola se profundizaba, crecían los ancianos sin pensión y aumentaba la explotación de las mujeres y de los niños en las fabricas; los que permanecían favorecidos se oponían a cualquier intervención del Estado.
En este contexto, Franklin D. Roosevelt fue elegido como presidente de los Estados Unidos a partir de una especie de engaño político. Al mismo tiempo que prometía cambios y reformas para conseguir la reactivación económica, aseguraba mantener un presupuesto equilibrado y un reducido gasto público con el objetivo de tranquilizar al grupo de los satisfechos.
Cuando Roosevelt experimentó el New Deal (Nuevo Acuerdo) que implicaba un fuerte incremento del intervencionismo estatal, los opulentos resistieron a través de diferentes dispositivos constitucionales. De hecho, el banquero Morgan, espantado por la acción estatal, advertía al Senado que “si se destruye la clase ociosa, se destruye la civilización” y continuó diciendo que la clase ociosa son “todos aquellos que pueden permitirse pagar una sirvienta”.
Sin embargo, sostiene Galbraith, el New Deal de Roosevelt fue fundamental para recomponer el sistema capitalista norteamericano y en este sentido proteger el bienestar de aquellos individuos que el capitalismo más favorece, esto es, de los satisfechos.
A partir de esta introducción el autor comienza a analizar lo que él denomina la “mayoría satisfecha”. Según Galbraith este sector social incluye a las personas que manejan las grandes empresas financieras e industriales y a sus asalariado medios y superiores, a los profesionales, a los empleados subalternos con ingresos garantizados, a los que poseen negocios independientes, una buena parte de los agricultores, trabajadores con oficio, ancianos con buenas jubilaciones que les permite vivir sin sobresaltos, entre otros grupos.
Es decir, la “mayoría satisfecha” es un grupo heterogéneo de personas pero que presentan una característica común: tienen garantizado en mayor o menor medida su bienestar material y consideran que el futuro se encuentra bajo su control personal.
Según Galbraith, esta mayoría satisfecha presenta cuatro características fundamentales:
1) La primer característica es su afirmación de que los que la componen están recibiendo lo que se merecen en justicia. Es decir, que los individuos que integran la mayoría satisfecha están convencidos de que lo que disfrutan es producto de su esfuerzo, su inteligencia y su virtud personal;
2) La segunda característica es su actitud hacia el tiempo. En efecto, la mayoría satisfecha posee una actitud adversa por el largo plazo. Prefieren el corto plazo en detrimento del largo plazo por una cuestión sencilla: el largo plazo puede no llegar nunca;
3) La tercera característica de los opulentos de la sociedad es su visión sumamente selectiva del papel del Estado. En líneas generales, la mayoría satisfecha visualiza al Estado como una carga. De esta forma, para los que disfrutan de una situación desahogada es imprescindible reducir o eliminar esta carga, lo cual se traduce en una reducción de los impuestos;
4) La cuarta y última característica es la tolerancia que presenta la mayoría satisfecha respecto a las grandes diferencias de ingreso. El autor plantea que aquellos que pertenecen al sector afortunado de la sociedad aunque menos acaudalados soportan los ingresos sumamente elevados de los muy ricos, por temor a que en la redistribución de la riqueza estén amenazados también sus ingresos.
En resumen, estas son las cuatros características de la mayoría satisfecha, es decir, del sector social que tiene la posibilidad de disfrutar un bienestar económico que le permite vivir con desahogo sus vidas.
A su vez, el autor plantea que existe una minoría de los satisfechos que les preocupa además de su satisfacción personal la situación de los desfavorecidos que no tienen la suerte de participar de su bienestar material.
En efecto, existe un grupo de individuos integrados por intelectuales, periodistas, disidentes profesionales que manifiestan simpatía por los marginados. Sin embargo, plantea Galbraith, no constituyen una amenaza seria para la mayoría satisfecha. Todo lo contrario, este grupo consolida la posición de los opulentos al democratizar la posición dominante de la mayoría satisfecha.
Los satisfechos argentinos
A partir del conflicto desatado con las retenciones móviles se observó en todo su esplendor el accionar de la mayoría satisfecha argentina. A lo largo de todo el conflicto se vio reflejado en todos los actores sociales que se opusieron a la medida implementada por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, fundamentalmente las entidades agrarias, las distintas características detalladas por Galbraith que presentan los sectores opulentos norteamericanos.
1) Los agricultores afirmaron que están recibiendo lo que se merecen en justicia, esto es, que la renta agraria percibida es producto de sus esfuerzos. En este sentido, se estereotipó al agricultor como el campesino que se levanta a las 5 de la mañana para trabajar sus tierras y que trabaja de sol a sol.
Por lo tanto, para los agricultores no es justo que el Estado intervenga a través de las retenciones para extraerle parte de su renta con el objetivo de distribuirlo entre los menos favorecidos. Es decir, la mayoría satisfecha argentina se mostró indignada ante la intención del Estado nacional de cobrarle impuesto al núcleo sojero pues lo consideran como una usurpación de aquello que tan claramente se merecen.
En este sentido, se oculta que buena parte de la renta percibida por los agricultores es como resultado de una política económica llevada a cabo por el gobierno nacional: la devaluación de la moneda. Política económica que además fue soportada por los asalariados que a partir de la inflación vieron reducido su salario real;
2) En las entidades agrarias durante el conflicto también se notó su privilegio del corto por el largo plazo. En efecto, gran parte de su discurso en contra de las retenciones móviles era que se debía aprovechar el contexto internacional que favorecía a la Argentina a partir de los elevados precios de las materias primas.
Para las entidades agrarias esto significa venderle al mundo lo que el mundo necesita. Es decir, retomar los lineamientos generales del modelo agroexportador que implica la venta externa de productos primarios, fundamentalmente soja.
Por lo tanto, para aprovechar el contexto internacional, según los agricultores, es conveniente reducir las retenciones para así de esta manera permitirles incrementar la inversión agraria y de esta forma producir una mayor cantidad para aumentar las exportaciones.
Esto implica que el Estado no intervenga para fijar las rentabilidades relativas de la economía. Esto se traduciría en que ante el aumento abrupto de la soja a nivel internacional la rentabilidad del sector sojero es mayor a la rentabilidad de los otros sectores económicos, esto es, al resto de las actividades agrarias – ganaderas y al sector manufacturero.
