El estructuralismo latinoamericano:
El estructuralismo latinoamericano, que se consolidó en la década del cincuenta y sesenta a partir de las discusiones mantenidas con la ortodoxia económica representada por el Fondo Monetario Internacional, estuvo fuertemente asociado a la creación de la Comisión Económica para América Latina y el caribe (CEPAL) en 1948 por las Naciones Unidas.
En efecto, uno de los estructuralistas latinoamericanos más reconocidos fue el primer director de la CEPAL: Raúl Prebisch. Por lo tanto, las tesis estructuralistas estuvieron esencialmente asociadas a los escritos de la CEPAL.
El paradigma estructuralista surgió durante la consolidación de un nuevo modelo económico y social en América Latina que se denominó Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI). La industrialización sustitutiva se inició en el continente Latinoamericano a partir de la Gran Depresión de 1929. Esta crisis que comenzó en Estados Unidos, pero que luego se extendió al resto de los países, se tradujo en medidas proteccionistas por parte de los países desarrollados.
Esta política económica de los países desarrollados generaron la crisis del modelo agroexportador que se venía desarrollando en América Latina desde el siglo XIX. Este modelo consistía básicamente en la exportación de bienes primarios a los países desarrollados y la importación de productos manufacturados desde los países centrales.
Sin embargo, el proteccionismo impuesto por los países desarrollados durante la crisis de 1929 desarticuló la lógica del modelo agroexportador. La imposibilidad de exportar los productos primarios también generaba la incapacidad para importar bienes industriales al no disponer de las divisas necesarias. De esta forma, el modelo agroexportador latinoamericano entró en una crisis que anunciaba la necesidad de construir un nuevo modelo económico y social.
En este contexto, surgió en la región, en algunos países con más fuerza que en otros, la industrialización sustitutiva. Este nuevo modelo económico y social consistió fundamentalmente en la producción de bienes industriales en la región, es decir, sustituir lo que antes se importaba desde los países desarrollados por producción nacional.
Es importante destacar que la primer etapa de la industrialización sustitutiva latinoamericana consistió en reemplazar bienes importados por nacionales al final de la cadena productiva. En otras palabras, inicialmente se sustituyeron manufacturas livianas, como por ejemplo los productos textiles. Esto se denominó la etapa “fácil” de sustitución de importaciones, dejando de lado la producción de bienes de capital e insumos industriales.
De esta forma, durante la Industrialización por Sustitución de Importaciones al mismo tiempo que se reducía el coeficiente de importación en relación con los niveles del modelo agroexportador se producía un cambio en su composición. Efectivamente, se importaba cada vez menos bienes industriales finales pero cada vez más bienes de capital e insumos industriales como aluminio y productos siderúrgicos en general.
Durante la consolidación de este nuevo modelo económico y social en América Latina surgió el paradigma estructuralista. Su aporte fundamental fue la de desarrollar un cuerpo teórico de sustento al nuevo modelo económico al mismo tiempo que planteaba la necesidad de profundizar la industrialización sustitutiva a partir de reformas estructurales para superar algunos problemas que planteaba el nuevo modelo económico.
La idea central del estructuralismo latinoamericano era que el subdesarrollo de la región se debían a factores estructurales. Por lo tanto, los escritos de los estructuralistas le dieron una mayor importancia a los aspectos estructurales en la descripción de las economías de América Latina.
En este sentido, el análisis estructuralistas comenzó con la descripción del papel del comercio internacional como uno de los factores estructurales centrales para entender el subdesarrollo latinoamericano.
El papel del comercio exterior:
La visión estructuralista comienza criticando a la corriente convencional sobre el papel del comercio internacional. Según la teoría neoclásica, basada en la idea de ventajas comparativas de David Ricardo, el libre comercio conduciría a reducir la desigualdad entre los países desarrollados y los subdesarrollados.
