Luego de la crisis hiperinflacionaria desatada a fines de la década del ochenta y que obligó a la salida anticipada del Dr. Raúl Alfonsín de la presidencia argentina, asumió el 8 de julio de 1989 el Dr. Carlos Saúl Menem.
Las políticas iniciada por el gobierno de Menem a principio de la década del noventa formaron parte de la aplicación de un shock institucional neoliberal que generó profundas transformaciones estructurales en la economía y la sociedad argentina. Este programa neoliberal se enmarcó en el denominado Consenso de Washington.
En efecto, hacia fines de los años ochenta y principios de los noventa el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional produjeron, a partir de los fundamentos neoliberales, un conjunto de propuestas de política económica que fueron sistematizadas bajo la denominación del Consenso de Washington; estableciendo un conjunto de instrumentos de políticas destinadas a resolver los problemas de inestabilidad de las economías latinoamericanas.
Este conjunto de políticas neoliberales recomendadas por los organismos internacionales a las economías Latinoamericanas se circunscribían a la idea general que los mercados son más eficientes y justos que las intervenciones del Estado a la hora de distribuir la riqueza de un país y generar un crecimiento económico.
Retoman, de esta manera, la idea central desarrollada por Adam Smith de la “mano Invisible”: cada individuo buscando su propio beneficio logra colaborar con algo que él no buscaba, es decir, contribuye con el bienestar general. Los neoliberales a este fenómeno lo denominan efecto “derrame”, lo cual implica que al realizarse todas las reformas estructurales recomendadas en el Consenso de Washington generarían un importante crecimiento económico que terminarían beneficiando a toda la población como resultado del “derrame” de la riqueza a los sectores más vulnerable de la sociedad. En este sentido, para Adam Smith y los neoliberales, el interés individual coincide con el interés general y, por lo tanto, no existe la necesidad de una institución que represente la voluntad general, como por ejemplo el Estado.
Las políticas neoliberales fueron impulsadas con especial énfasis en la Argentina a partir del gobierno de Menem en los primeros años de la década del noventa, retomando los ejes estratégicos del gobierno militar de 1976 y las recomendaciones del Consenso de Washington.
En este sentido, una de las políticas centrales del gobierno de Menem fue el modelo de Convertibilidad que duró desde 1991 al 2001 y que se sustentaba en los siguientes aspectos fundamentales:
a) La existencia de un tipo de cambio fijo, es decir, la convertibilidad automática de la moneda nacional respecto del dólar norteamericano dispuesto por una ley del Congreso Nacional.
b) El conjunto de reservas dispuestas por el Banco Central de la República Argentina debía ser equivalente por lo menos al 100% de la base monetaria, lo cual garantizaba el total respaldo del circulante monetario.
c) La prohibición de la actualización monetaria e indexación de los precios y de las deudas luego de abril de 1991.
Con este régimen económico se buscaba, por un lado, prohibir la emisión monetaria por parte del Banco Central para financiar al sector público y, por el otro lado, evitar la devaluación de la moneda nacional por parte del gobierno. Ambos aspectos tendían a lograr el objetivo explícito del modelo de Convertibilidad que era detener el incremento de precios generalizados, particularmente la hiperinflación desatada a fines de la década del ochenta.
Este Plan de Convertibilidad fue complementado con un conjunto de políticas neoliberales que abarcaron el programa de privatizaciones, la desregulación de los mercados, la flexibilización del mercado de trabajo y la apertura comercial.
En términos de largo plazo el régimen de Convertibilidad fue una profundización del modelo económica instaurado a partir de la última dictadura militar y legitimado durante el gobierno de Alfonsín.
Las consecuencias económicas más destacables del régimen convertible fueron un fuerte crecimiento de la deuda externa, la fuga de capitales, la concentración de capital, una creciente extranjerización de la economía argentina y un abrupto proceso de desindustrialización. Asimismo esto produjo un aumento de la desocupación, la subocupación, el trabajo en “negro”, la pobreza y la indigencia que se tradujo en un aumento de la exclusión social.
Esta desarticulación social que generó el modelo de Convertibilidad, si bien fue un fenómeno generalizado, se verificó estrepitosamente en el Gran Buenos Aires. Con respecto al mercado de trabajo mientras que el desempleo en el área metropolitana aumentó del 5,3% al 19,0% entre 1991 y el 2001, el subempleo y el trabajo no registrado creció del 7,0% al 16,5% y del 30,6% al 37,8%, respectivamente.
Esta regresividad del mercado laboral del Gran Buenos Aires implicó un fuerte aumento de la pobreza y la indigencia. En efecto, mientras que la pobreza aumentó en el área metropolitana entre 1991 y el 2001 del 16,2% al 25,5% de los hogares y del 21,5% al 35,4% de las personas, la indigencia creció del 2,2% al 8,3% de los hogares y del 3,0% al 12,2% de las personas durante el mismo período.
Es decir, las consecuencias sociales en el Gran Buenos Aires del régimen convertible y de las políticas neoliberales aplicadas por Menem demuestran el fracaso rotundo del “efecto derrame” y de la concepción neoliberal que propugna por el libre funcionamiento del mercado y la no intervención del Estado.
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1 comentario:
Felicitaciones por el excelente articulo que han publicado, lo dicho sobre el trabajo en negro es puramenete cierto.
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