Este fenómeno genera que la mayor parte de la inversión sea destinada en la economía argentina a la producción de soja desalentando de esta forma la inversión en trigo, maíz, leche, carne y productos manufacturados. Esto se traduce en dos hechos: primero, como la soja se produce casi exclusivamente para la exportación se reduciría la producción de productos agrarios – ganaderos que se destina al consumo interno y, segundo, se atentaría al modelo de industrialización al ser menos rentable la inversión en el sector manufacturero que en el sector sojero;
3) Durante todo este conflicto también se observó la visión sumamente selectiva por parte de las entidades agropecuarias del papel del Estado. Una de las cuestiones que quedó más claro es que para los agricultores el Estado en líneas generales es percibido como una carga.
Para ellos el Estado es un socio que participa de las ganancias del campo pero que desaparece en los momentos de las malas cosechas. Por lo tanto, exigen la no intervención del Estado en la economía;
4) En el conflicto por las retenciones móviles se observó también la tolerancia que muestra gran parte de la mayoría satisfecha respecto de las grandes desigualdades en la distribución del ingreso. En efecto, las entidades agropecuarias estuvieron fuertemente apoyadas por un gran sector de los afortunados que nada tenían que ver con el campo ni muchos menos les afectaba las retenciones móviles de la soja. Incluso, este apoyo se dio conociendo las rentas extraordinarias percibidas por el núcleo sojero que lideró el conflicto agrario.
Si bien detrás de este apoyo podemos encontrar un número importante de causas, uno de los factores fundamentales es la oposición a cualquier medida redistributiva implementada por el Estado nacional. Pues esta distribución es amenazante para el grueso de la mayoría satisfecha.
De esta forma, prefieren apoyar la renta extraordinario de un grupo reducido de productores con tal de no ser afectada en algún momento su renta en el proceso de distribución del ingreso. Parafraseando a Galbraith, la opulencia esplendorosa del núcleo sojero es el precio que paga el resto de la mayoría satisfecha menos opulenta para poder retener lo que es menos pero que está muy bien de todos modos.
Por tal motivo, buena parte de la mayoría satisfecha argentina salió en defensa de las entidades agropecuarias a pesar de no sentirse afectado directamente por las retenciones móviles establecidas por el gobierno nacional.
Por último, también durante el conflicto agropecuario participó esa minoría de la mayoría satisfecha preocupada por los marginados pero inofensiva para la posición dominante de los opulentos. En efecto, una parte del progresismo argentino integrado por intelectuales, periodista y políticos que escribían y hablaban permanentemente a favor de la distribución del ingreso pero que sin embargo durante este conflicto decidieron ser funcionales, por diferentes motivos, a las entidades agropecuarias.
Estos sectores son profundamente necesarios para darle un aire de democracia a la posición dominante de la mayoría satisfecha. Entre estos sectores podemos destacar a Proyecto Sur cuyo diputado Claudio Lozano a pesar de expresar su pasión por la redistribución del ingreso terminó votando, más allá de sus explicaciones, a favor de las entidades agropecuarias.
El voto de Cobos por la negativa al proyecto de retenciones móviles para la soja muestra la preponderancia cultural, económica, política y social de la mayoría satisfecha argentina. Los sectores opulentos de la sociedad afirman que gracias al voto de Cobos se pacificó el país. Pero al mismo tiempo dan una señal: esta pacificación depende de que la posición dominante de la mayoría satisfecha no se vuelva a discutir, esto es, la paz social depende de que no se insista más en la distribución del ingreso.
La mayoría satisfecha:
En su libro “La cultura de la satisfacción”, John Kenneth Galbraith analiza cómo las ideas liberales desde su nacimiento fueron funcionales a los grandes empresarios (los “satisfechos”, según el economista norteamericano). Esto se puede ver claramente, aunque el autor no lo plantea, en la idea de la mano invisible desarrollada por Adam Smith a fines del siglo XVIII donde se muestra más cabalmente la funcionalidad del liberalismo económico para el grupo de “los satisfechos”.
Según Smith la mano invisible implica la coincidencia entre el interés individual con el interés general, lo que descarta cualquier intervención del Estado en la economía. En efecto, según el economista escocés, el individuo en el mercado satisfaciendo sus propias necesidades colabora con un objetivo que no buscaba: el bien común.
Esta idea es la concepción central del liberalismo económico. De esta forma, ningún empresario podría sentirse culpable buscando maximizar sus propias ganancias porque de esta manera esta colaborando con el bienestar de la sociedad.
Incluso, plantea el autor, en plena crisis de 1929 donde se puso de manifiesto el fracaso del liberalismo económico, la intervención del Estado generó una fuerte resistencia por parte de los satisfechos. Durante la Gran Depresión mientras se generalizaba el desempleo sin subsidios, la crisis agrícola se profundizaba, crecían los ancianos sin pensión y aumentaba la explotación de las mujeres y de los niños en las fabricas; los que permanecían favorecidos se oponían a cualquier intervención del Estado.
En este contexto, Franklin D. Roosevelt fue elegido como presidente de los Estados Unidos a partir de una especie de engaño político. Al mismo tiempo que prometía cambios y reformas para conseguir la reactivación económica, aseguraba mantener un presupuesto equilibrado y un reducido gasto público con el objetivo de tranquilizar al grupo de los satisfechos.
Cuando Roosevelt experimentó el New Deal (Nuevo Acuerdo) que implicaba un fuerte incremento del intervencionismo estatal, los opulentos resistieron a través de diferentes dispositivos constitucionales. De hecho, el banquero Morgan, espantado por la acción estatal, advertía al Senado que “si se destruye la clase ociosa, se destruye la civilización” y continuó diciendo que la clase ociosa son “todos aquellos que pueden permitirse pagar una sirvienta”.
Sin embargo, sostiene Galbraith, el New Deal de Roosevelt fue fundamental para recomponer el sistema capitalista norteamericano y en este sentido proteger el bienestar de aquellos individuos que el capitalismo más favorece, esto es, de los satisfechos.
A partir de esta introducción el autor comienza a analizar lo que él denomina la “mayoría satisfecha”. Según Galbraith este sector social incluye a las personas que manejan las grandes empresas financieras e industriales y a sus asalariado medios y superiores, a los profesionales, a los empleados subalternos con ingresos garantizados, a los que poseen negocios independientes, una buena parte de los agricultores, trabajadores con oficio, ancianos con buenas jubilaciones que les permite vivir sin sobresaltos, entre otros grupos.
