viernes, 30 de enero de 2009

Soja y burbuja financiera

Dentro de esa capacidad de transformación constante que caracteriza al sistema capitalista, desde los inicios de 1970 hasta el presente se desarrolla la etapa de la “globalización”. En esa etapa, cuya denominación correcta es “capitalismo monopolista transnacional (en adelante CMT)”, la Nación se presenta como un obstáculo para los monopolios y su carrera por una mayor concentración.

El CMT se caracteriza fundamentalmente por:
• La supremacía casi absoluta del capital financiero por sobre el conjunto del capital global;
• La constitución de un poder político transnacional que se expresa en instituciones supranacionales;
• La imposición del “pensamiento único”, por medio de la dictadura de los medios masivos de comunicación transnacionales;
• El impulso a las ramas de la ciencia y la técnica que favorecen el incremento de la ganancia monopolista;
• La liquidación de las regulaciones nacionales.

En ese contexto, la deuda externa de los países dependientes se vuelve la expresión de la especulación financiera, a la vez que un efectivo instrumento de dominación, como lo son también el otorgamiento del crédito, el intercambio desigual, el proteccionismo de los países desarrollados, etc.

A partir de mediados de los ‘90, la innovación tecnológica aumentó la productividad en EE.UU. y en el resto del planeta, lo que generó una burbuja bursátil en Wall Street, la cual estalló a fines del 2000 generando una recesión mundial. Los países desarrollados trataron de combatir la crisis fomentando el crédito mediante la baja de las tasas de interés.

Se generaron así flujos que se dirigieron hacia el negocio inmobiliario, produciéndose una burbuja que en su condición de tal tuvo destino efímero. Es lo que ha ocurrido recientemente en los EE.UU., expandiéndose por el mundo, y agudizando la especulación financiera en la búsqueda de nuevos espacios rentables.

Paralelamente, se produce el aumento de los precios de las materias primas originada fundamentalmente por dos causas:

1. La enorme demanda de alimentos (por parte de, principalmente, China y India);
2. La producción de biocombustibles, ante el posible agotamiento del petróleo y el gas.

Así las cosas, cada país productor, entre ellos Argentina, deberá decidir cuántas toneladas destinará a la alimentación de la propia población, a la exportación y a la generación de biocombustibles. En consecuencia, el actual escenario genera a países productores como el nuestro enormes oportunidades y también riesgos.

En el caso argentino, el sector agropecuario ha experimentado enormes transformaciones en los últimos 15 años, generadas por la innovación tecnológica, lo que ha reducido enormemente los costos de producción.

El desguace del Estado propio del neoliberalismo, con la desaparición del crédito público y de los servicios de extensión del INTA, provocaron la marginación, desaparición, o cesión en arrendamiento de las tierras del pequeño y mediano productor tradicional, en beneficio de los “fondos de siembra”. Estos fondos son entidades eminentemente especulativas que se dirigen a los rubros más rentables en el corto plazo. Siempre en la búsqueda de la maximización del beneficio, se caracterizan por la extrema volatilidad que aseguran mediante el uso del menor capital fijo posible, lo que les permite remitir ganancias hacia los países desarrollados.

Todo esto ha producido un cambio en la estructura económica y social del campo argentino, que se refleja también en los intereses defendidos por las patronales del sector, como se ha visto con motivo de la discusión por el aumento de las retenciones móviles. En este nuevo escenario nacional, con un telón de fondo signado por la omnipresencia del CMT, se desarrolla la desigual lucha política y social de nuestro Pueblo, que lleva ya casi dos siglos, para decidir su propio destino.

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