Sin embargo, para la corriente estructuralista la libertad de comercio condujo, en contraposición a lo pensado por la visión ortodoxa, a la consolidación de la división internacional del trabajo, fundada sobre la explotación de ventajas comparativas estáticas, condenando a la región Latinoamericana a una especialización empobreciente basada en la exportación de bienes primarios a los países desarrollados.
En este sentido, para el paradigma estructuralista, la tradicional división internacional del trabajo que caracterizaba al modelo agroexportador era una de las causas centrales para explicar la condición de subdesarrollo de la región latinoamericana.
Dicho de otra forma, el libre comercio que condujo a la región a la especialización en la producción y exportación de bienes primarios era uno de los obstáculos estructurales más importante para el desarrollo de América Latina. Por lo tanto, según los estructuralistas, el libre comercio en lugar de reducir las desigualdades entre las naciones generó que los países desarrollados sean cada vez más desarrollados y las regiones subdesarrolladas sean cada vez más subdesarrolladas, reforzando de esta manera las desigualdades entre los países.
Para demostrar esta tesis el análisis estructuralista desarrolló la teoría centro – periferia. Según el paradigma estructuralista la economía mundial esta compuesta por dos polos: el centro y la periferia.
Por un lado, los países centrales que presentan economías homogéneas y diversificada y donde el sector económico más importante es el industrial. Por otro lado, los países periféricos caracterizados por economía heterogéneas y escasamente diversificadas. Con heterogéneas se refieren a la existencia de una estructura productiva divergente, en la cual se presenta un sector primario – exportador con una elevada productividad junto al resto de la economía sumergida en producciones de subsistencia. Con escasamente diversificada se refieren a la especialización por parte de las economías periféricas en la producción y exportación de productos primarios con pocos efectos de encadenamientos con el resto de los sectores productivos.
De esta forma, según el estructuralismo, la división internacional del trabajo que caracterizaba al modelo agroexportador condujo a una doble heterogeneidad estructural que perjudicaba a los países periféricos. Por un lado, a una heterogeneidad a nivel nacional en la estructura económica de los países periféricos. Por otro lado, a una heterogeneidad internacional en la cual los países periféricos se especializaron en la producción de bienes primarios mientras que los países centrales se volcaron hacia el desarrollo de las actividades industriales.
En esta línea se encuentra la teoría estructuralista del deterioro de los términos de intercambio. Según esta teoría en el largo plazo la tradicional división internacional del trabajo que generó un sistema internacional asimétrico se traduce en un mayor distanciamiento de la periferia con respecto a los países centrales, produciendo de esta forma que el libre comercio sea más ventajoso para los países desarrollados.
Para la visión estructuralista este fenómeno se debe fundamentalmente al progreso técnico. En efecto, los avances tecnológicos se producen generalmente en el sector manufacturero. Por lo tanto, si los países desarrollados se especializan en la producción de bienes industriales logran monopolizar los frutos del progreso técnico, generando un deterioro secular de los términos de intercambio en detrimento de los países periféricos especializados en la producción de bienes primarios caracterizada por escasos cambios tecnológicos.
Por lo tanto, la pregunta que surgió para los estructuralistas fue: ¿cómo destruir este sistema internacional que condujo a una especialización empobreciente a los países latinoamericanos?. Para esto la visión estructuralista proponía la industrialización de la región para superar el subdesarrollo latinoamericano.
La función de la industrialización:
Para estos economistas el proceso de industrialización de América Latina debía cumplir una doble función. En primer lugar, reducir el desequilibrio externo con los países centrales. En efecto, la industrialización permitiría reducir la brecha tecnológica con respecto a los países desarrollados que era la base de la diferencia estructural entre el centro y la periferia.
En segundo lugar, el desarrollo del sector manufacturero permitiría reducir los desequilibrios internos al posibilitar mejorar la distribución del ingreso al disminuir la desocupación y con esto la pobreza y la indigencia.