Es decir, la “mayoría satisfecha” es un grupo heterogéneo de personas pero que presentan una característica común: tienen garantizado en mayor o menor medida su bienestar material y consideran que el futuro se encuentra bajo su control personal.
Según Galbraith, esta mayoría satisfecha presenta cuatro características fundamentales:
1) La primer característica es su afirmación de que los que la componen están recibiendo lo que se merecen en justicia. Es decir, que los individuos que integran la mayoría satisfecha están convencidos de que lo que disfrutan es producto de su esfuerzo, su inteligencia y su virtud personal;
2) La segunda característica es su actitud hacia el tiempo. En efecto, la mayoría satisfecha posee una actitud adversa por el largo plazo. Prefieren el corto plazo en detrimento del largo plazo por una cuestión sencilla: el largo plazo puede no llegar nunca;
3) La tercera característica de los opulentos de la sociedad es su visión sumamente selectiva del papel del Estado. En líneas generales, la mayoría satisfecha visualiza al Estado como una carga. De esta forma, para los que disfrutan de una situación desahogada es imprescindible reducir o eliminar esta carga, lo cual se traduce en una reducción de los impuestos;
4) La cuarta y última característica es la tolerancia que presenta la mayoría satisfecha respecto a las grandes diferencias de ingreso. El autor plantea que aquellos que pertenecen al sector afortunado de la sociedad aunque menos acaudalados soportan los ingresos sumamente elevados de los muy ricos, por temor a que en la redistribución de la riqueza estén amenazados también sus ingresos.
En resumen, estas son las cuatros características de la mayoría satisfecha, es decir, del sector social que tiene la posibilidad de disfrutar un bienestar económico que le permite vivir con desahogo sus vidas.
A su vez, el autor plantea que existe una minoría de los satisfechos que les preocupa además de su satisfacción personal la situación de los desfavorecidos que no tienen la suerte de participar de su bienestar material.
En efecto, existe un grupo de individuos integrados por intelectuales, periodistas, disidentes profesionales que manifiestan simpatía por los marginados. Sin embargo, plantea Galbraith, no constituyen una amenaza seria para la mayoría satisfecha. Todo lo contrario, este grupo consolida la posición de los opulentos al democratizar la posición dominante de la mayoría satisfecha.
Los satisfechos argentinos
A partir del conflicto desatado con las retenciones móviles se observó en todo su esplendor el accionar de la mayoría satisfecha argentina. A lo largo de todo el conflicto se vio reflejado en todos los actores sociales que se opusieron a la medida implementada por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, fundamentalmente las entidades agrarias, las distintas características detalladas por Galbraith que presentan los sectores opulentos norteamericanos.
1) Los agricultores afirmaron que están recibiendo lo que se merecen en justicia, esto es, que la renta agraria percibida es producto de sus esfuerzos. En este sentido, se estereotipó al agricultor como el campesino que se levanta a las 5 de la mañana para trabajar sus tierras y que trabaja de sol a sol.
Por lo tanto, para los agricultores no es justo que el Estado intervenga a través de las retenciones para extraerle parte de su renta con el objetivo de distribuirlo entre los menos favorecidos. Es decir, la mayoría satisfecha argentina se mostró indignada ante la intención del Estado nacional de cobrarle impuesto al núcleo sojero pues lo consideran como una usurpación de aquello que tan claramente se merecen.
En este sentido, se oculta que buena parte de la renta percibida por los agricultores es como resultado de una política económica llevada a cabo por el gobierno nacional: la devaluación de la moneda. Política económica que además fue soportada por los asalariados que a partir de la inflación vieron reducido su salario real;
2) En las entidades agrarias durante el conflicto también se notó su privilegio del corto por el largo plazo. En efecto, gran parte de su discurso en contra de las retenciones móviles era que se debía aprovechar el contexto internacional que favorecía a la Argentina a partir de los elevados precios de las materias primas.
Para las entidades agrarias esto significa venderle al mundo lo que el mundo necesita. Es decir, retomar los lineamientos generales del modelo agroexportador que implica la venta externa de productos primarios, fundamentalmente soja.
Por lo tanto, para aprovechar el contexto internacional, según los agricultores, es conveniente reducir las retenciones para así de esta manera permitirles incrementar la inversión agraria y de esta forma producir una mayor cantidad para aumentar las exportaciones.
Esto implica que el Estado no intervenga para fijar las rentabilidades relativas de la economía. Esto se traduciría en que ante el aumento abrupto de la soja a nivel internacional la rentabilidad del sector sojero es mayor a la rentabilidad de los otros sectores económicos, esto es, al resto de las actividades agrarias – ganaderas y al sector manufacturero.
Este fenómeno genera que la mayor parte de la inversión sea destinada en la economía argentina a la producción de soja desalentando de esta forma la inversión en trigo, maíz, leche, carne y productos manufacturados. Esto se traduce en dos hechos: primero, como la soja se produce casi exclusivamente para la exportación se reduciría la producción de productos agrarios – ganaderos que se destina al consumo interno y, segundo, se atentaría al modelo de industrialización al ser menos rentable la inversión en el sector manufacturero que en el sector sojero;
3) Durante todo este conflicto también se observó la visión sumamente selectiva por parte de las entidades agropecuarias del papel del Estado. Una de las cuestiones que quedó más claro es que para los agricultores el Estado en líneas generales es percibido como una carga.
Para ellos el Estado es un socio que participa de las ganancias del campo pero que desaparece en los momentos de las malas cosechas. Por lo tanto, exigen la no intervención del Estado en la economía;
4) En el conflicto por las retenciones móviles se observó también la tolerancia que muestra gran parte de la mayoría satisfecha respecto de las grandes desigualdades en la distribución del ingreso. En efecto, las entidades agropecuarias estuvieron fuertemente apoyadas por un gran sector de los afortunados que nada tenían que ver con el campo ni muchos menos les afectaba las retenciones móviles de la soja. Incluso, este apoyo se dio conociendo las rentas extraordinarias percibidas por el núcleo sojero que lideró el conflicto agrario.
Si bien detrás de este apoyo podemos encontrar un número importante de causas, uno de los factores fundamentales es la oposición a cualquier medida redistributiva implementada por el Estado nacional. Pues esta distribución es amenazante para el grueso de la mayoría satisfecha.
De esta forma, prefieren apoyar la renta extraordinario de un grupo reducido de productores con tal de no ser afectada en algún momento su renta en el proceso de distribución del ingreso. Parafraseando a Galbraith, la opulencia esplendorosa del núcleo sojero es el precio que paga el resto de la mayoría satisfecha menos opulenta para poder retener lo que es menos pero que está muy bien de todos modos.
Por tal motivo, buena parte de la mayoría satisfecha argentina salió en defensa de las entidades agropecuarias a pesar de no sentirse afectado directamente por las retenciones móviles establecidas por el gobierno nacional.
Por último, también durante el conflicto agropecuario participó esa minoría de la mayoría satisfecha preocupada por los marginados pero inofensiva para la posición dominante de los opulentos. En efecto, una parte del progresismo argentino integrado por intelectuales, periodista y políticos que escribían y hablaban permanentemente a favor de la distribución del ingreso pero que sin embargo durante este conflicto decidieron ser funcionales, por diferentes motivos, a las entidades agropecuarias.
Estos sectores son profundamente necesarios para darle un aire de democracia a la posición dominante de la mayoría satisfecha. Entre estos sectores podemos destacar a Proyecto Sur cuyo diputado Claudio Lozano a pesar de expresar su pasión por la redistribución del ingreso terminó votando, más allá de sus explicaciones, a favor de las entidades agropecuarias.
El voto de Cobos por la negativa al proyecto de retenciones móviles para la soja muestra la preponderancia cultural, económica, política y social de la mayoría satisfecha argentina. Los sectores opulentos de la sociedad afirman que gracias al voto de Cobos se pacificó el país. Pero al mismo tiempo dan una señal: esta pacificación depende de que la posición dominante de la mayoría satisfecha no se vuelva a discutir, esto es, la paz social depende de que no se insista más en la distribución del ingreso.
lunes, 27 de julio de 2009
EL PLAN ECONÓMICO DE LOS SECTORES DOMINANTES
por Juan Santiago Fraschina,
Luego de las elecciones y de la derrota oficialista en la provincia de Buenos Aires los sectores dominantes comenzaron a profundizar el diseño de su “nuevo” plan económico. En efecto, tanto la Mesa de Enlace como la Unión Industrial Argentina redoblaron sus presiones al gobierno para la imposición de su modelo económico, coincidiendo en sus rasgos esenciales.
Uno de los pilares fundamentales del programa económico de los sectores dominantes es la devaluación de la moneda nacional. En este sentido es imprescindible discutir algunos puntos. En primer lugar, la devaluación no es mala ni buena en sí misma.
Es más, la fuerte recuperación económica que permitió la generación de puestos de trabajo a partir de la salida de la Convertibilidad fue en gran parte gracias al tipo de cambio competitivo.
Mientras que en la década del noventa el atraso cambiario generó un “boom” importador y desalentó las ventas externa que llevaron a un proceso de desindustrialización y a un consiguiente incremento de la desocupación y de la exclusión social, el crecimiento post convertibilidad a partir del tipo de cambio alto permitió una reindustrialización de la economía argentina asociado a una fuerte generación de puestos de trabajo y una reducción de la pobreza y la indigencia.
En otras palabras, el nuevo modelo de desarrollo actual caracterizado por la valorización productiva y la inclusión social se debió en gran medida al tipo de cambio competitivo como resultado de la devaluación de la moneda nacional.
Sin embargo, los efectos de la devaluación dependen de las políticas económicas que la acompañan. En tal sentido, las “recomendaciones” de los sectores dominantes es que, junto con la devaluación de la moneda nacional, se apliquen las siguientes medidas económicas:
- Reducción o eliminación de las retenciones.
- Eliminación de las paritarias.
- Fin de los precios máximos.
Las consecuencias de estas políticas económicas son claras. En primer lugar, la devaluación junto con una disminución o desaparición de las retenciones a las exportaciones provocaran el aumento de las exportaciones de los productos agrarios ganaderos generando un desabastecimiento del mercado interno que, junto con la desregulación de los precios, conduce a un proceso inflacionario de los productos de primera necesidad.
Este aumento de los precios, sumado al congelamiento del salario nominal como resultado de la eliminación de las paritarias, conduciría a una pulverización del salario real de los trabajadores. Esto es, se reduciría el poder de compra de los asalariados.
Los integrantes de la Mesa de Enlace experimentaran un aumento mayor de su renta extraordinario al incrementar sus ventas externas de sus productos, y los miembros de la Unión Industrial Argentina, que representa a los grandes industriales del país, verificaran una disminución de sus costos salariales como consecuencia de la reducción de la remuneración real de los obreros.
Pero el programa económico de los sectores dominantes continúa. A esto debemos sumarle una reducción del gasto público. Efectivamente, tanto los dueños de la tierra como de las grandes empresas coinciden que el aumento del gasto público fue en los últimos años exorbitante.
Por lo tanto, según los sectores dominantes, el aumento del gasto del Estado obligó al incremento permanente de la presión tributaria. De esta forma, si reducimos las erogaciones del sector público podemos bajar los impuestos, como por ejemplo las retenciones a las exportaciones.
Pero además, si la baja del gasto público no permite compensar la reducción de la recaudación tributaria como consecuencia de la disminución de los impuestos a los sectores dominantes, lo cual generaría un déficit fiscal, podemos recurrir al Fondo Monetario Internacional.
Es decir, cubrir el desequilibrio fiscal con un nuevo proceso de endeudamiento externos del sector público. Volver a endeudarnos para sostener un incremento aún mayor en la rentabilidad de los dueños de los campos y del capital concentrado interno.
En resumen, la devaluación de la moneda nacional, el congelamiento del salario nominal, la desregulación de los mercados, la disminución de los impuestos a los sectores altos, la reducción del gasto público y el retorno al Fondo Monetario Internacional forman parte esencial del modelo económico de los sectores dominantes.
Los resultados de este modelo son bien conocidos. Reducción del mercado domestico como consecuencia de la caída del poder de compra de los trabajadores y de la reducción del gato público generando el quiebre y desaparición de una buena parte de las pequeñas empresas provocando el aumento de la desocupación, la pobreza y la indigencia. Esto es, un modelo de concentración con exclusión social que predominó durante la década del noventa y el modelo de Convertibilidad.