En otras palabras, el proceso de industrialización reduciría la heterogeneidad internacional y nacional que había generado la tradicional división internacional del trabajo. El desarrollo industrial conduciría a consolidar economías con estructuras más diversificadas y homogéneas que permitiría al mismo tiempo reducir la desigualdad existente con los países desarrollados.
Por lo tanto, para la visión estructuralista la única manera para superar el subdesarrollo de los países latinoamericanos era transformar estructuralmente sus economías. Esto es, transformar las economías agroexportadoras en economías industriales.
Pero entonces la otra pregunta que surge es: ¿cómo pueden las economías latinoamericanas experimentar un proceso de industrialización?. Para los estructuralistas este objetivo se lograba básicamente a través de dos fenómenos: una fuerte intervención estatal y la integración regional.
El papel del Estado:
En este punto el estructuralismo latinoamericano se diferenció nuevamente de la visión ortodoxa sustentada en el liberalismo económico. Los estructuralistas poseían una visión positiva del Estado.
En otras palabras, para estos economistas era fundamental la intervención del Estado en la economía. En efecto, el libre juego del mercado condujo a las economías de América Latina hacia el modelo agroexportador que se tradujo en un desequilibrio internacional al alejarnos del nivel de desarrollo de los países centrales y a un desequilibrio interno al consolidarse una economía fuertemente heterogénea.
Por lo tanto, para poder generar una transformación estructural de las economías de la región a partir del proceso de industrialización era fundamental la intervención del Estado. En este sentido, uno de los objetivos centrales del Estado según el paradigma estructuralista era fomentar el proceso de industrialización.
Para estos economistas entonces el Estado debía realizar un conjunto de medidas para direccionar el proceso de industrialización, es decir, promover al desarrollo manufacturero a través de un programa planificado.
De esta forma, las principales funciones del Estado debían ser la de acelerar la acumulación del capital intensificando la sustitución de importaciones a través de diferentes medidas como el proteccionismo; construir la infraestructura necesaria para el proceso de industrialización; orientar los recursos financieros hacia la inversión productiva; estimular la inversión privada y promover el desarrollo tecnológico.
Incluso, para la visión estructuralista la intervención estatal en los países latinoamericanos debía ser más sustancial que en los países desarrollados. Efectivamente, en los países periféricos la fuerte intervención del Estado era fundamental para lograr una transformación estructural de las economía periféricas, objetivo que en los países centrales no era necesario.
Sin embargo, es importante destacar que si bien los estructuralistas latinoamericanos no confiaban en el libre juego del mercado para el desarrollo industrial, consideraban al mismo tiempo importante a los mercados y a la iniciativa privada. Es decir, la visión estructuralista advertía sobre la intervención excesiva del Estado. Por lo tanto, estos economistas aspiraban a una complementariedad entre el sector público y el mercado para orientar el proceso de industrialización de las economías de América Latina.
La integración latinoamericana:
Junto a la intervención del Estado era imprescindible para el desarrollo industrial de la región, según los estructuralistas, la integración latinoamericana. Pues a la incipiente industria de América Latina le resultaría al principio casi imposible competir con el sector manufacturero de los países desarrollados. Por lo tanto, la integración latinoamericana permitiría la ampliación de los mercados para la industria de América Latina.
De esta forma, la integración económica de la región haría viable la utilización de tecnologías que exigen una gran escala de producción por razones de rentabilidad. En otras palabras, la integración de América Latina daría las condiciones necesarias para que el sector manufacturero se transforme definitivamente en el motor del desarrollo de la región.
Por otro lado, para los estructuralistas la conformación de un bloque latinoamericano era fundamental no sólo desde el punto de vista económico sino también desde el punto de vista estratégico al permitir ofrecer una mayor oposición a los intereses de los países desarrollados.