Los perjudicados de este programa son también conocidos. Por un lado, los sectores populares que verán reducido su ingreso real. Por otro lado, las pequeñas y medianas empresas que dependen en gran medida del mercado interno.
Luego de las elecciones y de la derrota oficialista en la provincia de Buenos Aires los sectores dominantes comenzaron a profundizar el diseño de su “nuevo” plan económico. En efecto, tanto la Mesa de Enlace como la Unión Industrial Argentina redoblaron sus presiones al gobierno para la imposición de su modelo económico, coincidiendo en sus rasgos esenciales.
Uno de los pilares fundamentales del programa económico de los sectores dominantes es la devaluación de la moneda nacional. En este sentido es imprescindible discutir algunos puntos. En primer lugar, la devaluación no es mala ni buena en sí misma.
Es más, la fuerte recuperación económica que permitió la generación de puestos de trabajo a partir de la salida de la Convertibilidad fue en gran parte gracias al tipo de cambio competitivo.
Mientras que en la década del noventa el atraso cambiario generó un “boom” importador y desalentó las ventas externa que llevaron a un proceso de desindustrialización y a un consiguiente incremento de la desocupación y de la exclusión social, el crecimiento post convertibilidad a partir del tipo de cambio alto permitió una reindustrialización de la economía argentina asociado a una fuerte generación de puestos de trabajo y una reducción de la pobreza y la indigencia.
En otras palabras, el nuevo modelo de desarrollo actual caracterizado por la valorización productiva y la inclusión social se debió en gran medida al tipo de cambio competitivo como resultado de la devaluación de la moneda nacional.
Sin embargo, los efectos de la devaluación dependen de las políticas económicas que la acompañan. En tal sentido, las “recomendaciones” de los sectores dominantes es que, junto con la devaluación de la moneda nacional, se apliquen las siguientes medidas económicas:
- Reducción o eliminación de las retenciones.
- Eliminación de las paritarias.
- Fin de los precios máximos.
Las consecuencias de estas políticas económicas son claras. En primer lugar, la devaluación junto con una disminución o desaparición de las retenciones a las exportaciones provocaran el aumento de las exportaciones de los productos agrarios ganaderos generando un desabastecimiento del mercado interno que, junto con la desregulación de los precios, conduce a un proceso inflacionario de los productos de primera necesidad.
Este aumento de los precios, sumado al congelamiento del salario nominal como resultado de la eliminación de las paritarias, conduciría a una pulverización del salario real de los trabajadores. Esto es, se reduciría el poder de compra de los asalariados.
Los integrantes de la Mesa de Enlace experimentaran un aumento mayor de su renta extraordinario al incrementar sus ventas externas de sus productos, y los miembros de la Unión Industrial Argentina, que representa a los grandes industriales del país, verificaran una disminución de sus costos salariales como consecuencia de la reducción de la remuneración real de los obreros.
Pero el programa económico de los sectores dominantes continúa. A esto debemos sumarle una reducción del gasto público. Efectivamente, tanto los dueños de la tierra como de las grandes empresas coinciden que el aumento del gasto público fue en los últimos años exorbitante.
Por lo tanto, según los sectores dominantes, el aumento del gasto del Estado obligó al incremento permanente de la presión tributaria. De esta forma, si reducimos las erogaciones del sector público podemos bajar los impuestos, como por ejemplo las retenciones a las exportaciones.
Pero además, si la baja del gasto público no permite compensar la reducción de la recaudación tributaria como consecuencia de la disminución de los impuestos a los sectores dominantes, lo cual generaría un déficit fiscal, podemos recurrir al Fondo Monetario Internacional.
Es decir, cubrir el desequilibrio fiscal con un nuevo proceso de endeudamiento externos del sector público. Volver a endeudarnos para sostener un incremento aún mayor en la rentabilidad de los dueños de los campos y del capital concentrado interno.
En resumen, la devaluación de la moneda nacional, el congelamiento del salario nominal, la desregulación de los mercados, la disminución de los impuestos a los sectores altos, la reducción del gasto público y el retorno al Fondo Monetario Internacional forman parte esencial del modelo económico de los sectores dominantes.
Los resultados de este modelo son bien conocidos. Reducción del mercado domestico como consecuencia de la caída del poder de compra de los trabajadores y de la reducción del gato público generando el quiebre y desaparición de una buena parte de las pequeñas empresas provocando el aumento de la desocupación, la pobreza y la indigencia. Esto es, un modelo de concentración con exclusión social que predominó durante la década del noventa y el modelo de Convertibilidad.
Los perjudicados de este programa son también conocidos. Por un lado, los sectores populares que verán reducido su ingreso real. Por otro lado, las pequeñas y medianas empresas que dependen en gran medida del mercado interno.
lunes, 6 de julio de 2009
Cambiar la ley
por Ariadna Somoza Zanuy, 5 de Julio de 2009,Página 12 Suplemento Cash
Existe un dato en la realidad económica que no debe dejarnos dormir en paz: la Ley de Entidades Financieras que rige hoy en nuestro país data de la época de la dictadura. La misma fue sancionada en el año 1977, épocas en las que se comenzaban a implementar las medidas económicas que iban a provocar una profunda transformación en la estructura económica argentina.
El nuevo patrón de acumulación, a partir de ese entonces, pasa a estar basado en el capital financiero en reemplazo de la producción y el trabajo y, por ende, era necesario modificar los marcos normativos y legales para que tal transformación sea viable. Fue entonces cuando se sancionó la Ley 21.526, o también llamada “Ley Martínez de Hoz”. Junto con la Ley de Radiodifusión y la Ley de Granos, se completaba un paquete legal que garantizaría la implementación del modelo neoliberal y su continuidad a lo largo de los distintos gobiernos democráticos, al punto tal que recién hoy, y luego de las transformaciones económicas del kirchnerismo, podemos volver a discutir.
En términos generales, la Ley de Entidades Financieras buscó la concentración del mercado financiero en pocas manos, eliminó la posibilidad de la existencia de entidades pequeñas, además de garantizar implícitamente que el crédito esté direccionado principalmente al consumo y a la especulación financiera por sobre la inversión en el aparato productivo. Además, reglamentó el accionar de entidades cooperativas a tal punto que para existir debían cumplir prácticamente los requisitos de una entidad más, descartando su aspecto cooperativo y limitando muchísimo su campo de acción porque no podían brindar servicios que el resto de las entidades si podían brindar, como, por ejemplo, conceder créditos para la vivienda o ser entidades respaldatorias de distinto tipo de operaciones financieras.
Pero para poder entender un poco mejor cuál es el impacto de esta ley, debemos entender cuáles son las características del sistema financiero, y sus funciones dentro de la economía. Podemos decir que en el siglo pasado, a nivel mundial y especialmente en los países desarrollados y petroleros, se dió un proceso de acumulación de capital que comenzó a absorber el sistema financiero. En el primer caso, por el desarrollo de las fuerzas productivas y la productividad; en el segundo, debido a la extraordinaria renta petrolera. Esa acumulación de capital dio origen a un viraje dentro del mismo capitalismo: ahora lo que el capital productivo generaba como excedente, no lo disponía este sector, sino que se empieza a transferir hacia el sector financiero, dependiendo la industria de los bancos para poder utilizar ese capital. Así comienza a tener preeminencia el capital financiero, cobrando vida como un factor de poder económico más y fue por más, buscando utilizar ese capital en la especulación por sobre la inversión en la producción.
Esto significa, para graficar de manera simplificada, que cuando el capital industrial requiere de dinero para inversión se encuentra con un sistema financiero que define, desde la óptica de su propio beneficio, si le otorga el crédito o no, y a qué tasa de interés. Define las condiciones para ser “sujeto de crédito”, y, sobre todo, lo otorga en función de su rentabilidad: si no es un negocio rentable darle crédito a las PyMEs y sí es rentable otorgar crédito al consumo, generará más facilidades para este último y pondrá trabas para el segundo. Como siempre, los que salen perdiendo son los “pequeños” de la economía, porque también es una realidad que hoy, en la Argentina, la existencia de una economía concentrada nos muestra que es difuso el límite entre el capital industrial y el capital financiero, así como entre este último y el capital agroexportador, ya que muchos de los grupos económicos juegan en los dos bandos, según sea de su conveniencia coyuntural.
Muchos de estos grupos se beneficiaron con el modelo económico kirchnerista, aunque lloren migajas cuando Venezuela hace un acto de soberanía pero dejan hacer cuando se trata de otros países que intentan violar nuestra soberanía. El caso de Techint llorando en EEUU es el ejemplo de una burguesía antinacional. Pero un tipo de cambio competitivo, superávits fiscales gemelos, políticas activas de empleo, incentivos a la producción, reasignación de recursos via retenciones a las exportaciones, limite a las importaciones indiscriminadas, y otras muchas políticas activas son las que caracterizan al modelo económico kirchnerista, beneficiaron no solo a grupos como Techint, sino principalmente a las PyMEs, a los trabajadores y a los actores de la Economía Social, los más golpeados desde que se implementó el modelo opuesto totalmente a este, el neoliberalismo, implementado durante la última dictadura militar, en la que surgió la Ley en cuestión.
Este nuevo modelo requiere, por ende, un nuevo marco normativo que regule la actividad financiera, ya que si el Estado vuelve a tener un rol activo y protagónico en las demás esferas de la economía, es impensable que no la tenga en un sector tan importante como éste.
Pensemos lo que suele suceder cuando algún actor de la economía quiere acceder a un crédito. Para las PyMEs, para hablar de un caso de crédito para la inversión, se torna muy engorroso, ya que es inmensa la cantidad de requisitos que deben cumplir y, por lo general, no les resulta conveniente la tasa de interés que deben de pagar, que suele ser más alta que la que debe pagar un grande, porque debe pagar los costos de no tener el respaldo que tiene un grande, pero principalmente porque un sistema financiero concentrado buscara mantener la concentración de la encomia, en todos los planos. Y la Ley de Entidades Financieras es la garantía legal de esto.
Otro caso de crédito para la inversión que resulta por ahí más extraño, porque es menos visible y también más novedoso su desarrollo, es el caso de la Economía Social. Cuando actores de este sector quieren acceder a un crédito para capitalizar su emprendimiento productivo, se encuentran con una problemática similar a la de las PyMEs, e incluso más. Los requisitos parecen aún mas inalcanzables y la tasa de interés resulta ser elevada para los márgenes de ganancia que una empresa social maneja. Además, siendo la mayor parte de las mismas Cooperativas, lo ideal sería que sean entidades cooperativas las que puedan brindarles el servicio financiero, ya que ¿qué mejor que una entidad financiera cooperativa para el desarrollo de una cooperativa? Por este motivo es que, hoy en día, la mayoría de las mismas se manejan con el Banco Credicoop. Una de las cosas que no permite la Ley de Entidades Financieras vigente es, en este caso, la posibilidad de apoyo financiero a los actores de la economía social.
En el caso de crédito al consumo, sucede algo similar. Los más débiles sujetos de crédito de la economía, los pobres, suelen tener muchas dificultades para acceder al crédito, cuando no se torna prácticamente inaccesible. Acceder a un crédito de HSBC, por poner un ejemplo, es algo prácticamente inconcebible. Pero ojo, los grupos económicos financieros no se van a quedar sin ese mercado…que también puede ser rentable. Han surgido, en ese sentido, millones de pequeñas “expendedoras de crédito” con sólo mostrar un DNI y un recibo de cobro de Plan Social. Producto de esto es ver millones de compañeros de los barrios super endeudados y pagando tasas de interés exorbitantes en comparación con la que paga alguna persona que logra acceder al crédito del HSBC. Es decir que el mismo banco que pone las condiciones para que no entres, te ofrece una opción para que entres igual pero por ello… ¡deberás pagar más! Termina siendo más caro el servicio financiero para un pobre que para una persona que está en mejores condiciones de pagarlo, por lo tanto se puede decir que la tasa de interés del crédito al consumo es altamente regresiva. Esto también lo tenemos gracias a la Ley de Entidades Financieras vigente.