Ahora bien, hasta aquí hemos desarrollado la posición de los estructuralistas en defensa de proceso de industrialización de América Latina para salir de la trampa del subdesarrollo. Sin embargo, para estos economistas era necesario profundizar los cambios estructurales con el objetivo de superar algunos problemas que se habían presentado durante el modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones. Esta postura los estructuralistas la desarrollaron en su análisis sobre la inflación.
La teoría estructuralista de la inflación:
Todo proceso de crecimiento y desarrollo como la industrialización sustitutiva presenta presiones inflacionarias. El Fondo Monetario Internacional, en representación de la economía ortodoxo, recomendaba reducir la demanda con el objetivo de disminuir el aumento de los precios. Es decir, según el organismo internacional la inflación se debía a un exceso de demanda. Por lo tanto, la única salida para disminuir el aumento generalizado de precios era a través de políticas contractivas que generaran una reducción del crecimiento.
Sin embargo, los estructuralistas latinoamericanos se opusieron a esta teoría monetaristas de la inflación y argumentaron que el aumento generalizado de precios en la región se debía a rigideces estructurales del lado de la oferta.
Según la teoría estructuralista la inflación era el resultado de la interacción de dos componentes:
- Las presiones fundamentales que generaban aumentos de precios y que se debían a rigideces estructurales.
- Los mecanismos de propagación que se encargaban de transmitir el aumento inicial de la inflación al resto de la economías.
Para el paradigma estructuralista era imprescindible atacar a las presiones fundamentales para terminar definitivamente con el problema de la inflación. Es decir, la raíz del problema inflacionario se encontraba en las presiones fundamentales y no en los mecanismos de propagación.
En este sentido, para estos economistas existían dos presiones fundamentales que originaban el aumento en el nivel general de precios: la débil productividad de la agricultura y los desequilibrios en el sector externo.
Con respecto a la débil productividad del sector agrícola se traducía en una reducida oferta de alimentos. Entonces, como la industrialización sustitutiva provocaba una creciente demanda interna de alimentos, la oferta no respondía satisfactoriamente a este aumento. Esto implicaba un incremento de los precios de los bienes agrícolas.
A partir de este momento comenzaba a funcionar los mecanismos de propagación, transfiriendo esta presión inflacionaria al resto de la economía. En efecto, al aumentar los precios de los alimentos se reducía el salario real de los trabajadores, lo cual implicaba una recomposición del salario nominal.
Sin embargo, este incremento de las remuneraciones inducía a un aumento de los costos de producción del sector manufacturero. Por lo tanto, los empresarios, para mantener sus márgenes de ganancia, aumentaban los precios de los bienes industriales.
Ahora bien, para atacar la inflación la solución no era, según los estructuralistas, reducir la demanda, sino más bien eliminar la rigidez estructural que generaba la débil productividad del sector agrícola.
En este sentido, para estos economistas, la principal causa de la rigidez de la oferta agrícola se debía esencialmente a la fuerte concentración en la propiedad de la tierra que generaba la existencia de una clase rentística con escasa propensión a la inversión.
Por lo tanto, para los estructuralistas era necesario para solucionar el problema inflacionario una reforma estructural en el régimen de propiedad de la tierra. Por tal motivo, estos economistas defendían el programa de reforma agraria dividiendo la tierra en pequeños y medianos productores.
Esta medida generaría una producción agrícola intensiva que se traduciría en un mayor nivel de inversión y por lo tanto en un incremento en la producción de alimentos eliminando de esta forma una de las causas estructurales de la inflación.
Con respecto a la segunda presión fundamental que generaba inflación, durante la industrialización sustitutiva existía una tendencia a los estrangulamientos del sector externo.
En efecto, en este modelo económico en las fases expansivas las economías tendían hacia un déficit del sector externo debido a la necesidad creciente de insumos intermedios y de bienes de capital. Pues al sustituirse inicialmente los bienes finales se debía importar los insumos que requería el sector manufacturero y las maquinarias necesarias para producir los productos industriales.
Por lo tanto, en los períodos de crecimiento económico aumentaban fuertemente las importaciones del sector industrial provocando un déficit en la balanza comercial y la necesidad de ajustar dicho estrangulamiento externo. Para corregir este desequilibrio generalmente se recurría a una devaluación de la moneda que generaba inflación. Esta presión inicial luego se transmitían al resto de la economía a través de los mecanismos de propagación.
Pero de nuevo, según los estructuralistas, la solución para la inflación no era reducir la demanda agregada sino más bien introducir cambios estructurales a las economías de la región. Para estos economistas la forma de eliminar esta causa inflacionaria era por medio de la profundización de la Industrialización por Sustitución de Importaciones a través de la industrialización hacia la manufactura pesada. En otras palabras, producir internamente los insumos industriales y los bienes de capital para de esta manera eliminar los estrangulamientos externos.
En resumen, para extinguir el flagelo de la inflación, en contraposición a lo recomendado por el Fondo Monetario Internacional, el paradigma estructuralista recomendaba dos transformaciones estructurales: la reforma agraria y el proceso de industrialización hacia la manufactura pesada.
En efecto, debido a que el origen de la inflación era estructural, la única manera de eliminarla era superando los cuellos de botella. De esta manera, la forma de eliminar el aumento generalizado de precios era por medio de la profundización del desarrollo económico para superar las rigideces estructurales.
Para estos economistas la reducción de la demanda puede reducir la inflación. Sin embargo, esto lo logra a costa del crecimiento económico y además sin atacar la raíz del problema. Es decir, la reducción de la demanda sólo ataca los factores de propagación pero no las presiones fundamentales que generaba el aumento de los precios. De nuevo, para los estructuralistas la estabilidad de los precios únicamente se puede lograr a partir de un desarrollo económico por medio de cambios estructurales.
La disputa de los dos modelos en la Argentina:
A partir de la resolución 125 que establecía, entre otras cosas, las retenciones móviles a la soja, volvió a la Argentina la disputa entre los dos modelos económicos.
Por un lado, las entidades agrarias que proponían, implícita o explícitamente, el retorno del modelo agroexportador. Es decir, estructurar a la economía argentina como exportadora de productos primarios, lo cual implica la inserción periférica de nuestra economía en el comercio internacional y el liberalismo económico como filosofía para restringir la intervención estatal.
Del otro lado se planteó la necesidad de profundizar el proceso de industrialización a partir de una fuerte intervención del Estado y una integración latinoamericana como vehículo del desarrollo industrial.
Al mismo tiempo, la disputa también se observa en relación al tema de la inflación. En efecto, el incipiente crecimiento del sector manufacturero que se produjo a partir de la fase expansiva post convertibilidad se tradujo en un cierto aumento de los precios.
Nuevamente, la disputa en torno a este problema es si realizamos políticas contractivas para detener el crecimiento de la demanda y de esta forma reducir la inflación o profundizamos el desarrollo económico para eliminar los cuellos de botella que generan el aumento de los precios.
La primer receta es funcional al retorno del modelo agroexportador, pues, al aplicar políticas contractivas y reducir la demanda, disminuye el consumo; lo cual genera un aumento del saldo exportable de productos agrarios – ganaderos al achicarse el mercado interno.
La segunda opción es funcional al proyecto industrialista debido a que para eliminar los cuellos de botella se necesita profundizar el desarrollo industrial al mismo tiempo que destinar cada vez más productos agrarios – ganaderos para abastecer el mercado interno y reducir de esta forma las presiones inflacionarias.
De la correlación de fuerzas depende la imposición de alguno de los dos modelos. Y de la imposición de algunos de los dos modelos depende el futuro del país. O retomamos al modelo agroexportador que nos conducirá nuevamente a una heterogeneidad internacional y nacional o profundizamos el proceso de industrialización para lograr un mayor desarrollo económico y social.
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