Esto nos debe llevar al verdadero problema, al eje de la discusión: lo financiero, como un montón de otros aspectos de la economía, no pueden quedar en manos del mercado. Algo tan importante para una sociedad como el consumo, el ahorro y la inversion no pueden estar en manos de grupos económicos e incluso trasnacionales que definen el otorgamiento del capital, que esa misma sociedad produce, según su propia rentabilidad. Sabido es que allí donde no hay rentabilidad, no hay inversión si el Estado no interviene. El ejemplo claro es la recuperación del servicio público de Aguas a través de AySA. Es impresionante lo que ha crecido el tendido de agua corriente y cloacas desde que la empresa se reestatizó, ya que ahí donde ahora llega, para Aguas Argentinas no era rentable y, por ende, no había inversión. Lo que mueve a lo público, por ende, es la idea de universalización de un servicio, en este caso, y no la rentabilidad. Una empresa estatal puede soportar perder o no ser rentable porque su objetivo es otro, y fundamentalmente social: hacer llegar algo allí donde no llega y maximizar el bienestar social.
En el caso del sistema financiero, es imprescindible para poder profundizar el modelo económico kirchnerista que esta Ley de Entidades Financieras sea modificada. Es necesaria una mayor participación del Estado en la planificación de políticas en este ámbito para contar con los elementos necesarios que permitan que esta nueva estructura económica que comienza a surgir para hacerle frente al neoliberalismo que vamos dejando atrás se consolide y siga avanzando.
En un contexto en que los países centrales han demostrado que el modelo de sistema financiero que quieren que acá sigamos a rajatabla entró totalmente en crisis, es fundamental poder dar esta discusión. No se trata ya de una discusión o un problema nacional, sino que ha tomado dimensiones mundiales, y la Argentina se encuentra, gracias al modelo económico actual, en mejores condiciones que muchos de estos países para afrontar esta crisis y ser vanguardia en la reconfiguración de un nuevo modelo de sistema financiero, basado en la planificación del Estado, la solidaridad y la búsqueda de justicia social por sobre todas las cosas. Unasur, el banco latinoamericano, es un ejemplo de ello.
En Argentina, para sostener el crecimiento económico y la inclusión social y para profundizar la distribución de la riqueza, necesitamos un sistema financiero que permita que el Estado tenga un rol activo en la definición del consumo, del ahorro y la inversión. Necesitamos que la industria tenga crédito para la inversión en tecnología y trabajo, que las cooperativas puedan capitalizarse y crecer desde sus principios solidarios, generando también muchísimos puestos de trabajo, necesitamos que quienes más consumen y ahorran paguen más tasa de interés, y no al revés, y que todos los servicios financieros sean accesibles para todos. Y esto solo lo puede garantizar el Estado. Y el primer paso para eso es eliminar la Ley de Entidades Financieras. Si, la Ley “Martínez de Hoz”.
Existe un dato en la realidad económica que no debe dejarnos dormir en paz: la Ley de Entidades Financieras que rige hoy en nuestro país data de la época de la dictadura. La misma fue sancionada en el año 1977, épocas en las que se comenzaban a implementar las medidas económicas que iban a provocar una profunda transformación en la estructura económica argentina.
El nuevo patrón de acumulación, a partir de ese entonces, pasa a estar basado en el capital financiero en reemplazo de la producción y el trabajo y, por ende, era necesario modificar los marcos normativos y legales para que tal transformación sea viable. Fue entonces cuando se sancionó la Ley 21.526, o también llamada “Ley Martínez de Hoz”. Junto con la Ley de Radiodifusión y la Ley de Granos, se completaba un paquete legal que garantizaría la implementación del modelo neoliberal y su continuidad a lo largo de los distintos gobiernos democráticos, al punto tal que recién hoy, y luego de las transformaciones económicas del kirchnerismo, podemos volver a discutir.
En términos generales, la Ley de Entidades Financieras buscó la concentración del mercado financiero en pocas manos, eliminó la posibilidad de la existencia de entidades pequeñas, además de garantizar implícitamente que el crédito esté direccionado principalmente al consumo y a la especulación financiera por sobre la inversión en el aparato productivo. Además, reglamentó el accionar de entidades cooperativas a tal punto que para existir debían cumplir prácticamente los requisitos de una entidad más, descartando su aspecto cooperativo y limitando muchísimo su campo de acción porque no podían brindar servicios que el resto de las entidades si podían brindar, como, por ejemplo, conceder créditos para la vivienda o ser entidades respaldatorias de distinto tipo de operaciones financieras.
Pero para poder entender un poco mejor cuál es el impacto de esta ley, debemos entender cuáles son las características del sistema financiero, y sus funciones dentro de la economía. Podemos decir que en el siglo pasado, a nivel mundial y especialmente en los países desarrollados y petroleros, se dió un proceso de acumulación de capital que comenzó a absorber el sistema financiero. En el primer caso, por el desarrollo de las fuerzas productivas y la productividad; en el segundo, debido a la extraordinaria renta petrolera. Esa acumulación de capital dio origen a un viraje dentro del mismo capitalismo: ahora lo que el capital productivo generaba como excedente, no lo disponía este sector, sino que se empieza a transferir hacia el sector financiero, dependiendo la industria de los bancos para poder utilizar ese capital. Así comienza a tener preeminencia el capital financiero, cobrando vida como un factor de poder económico más y fue por más, buscando utilizar ese capital en la especulación por sobre la inversión en la producción.
Esto significa, para graficar de manera simplificada, que cuando el capital industrial requiere de dinero para inversión se encuentra con un sistema financiero que define, desde la óptica de su propio beneficio, si le otorga el crédito o no, y a qué tasa de interés. Define las condiciones para ser “sujeto de crédito”, y, sobre todo, lo otorga en función de su rentabilidad: si no es un negocio rentable darle crédito a las PyMEs y sí es rentable otorgar crédito al consumo, generará más facilidades para este último y pondrá trabas para el segundo. Como siempre, los que salen perdiendo son los “pequeños” de la economía, porque también es una realidad que hoy, en la Argentina, la existencia de una economía concentrada nos muestra que es difuso el límite entre el capital industrial y el capital financiero, así como entre este último y el capital agroexportador, ya que muchos de los grupos económicos juegan en los dos bandos, según sea de su conveniencia coyuntural.
Muchos de estos grupos se beneficiaron con el modelo económico kirchnerista, aunque lloren migajas cuando Venezuela hace un acto de soberanía pero dejan hacer cuando se trata de otros países que intentan violar nuestra soberanía. El caso de Techint llorando en EEUU es el ejemplo de una burguesía antinacional. Pero un tipo de cambio competitivo, superávits fiscales gemelos, políticas activas de empleo, incentivos a la producción, reasignación de recursos via retenciones a las exportaciones, limite a las importaciones indiscriminadas, y otras muchas políticas activas son las que caracterizan al modelo económico kirchnerista, beneficiaron no solo a grupos como Techint, sino principalmente a las PyMEs, a los trabajadores y a los actores de la Economía Social, los más golpeados desde que se implementó el modelo opuesto totalmente a este, el neoliberalismo, implementado durante la última dictadura militar, en la que surgió la Ley en cuestión.
Este nuevo modelo requiere, por ende, un nuevo marco normativo que regule la actividad financiera, ya que si el Estado vuelve a tener un rol activo y protagónico en las demás esferas de la economía, es impensable que no la tenga en un sector tan importante como éste.
Pensemos lo que suele suceder cuando algún actor de la economía quiere acceder a un crédito. Para las PyMEs, para hablar de un caso de crédito para la inversión, se torna muy engorroso, ya que es inmensa la cantidad de requisitos que deben cumplir y, por lo general, no les resulta conveniente la tasa de interés que deben de pagar, que suele ser más alta que la que debe pagar un grande, porque debe pagar los costos de no tener el respaldo que tiene un grande, pero principalmente porque un sistema financiero concentrado buscara mantener la concentración de la encomia, en todos los planos. Y la Ley de Entidades Financieras es la garantía legal de esto.
Otro caso de crédito para la inversión que resulta por ahí más extraño, porque es menos visible y también más novedoso su desarrollo, es el caso de la Economía Social. Cuando actores de este sector quieren acceder a un crédito para capitalizar su emprendimiento productivo, se encuentran con una problemática similar a la de las PyMEs, e incluso más. Los requisitos parecen aún mas inalcanzables y la tasa de interés resulta ser elevada para los márgenes de ganancia que una empresa social maneja. Además, siendo la mayor parte de las mismas Cooperativas, lo ideal sería que sean entidades cooperativas las que puedan brindarles el servicio financiero, ya que ¿qué mejor que una entidad financiera cooperativa para el desarrollo de una cooperativa? Por este motivo es que, hoy en día, la mayoría de las mismas se manejan con el Banco Credicoop. Una de las cosas que no permite la Ley de Entidades Financieras vigente es, en este caso, la posibilidad de apoyo financiero a los actores de la economía social.
En el caso de crédito al consumo, sucede algo similar. Los más débiles sujetos de crédito de la economía, los pobres, suelen tener muchas dificultades para acceder al crédito, cuando no se torna prácticamente inaccesible. Acceder a un crédito de HSBC, por poner un ejemplo, es algo prácticamente inconcebible. Pero ojo, los grupos económicos financieros no se van a quedar sin ese mercado…que también puede ser rentable. Han surgido, en ese sentido, millones de pequeñas “expendedoras de crédito” con sólo mostrar un DNI y un recibo de cobro de Plan Social. Producto de esto es ver millones de compañeros de los barrios super endeudados y pagando tasas de interés exorbitantes en comparación con la que paga alguna persona que logra acceder al crédito del HSBC. Es decir que el mismo banco que pone las condiciones para que no entres, te ofrece una opción para que entres igual pero por ello… ¡deberás pagar más! Termina siendo más caro el servicio financiero para un pobre que para una persona que está en mejores condiciones de pagarlo, por lo tanto se puede decir que la tasa de interés del crédito al consumo es altamente regresiva. Esto también lo tenemos gracias a la Ley de Entidades Financieras vigente.
Esto nos debe llevar al verdadero problema, al eje de la discusión: lo financiero, como un montón de otros aspectos de la economía, no pueden quedar en manos del mercado. Algo tan importante para una sociedad como el consumo, el ahorro y la inversion no pueden estar en manos de grupos económicos e incluso trasnacionales que definen el otorgamiento del capital, que esa misma sociedad produce, según su propia rentabilidad. Sabido es que allí donde no hay rentabilidad, no hay inversión si el Estado no interviene. El ejemplo claro es la recuperación del servicio público de Aguas a través de AySA. Es impresionante lo que ha crecido el tendido de agua corriente y cloacas desde que la empresa se reestatizó, ya que ahí donde ahora llega, para Aguas Argentinas no era rentable y, por ende, no había inversión. Lo que mueve a lo público, por ende, es la idea de universalización de un servicio, en este caso, y no la rentabilidad. Una empresa estatal puede soportar perder o no ser rentable porque su objetivo es otro, y fundamentalmente social: hacer llegar algo allí donde no llega y maximizar el bienestar social.
En el caso del sistema financiero, es imprescindible para poder profundizar el modelo económico kirchnerista que esta Ley de Entidades Financieras sea modificada. Es necesaria una mayor participación del Estado en la planificación de políticas en este ámbito para contar con los elementos necesarios que permitan que esta nueva estructura económica que comienza a surgir para hacerle frente al neoliberalismo que vamos dejando atrás se consolide y siga avanzando.
En un contexto en que los países centrales han demostrado que el modelo de sistema financiero que quieren que acá sigamos a rajatabla entró totalmente en crisis, es fundamental poder dar esta discusión. No se trata ya de una discusión o un problema nacional, sino que ha tomado dimensiones mundiales, y la Argentina se encuentra, gracias al modelo económico actual, en mejores condiciones que muchos de estos países para afrontar esta crisis y ser vanguardia en la reconfiguración de un nuevo modelo de sistema financiero, basado en la planificación del Estado, la solidaridad y la búsqueda de justicia social por sobre todas las cosas. Unasur, el banco latinoamericano, es un ejemplo de ello.
En Argentina, para sostener el crecimiento económico y la inclusión social y para profundizar la distribución de la riqueza, necesitamos un sistema financiero que permita que el Estado tenga un rol activo en la definición del consumo, del ahorro y la inversión. Necesitamos que la industria tenga crédito para la inversión en tecnología y trabajo, que las cooperativas puedan capitalizarse y crecer desde sus principios solidarios, generando también muchísimos puestos de trabajo, necesitamos que quienes más consumen y ahorran paguen más tasa de interés, y no al revés, y que todos los servicios financieros sean accesibles para todos. Y esto solo lo puede garantizar el Estado. Y el primer paso para eso es eliminar la Ley de Entidades Financieras. Si, la Ley “Martínez de Hoz”.
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